Lote desigual de presentación pero de juego escaso, sin sabor, descafeinado, sin transmisión. El público salió enfadado de la plaza por el comportamiento de estos toros de una ganadería de postín.

Paco Ureña estuvo correcto, con muletazos de buen trazo, pero era tanta la sosería de su lote, que no pasó nada. Idem en el primero de Emilio de Justo, un sobrero de mayor trapío pero sin fondo.

El torero triunfador y revelación de la temporada pasada apretó el acelerador en el siguiente, para no irse de vacío de una feria en la que ha sido el único matador en actuar dos veces. El quinto toro de la tarde fue el único con algo mas de chispa, aún sin entregarse del todo. El público se reencontró con el torero que anhelaba en el principio de faena. Sin embargo Emilio se crispó, buscando mas el triunfo que el asiento. Podría haber tocado pelo de haber estado mas certero con la espada.

El que dejó mejor sabor de boca fue Ginés Marín. Le tocó un primer toro noble pero probablemente, tras un puyazo bajo del padre matador, el picador Guillermo Marín, se vio afectado el animal, perdiendo a veces las manos. El público se puso a la contra pero Ginés logró darle la vuelta a la situación con un toreo fresco, alegre e inteligente. Cortó una oreja tras una buena estocada. El que cerraba plaza también parecía tener buen son pero en la faena de muleta, repentina e inexplicablemente, blandeó como si se hubiese transformado en un inválido. En esa tesitura, poquito se pudo sacar. Ginés Marín lo mató de una soberbia estocada y el público landés lo despidió con una calurosa ovación.

Por Antonio Arévalo