Entre Gumiel de Izan y Los Milagros, está la villa que vio nacer a un torero con denominación de origen. A orillas del río Duero, fue curtiendo su arte. Tierra dura, solo para valientes, caliente en verano y fría en invierno. Aranda de Duero, le dio nombre a Jesús Martínez, y le transformó en Morenito de Aranda.

Tardes de glorias grabadas a fuego en la memoria de los aficionados. Torero joven y maduro, parece veterano de mil batallas. Nunca escondió la pierna, ni mucho menos su intención, la pureza es un don. Quién la tiene… lo sabe.

De condición humilde, solo purifica su alma, a base de sacrificio y perseverancia. Son dos, las puertas grandes que le debe Madrid. Aunque, todos salimos toreando aquel 2 de mayo de 2015. De caldero e hilo negro, llegó vestido a la plaza. Para acabar saliendo por la calle Alcalá. Disfrutando las mieles del éxito que solo unos pocos privilegiados logran saborear. ¡Vaya Tarde! ¡Qué esfuerzo sobrehumano!  Ese día Morenito dio una lección de torería, de tiempos y distancias, de variedad y profundidad. De verdad y pureza. De sensibilidad y madurez. Ese día, todos éramos de Aranda.

Destapó el frasco de las esencias y virtudes. Quiso ser catedrático. Basando su tesis en los terrenos de la verdad, y moviendo las telas con una hondura eterna. En frente, los de Montealto, toros con bravura y codicia. Uno rompió a bueno, y lo inmortalizó.  Cuatro pasaron por sus manos aquel día, dos le permitieron sentirse, y uno le dio la gloria.

Morenito de aranda disfruta del mejor momento de su carrera

Nunca ha tenido miedo al fracaso, consciente que la vida va por rachas y momentos. A sus 34 años, con 15 años de alternativa, sigue madurando como el buen vino de su tierra. Anclado a las raíces esenciales del toreo, dejando que penetren en las yemas de sus dedos, para crear faenas épicas. De esas, que se mantienen en la retina y en el recuerdo. Intangibles pero imborrables.

Vive la vida sencilla del campo. Al pie del cañón de su ganadería. El sueño de un torero de raza se hizo realidad. Un sueño ganado a base de sangre, sudor y lágrimas. Sus diferentes encastes conviven tranquilos formando un cuadro cromático incomparable. Dando un toque de variedad a la dehesa. La ganadería de Toros de Castilla, poco a poco, va cogiendo forma. El sueño es una realidad. Ahora hay que disfrutar y crecer.

Los días pasan, y le faltan horas. Entrenamiento y toros. Días que llenan el alma y el espíritu de un torero. Probablemente esté viviendo sus momentos más dulces. Una segunda juventud. A este joven veterano le queda mucha cuerda. Muchas faenas que regalar a los aficionados. La afición crece cada día, y se conjuga con la lucidez, para alcanzar los objetivos. Sabe lo que quiere. No necesita un mapa, ya no se pierde.

Su próximo destino… Francia y los del «cura» de Valverde.

Por Juanje Herrero