Diez ciclistas españoles se han visto involucrados en un contrabando de sesenta kilos de cocaína, cantidad respetable y millonaria que sobrepasa imprudentemente los desafíos a la vigilancia aduanera. Hasta ahora se habían ensayado ingeniosos métodos para burlar los controles de los aeropuertos. Se ha ocultado la droga en los artilugios más insospechados, incluso entre los trajes de luces y esportones de los toreros. Pero las cantidades rara vez sobrepasaban el kilo de coca y excepcionalmente llegaban a los cinco. Intentar pasar 60 kilos entre el material deportivo de los ciclistas es pasarse, a pesar de la tolerancia y buena fe que existe con los jóvenes deportistas de quienes es casi imposible desconfiar de semejantes chanchullos.

Pero en el fondo de todo esto hay un clamoroso descontrol de las autoridades deportivas. No tiene explicación que al frente del grupo fuera ese Antonio Luno que tiene antecedentes sobrados como estafador, que no tiene a su nombre más que un coche y una moto, embargados por varios juzgados. Que vive a todo tren en un chalet de lujo y que no se le conoce ni profesión ni ingresos justificables. ¿Qué pinta semejante ciudadano al frente de una expedición deportiva? Luego aparecen dos cámaras de televisión que al parecer no pertenecen a ningún medio informativo. Puede tratarse de dos compinches para encubrir las apariencias de un grupo deportivo. No sé qué pintaban allí dos camarógrafos si se trataba de un simple entrenamiento de un grupo de ciclistas desconocidos que en modo alguno pueden ser noticia.

No creo que esa información pudieran vendérsela a ninguna televisión de España. De cualquier modo, se trata de un cambalache inconcebible y no entra en cabeza humana cual habrá sido el organismo oficial que autorizó y subvencionó esta ‘excursión’. Los ciclistas llevaban once días en Ecuador «como parte de su preparación física para la próxima temporada en España». Dicha ‘preparación’ consistía en la ascensión al nevado Chimborazo. Conozco el volcán que está justo al lado de la finca de mi amigo Carlos Proaño y es una cumbre suave y no se me alcanza qué utilidad pueda tener para la preparación de los ciclistas llevarlos hasta allí, habiendo en España infinidad de montañas mucho más difíciles de escalar y puertos con muchos más kilómetros de subida y bajada. Es como si los remeros de corrientes rápidas se fueran a entrenar al mar Muerto o a la Bahía de Palma. Algo inconcebible desde el punto de vista técnico y un despilfarro injustificado de los presupuestos del deporte.

Los que han visitado Quito saben muy bien los problemas del ‘mal de altura’ que debemos superar los primeros días, donde debe evitarse cualquier esfuerzo si no quieres enfadar al corazón. Al llegar te dicen: «comed poquito, andad despacito y dormid solito». Para que os hagáis una idea, en todos los hoteles hay balones de oxígeno para atender a los españoles al menor síntoma de desfallecimiento, antes de que llegue el médico. Y el Nevado Chimborazo, está mucho más alto que la capital. Todos los años en la plaza colonial de la finca de mi amigo se celebra un tentadero con fiesta y yo jamás me atreví a torear por miedo a que me diera un soponcio.

Habría que exigir responsabilidades a los organismos que han autorizado ¡y subvencionado! semejante disparate. A no ser que entre los estamentos oficiales alguien participara también de la millonada que iban a producir esos 60 kilos de cocaína, camuflados entre el material deportivo.

Ante las características del montaje bien pudiera tratarse de un ‘entretenimiento’ organizado meticulosamente a espaldas de la federación. De otro modo no se explica qué hacía un delincuente al frente del equipo y qué pintaban allí dos camarógrafos de ninguna televisión. Imagino que la indignación de los padres de los ciclistas será justificada. Que se trate de auténticos deportistas engañados. Sería muy triste pensar que también son colaboradores de un crimen contra la salud pública.

Alfonso Navalón, enero 1988