Crónica viajera por la torería de Huelva

«Nunca estuvo la fiesta tan abajo» declaró Chamaco sobre la falta de emoción

Más de veinte años sin volver por aquí y ahora parece que me voy a empadronar en Huelva. Dos conferencias en poco tiempo. Vuelvo a la vieja ‘Tertulia del Litri’ que celebra el medio siglo de su gloriosa vida. Llego la víspera atravesando la interminable Sierra de Aracena, pasando por las antiguas minas de Río Tinto, donde los ingleses inventaron el fútbol español y al Recreativo. Contemplo aterrado una inmensa presa como la que reventó hace poco llenando de veneno las marismas. Llego a tiempo para asistir a la clausura del ciclo organizado por la Junta de Andalucía. Hablan Chamaco, Fernando Cuadri y Pizarro, que redactó el reglamento invigente en las plazas andaluzas.

El delegado de cultura, hombre inteligente y naturalmente de izquierdas me pide que diga algo. Y lo digo. Me asombra la sinceridad de Antonio Borrero ‘Chamaco’: «Nunca ha estado la fiesta tan baja como ahora». Es muy difícil oír a un torero expresarse como a un aficionado de a pie. Su lógica es aplastante: «Han acabado con la emoción. El peligro existe, pero al público no le llega esa sensación. Los toreros se juegan la vida tontamente y además aburren. En nuestra época el toro era más chico y un año más joven. El público estaba sobresaltado en los tendidos porque en cada feria importante íbamos dos o tres a la enfermería. Nadie era capaz de ver la corrida sentado. Ahora, además de no moverse del asiento, el público está de conversación…»

El hijo de Celestino Cuadri analizó el estado de las ganaderías: «Se ha ido buscando la nobleza en vez de la bravura. Y de la nobleza tonta a la mansedumbre hay sólo un paso. Antes un toro noble era además bravo y a los veinte pases ya se había ‘orientado’. Ahora los toros aguantan setenta muletazos y aburren a los toreros. Y los toreros aburren al público, porque todos torean igual. Ahora no se torea: se repiten los mismos pases». Pizarro, el redactor de ese reglamento que no se cumple en ninguna parte, dice que la fiesta estuvo en peligro cuando entramos en la Comunidad Europea, porque todas las naciones querían suprimir las corridas. Ahora nos aceptan como somos, pero el enemigo está dentro de la fiesta. Los que pueden acabar con esto son los taurinos, los que viven del dinero del público.

Antes Cipriano Díaz había oficiado de director de lidia, y cuando acaban me dicen que hable. Digo que me ha sorprendido ver a Chamaco haciendo de Navalón. Por decir lo mismo que decía el torero, a mí me querían matar hace treinta años. Digo cosas que ya os las podéis imaginar. Y empiezan las sorpresas: el delegado de Cultura dice en público que tengo que venir al próximo ciclo de conferencias de la Junta. Entre el público está mi ‘apoderado’: Vicente Parra y servidor tenemos las vidas cambiadas. Él nació en Guijuelo y vive en Huelva, yo nací de Chiripa en Huelva y vivo en esta tierra. Al salir me dice que ya estoy contratado para volver al mes que viene a dar el pregón de las fiestas colombinas. A la mañana siguiente en los salones del hotel dan los carteles de las corridas de agosto. Los felicito porque no han puesto toros de Domecq ni de Atanasio.

Cuando me descuido ya tiene organizados los coloquios para que venga a la feria. Pero esta misma mañana llamaron de Vitoria para comprometerme las charlas de la Virgen Blanca. A cinco minutos de intervención en los salones del Monte le he sacado más provecho que Pepe Luis Vázquez a los tres capotazos del ‘quite del perdón’. Sólo que servidor aquí no estaba anunciado en los carteles. Me han invitado a hacer un quite y han salido más contratos que si hubiera cortado las orejas. ¡Cómo cambia el público!

La primera y única vez que hablé en Huelva hace veinticinco años no se atrevieron a volverme a llamar. Porque entonces no se podían decir aquellas cosas. Hacía poco que había muerto Franco y mi charla se centró en la estrecha relación entre los toros y la política. Un estudio de cómo cada figura de una época corresponde a un momento social determinado. Desde Belmonte a El Cordobés. Desde la caída del marco alemán en la primera guerra europea hasta la llegada del plan de desarrollo con los escándalos de Sofico y otras estafas millonarias.

Aquello escandalizó al personal y un fascista se levantó airado: «¡Limítese a hablar de toros y deje la política!» Por eso no volvieron a llamarme. Era cuando todos los críticos decían que torear era la vulgaridad hortera del pobre Paquirri, el medio pase de Manzanares, o el zapatillazo de El Capea. Y cualquiera les convencía que torear era lo que había hecho hacía unos años un tal Rafael Ortega. Esta noche en la ‘Tertulia del Litri’ del viejo barrio del matadero, empecé con un desafío, con los mismos argumentos de la crónica del pasado domingo, donde pedía la dimisión del bocazas de Clemente, dejaba con el culo al aire a la política europea de nuestra inmadura ministra de Agricultura y del espanto que me ha causado ver al presidente Aznar comentar el asesinado del último concejal de Rentería con una sonrisa absurda y diciendo esa puerilidad de: «¡Lo pagarán!».

Y esta vez no se escandalizó nadie. Ni un voto en contra aunque casi todos eran de derechas. Uno se asombra de estos cambios radicales del mismo público que me lapidó entonces y uno se alegra de esta madurez para el diálogo que vamos alcanzando lentamente. Antes era un salmantino intruso. Ahora se sienten orgullosos de que haya nacido aquí, en el tercer balcón de la segunda casa de la calle de las ‘Bocas’, ¡menos mal que no se me ocurrió nacer en la calle del Silencio!. A todas las ciudades donde llego los críticos quieren echarme porque les voy a estropear el pasodoble.

Aquí desde este invierno Cipriano, Parra y Guerrero son tres admirables compañeros que me tratan casi con veneración. Estoy más ancho que largo, sobre todo cuando al terminar la charla del viernes me rodeaban los ‘litristas’: «En Huelva no se volverá a dar una charla sin contar contigo, porque estamos hartos de escuchar a Molés, al Fernández Román y a la madre que los parió a todos». He pagado venticinco mil pesetas por dormir una noche en el hotel Monteconquero ¡vaya bajonazo! y estoy escribiendo esta crónica a las cuatro de la madrugada entre el silencio espeso de la finca del Litri, donde hace veinte años estaba la legendaria ganadería de Concha y Sierra.

Ya no hay quien conozca esto. Conchita Spínola ha hecho un salón inmenso con una mesa para cuarenta comensales y una preciosa chimenea con las viejas piedras de unas ruinas históricas. De pronto, en el silencio de la noche, se me agolpan los recuerdos en la casa de este amigo cabal al que jamás hice una crónica buena en su apasionante carrera de ídolo de masas. Y lo que son las cosas, cuando se casó en el Monasterio de Guadalupe fui el único invitado del periodismo taurino. Precisamente el único que jamás le dedicó un elogio como torero. Pero lo más grande es que me mandó un gran turismo de los del Hotel Palace para que no me molestara en conducir.

Ahora estoy aquí porque mañana tenemos una de esas famosas fiestas donde Miguel invita a comer a cien amigos en una carpa que tiene en el jardín. Vamos a volver a torear juntos cuando ya desaparecieron las vacas variopintas de Concha y Sierra. Ahora, como Miguel, como tiene un hijo torero, su nueva ganadería lleva la sangre dulce de ‘Los Guateles’, cuando hace cincuenta años, la ganadera salmantina María Antonia Fonseca compró vacas de Juan Pedro Domecq antes de que lo contaminara el ‘carabicha’ de Juampedrito. Y con la otra mitad se quedó el pobre Raboso ¡las vueltas que da la vida!

Ahora me toca torear en ‘Peñalosa’ las rabosas de Domecq. La casa de Chamaco La primera noche tuve una cena memorable con ese otro personaje de novela que es Chamaco, al que la chispa de vivir le sigue saliendo a chorros por su cara de indio espabilado: «Cuando yo tenía doce años ya llevaba los bolsillos llenos de dinero»… Antonio era un pícaro de la calle que apenas sabía leer. ¿Y de dónde sacabas el dinero? Chamaco se echó a reír pero me quedé con las ganas de saber cómo agenciaba el parné. Después me entero que estaba empleado en una confitería. Lo más sorprendente es que con treinta años y millonario podrido se fue a Londres a hacer ¡un máster de Economía! Mientras tanto Alvarito Domecq, en los mejores colegios, sólo había aprendido a descifrar la sección de Toros de ‘La Voz de Jerez’…

Litri es tímido y sordo, pero he descubierto hace muchos años que tiene la sabiduría de hacerse el sordo cuando le conviene. Miguel es un filósofo introvertido, Chamaco es un vitalista que goza de la buena vida y se le van los ojos y las manos cuando ve a una hembra con mensaje. A Chamaco lo conocía muy poco y me caía muy bien. Ahora me ha llevado a conocer la casa nueva que se ha comprado en el corazón de Huelva. Después de cambiarse de un piso de superlujo que le costó una millonada. La casa nueva es una mansión clásica, con esa aristocracia que los andaluces heredaron de los árabes. Una terraza inmensa con dos torretas aisladas encima del piso principal.

También Chamaco tuvo la suerte de encontrar en Carmen a una mujer de bandera con el mismo buen gusto de Conchita Spínola para darle la vuelta a esta casona y adornarla de cuadros antiguos, tapices y persianas silenciosamente eléctricas. Y unos cuartos de baño como los que tenían los califas de Córdoba en el palacio de Medina Azahara. Antonio recuerda cuando coincidimos en el barco de aquel viaje a Marruecos. Yo iba a Marrakech al fabuloso hotel de La Mamunia, uno de los más bellos del mundo, y él iba hacia Casablanca al no menos fascinante hotel donde Humprey Bogart rodó ‘Casablanca’, aquella película que sobrevive a todas las modas.

Nos pasamos la travesía haciendo risas. Le acompañaban sus dos hijos, chiquitos y vivarachos como él. Me cansé de hacerle putadas a Tono, con su pelo rebelde de puerco espín que se crecía al castigo y no paraba de gastarme travesuras. Un demonio de muchacho recién llegado de un colegio inglés para pasar las Navidades. Diez años más tarde, los dos salíamos en hombros en Marbella después de cortarle todas las orejas a una corrida mía. Conservo la foto en el dormitorio. Antes de salir me lleva a la torreta de la esquina, un cuarto con otro baño de capricho, como el nido de ensueño de un poeta para asomarse a los tejados de esta Huelva apacible y tertuliana: «Éste va a ser tu cuarto cuando vuelvas a Huelva». ¡No jodas, que luego se enfada Miguel!

Y como sabe de mi debilidad por los pescados finos cuando llego a la orilla del mar, nos lleva al mejor restorán de estos contornos: gambitas y almejas frescas, coquinas, ostras, atún en adobo y como el rodaballo es un pescado especial que no necesita aditamentos como la merluza ni tiene la grasa pesadez del salmón, nos lo ponen a la parrilla dorado y oliendo a gloria, mientras una botella de blanco de la Palma del Condado va y viene desde el cubo de hielo. El drama de un niño Y en esa cena me entero de una historia conmovedora. De ese desafío del hijo torero por querer dignificarse ante el padre por aquella pesadilla juvenil que convirtió su vida en un drama y acabó con su brillante carrera en los ruedos.

Tono tenía sólo dieciocho añitos cuando un amor disparatado se cruzó en su camino. El padre trató inútilmente de hacerlo entrar en razón, y cuando perdió hasta la última peseta del montón de millones que ganó tan deprisa, llamó angustiado a Cipriano Díaz: «Sácame de aquí». El cronista de Huelva que hizo de segundo padre durante aquellos años de locura, recibió la plena confianza de Chamaco para enderezar el futuro del chaval. Ahora Tono dispone de una hermosa finca y una ganadería. Lo tiene todo como si hubiera coronado su carrera, pero le sale la raza de los genes y quiere ganarle el desafío al padre volviendo a casa dignificado.

Ya no tiene apoderado ni nombre en los carteles, ni el respaldo del padre millonario y famoso, ni la adoración de Balañá. Ahora le busca los contratos el bueno de Cipriano y los rechaza, porque los empresarios quieren humillarlo con corridas desesperadas y carteles peseteros. En este mundillo mezquino no se perdona nada. Y Tono, en la soledad de su finca, mata toros a puerta cerrada y vive esa rabia sorda de esperar el día en que su padre lo reciba por la puerta grande.

Y Antonio Borrero sigue ahí preguntando todos los días a Cipriano sobre el futuro del chaval: «Aquí no se puede ser más que figura. Porque si no eres figura te pisotean todos». Y le gustaría que su hijo se olvidara del traje de luces, pero en el fondo se le nota el orgullo de que quiera rescatar su propia gloria. La cena que nos dio Litri al día siguiente también fue apoteósica, pero Conchita estaba obsesionada con el proyecto de un escultor para el monumento que va a dedicar Huelva a los cuatro toreros de la dinastía en la plaza de ‘los Litri’. Ganadera con revólver. Hace veinte años que no volvía a Peñalosa. La última mañana estaban aquí Salvador Dalí y la hija de Franco. Yo había llegado con el escultor Sebastián Miranda y el querido Cañabate, al que luego han sustituido en ‘ABC’ dos mediocridades sin talento ni categoría. Y volví con don Cristóbal Becerra, un maricón ilustre que fue apoderado de Marcial Lalanda, fundador de la cuadrilla del ‘Bombero Torero’.

Con nosotros iba una hembra con más ovarios que Isabel La Católica: Isabelita Clara Sierra, famosa ganadera colombiana que llevó siempre pistola al cinto y no dudó en darle al gatillo cuando alguien le iba a contrapelo. Isabel tendría entonces cerca de setenta años y no sé por qué me adoraba. Volvíamos deprisa para llegar a la corrida de Sevilla y en una de las curvas de Escarcena mi coche derrapó y estuvimos a punto de estrellarnos: «¡Periodista hijo a puta, que nos vas a matar!» y se quedó lívida. ¿Y tú eres esa mujer de armas tomar? Una cagona es lo que tú eres.

Esa noche me invitó a cenar y me regaló una cadena de oro con el Cristo de los Milagros. «¡Porque tú, periodista de mierda, vas por la vida como un potro loco!». Ahora ya no hay quien conozca la finca de Litri. Hay en el patio un cúmulo de morriles de piedra de comer los toros, con una cascada de flores que es una maravilla, y el jardín con una alfombra de césped rodeando la piscina. Conchita diseñó el palco de la plaza como un salón de plaza grande. Hay en las paredes apuntes y cuadros de Vázquez Díaz, y una foto del pintor envuelto en el capote de paseo de Manolito Litri en los años veinte. Tiene también un dibujo de Picasso.

Casi no he podido dormir en esta noche de bochorno y recuerdos. A las doce tomamos unas tapitas con cerveza fría y vamos a torear esa primera becerra salpicada, noblota y tontona que embiste muy largo por el izquierdo. ¡Conchita no te da vergüenza en una casa tan de derechas y que te salgan las vacas de izquierdas! Miguel se ha quitado de encima cinco kilos de barriga y le da una tanda de naturales más quieto que un poste. Se empeña en que salga y mientras doy unos muletazos me parece que la plaza está vacía, habiendo tantísimo personal.

No veo a ‘El Vito’, ni a Luis González, ni a Pepe Luis Vázquez, ni a Julio Aparicio. Tampoco está Ramón Sánchez, sólo queda Ambrosio, que fue picador del padre y del hijo y que ya sólo echa el palo en la finca de Ramón, nuestro amigo del alma que me trajo aquí la primera vez desde Sevilla. Litri se ha levantado a las ocho de la mañana a preparar uno de sus guisos magistrales. Hoy nos toca choco con papas, y discute el punto con Pedro Macías, otro sibarita de las cazuelas. Han traído langostinos de Punta Umbría para abrir boca. Desguazamos un jamón de bodega oloroso y después, acedías, pijotas, salmonetes y mero. Después, el guiso. Aparece mi hijo, que se fue a pasar el día a Punta Umbría y vuelve hecho un cangrejo. Esta noche se va de fiesta a Moguer. Me tiro de cabeza a la piscina. Pongo el ventilador y duermo una siesta de tres horas. Al bajar el sol ya está Miguel en la cocina: «Vamos a merendar un gazpachito frío y algo de pescado. Y luego ya veremos qué cenamos». Dentro de cuatro días vienen los de la Real Academia de Gastronomía. ¿Por qué no pones un restorán? Pero no todo iba a ser felicidad. Desde ‘El Berrocal’ me dicen que a un toro de la corrida de Gijón me lo han matado sus hermanos a cornadas. ¡Como en la política!

Alfonso Navalón, julio 1998

En la fotografía, los matadores Antonio Borrero Chamaco y Miguel Báez El Litri