La vida está llena de contrastes. Por un quítame allá un pinzamiento de las cervicales, noté que tenía insensibilizados dos dedos de la mano izquierda. Y algo de la parte exterior de la pierna. Comprenderéis la alarma. Le quedan a uno ya pocos años para gozar de los placeres del tacto y a estas alturas sería penoso perder sensibilidad. Así que huyendo de las amenazas de cierto sector del Hospital Clínico que me la tienen jurada desde las ocho horas de espera en ¡urgencias! con aquella cornada de mi mayoral, acudí a los buenos oficios del Virgen de la Vega donde tengo un montón de amigos, sin contar con mi vecino el doctor Tejerizo. Así que después de radiografías y otras gaitas me han impuesto el sacrificio de levantarme a las diez de la mañana para la radioterapia, los rayos láser y luego estar diez minutos colgado. Con esto del ‘colgamiento’ en la cafetería del hospital se hacen risas. Unos dicen que no me deje colgar. Otros (parientes o amigos de algunos de mis enemigos) dicen que así es como tenía que estar siempre, ¡colgado por la cabeza!

Recuerdo perfectamente cuando ocurrió este porrazo en las cervicales y doy gracias al cielo por la cantidad de años que lleva sin molestarme habida cuenta la correa de perro que debe tener. Ocurrió hace unos diez años. Cuando por la menor disculpa organizábamos una tienta-orgía en ‘El Berrocal’. A los de la Peña de Manzanares de Ciudad Rodrigo, cuando ya lo tenían todo organizado, ‘El Raboso’ les negó las vacas porque se enteró que no venía el torero alicantino. A las tres de la mañana me localizaron en una discoteca y les daba apuro pedirme un favor ‘de segundo plato’. Pero como ellos son gente cabal y no hay que culparlos por sus afinidades con un torero cursi y tramposillo, nos fuimos en procesión a ‘El Berrocal’, al venir el día, para organizar aquel barullo.

Como las vacas estaban repartidas y no encontrábamos los caballos (ni había ninguno en condiciones de montarlos), hicimos un ‘ojeo’ de treinta voluntarios y metimos al barullo las primeras diez que entraron. A todo esto, ya había llegado la camioneta con las bebidas (múltiples) y la comida. Así que terminado el encierro nos pusimos a almorzar como jenízaros. Y a eso de las doce estábamos todos como para torear al mismísimo toro de San Marcos. Las vacas estaban gordas y toreadas dos o tres veces. La segunda, que era gacha, tuvo la astucia de atrapar a un funcionario del uranio, justo cuando se desplomaba desde la terraza de los chiqueros, vencido por la carga etílica. Cuando dio con sus huesos en el ruedo dijeron que ante semejante porrazo se le había espabilado la cogorza. La que se espabiló fue la gacha, que nada más verlo caer le pegó una cornada de caballo muy cerca de la femoral. Primer coche al hospital de Salamanca. Acto seguido, otro ingeniero de la Junta de Energía Nuclear, resultó alcanzado y le partieron una pierna. Era el inolvidable Manolo Villasrrubias que luego estuvo medio año en una silla de ruedas a consecuencia del percance. Para dar ejemplo salí a dar unos capotazos. La vaca me echó a los aires y caí de cabeza. Todavía estaba en el recuerdo de todos la desgracia de Antonio Bienvenida, muerto de una voltereta parecida. En la puerta de los chiqueros estaba el ganadero y juez de Talavera, Joaquín Cortijoliva, que había caído por allí de casualidad a hacerme una visita. Joaquín, asustado del rosario de percances, les abrió la puerta a todas las vacas y las echó al campo. Era el único que estaba sereno y el único al que le obraba el conocimiento. Y se acabó la tienta.

Ahora al cabo de tanto tiempo recorro todas las mañanas ese cuadro patético de cojos o inválidos que acuden a las sesiones de rehabilitación. Y hago nuevos amigos entre los que llevan el molesto collarín, los que tienen un hombro averiado o los que luchan por volver a andar después de un accidente de automóvil. La primera mañana Froilán Hidalgo me llevó a tomar un aperitivo a la Facultad de Bellas Artes, por encima de la plaza de toros. Y prometo volver cuando pueda por la saludable terapia de analizar ese contraste vitalista de una juventud bohemia y soñadora. La cafetería de Bellas Artes es una explosión de belleza. Hay cada chavala que da gloria pintarlas o esculpirlas y siento al verlas una apremiante necesidad de recuperar el tacto en estos dos dedos que se quedaron encorchados.

Nota al margen:

Como no tengo espacio, en la sección taurina del próximo miércoles contestaré a esos rumores de los que se hizo eco mi amigo Pedro Casado en su sección del jueves pasado. Hace tiempo que convoqué un concurso, con una vaca de Domecq como premio, al que acertara el origen de esa horterada de coche que tengo ahora. Un Mercedes con once años de uso que ha despertado las maledicencias de los castrados mentales. Me encanta que sigan ocupándose de un servidor los piojosos descerebrados del taurinismo.

Alfonso Navalón, febrero 1998

Valga la foto de la plaza de toros de Las Ventas, la que tuvo el honor Alfonso Navalón de salir en hombros de la primera plaza del mundo.