Esto del régimen va a ser un engorro y un día por otro no acabo de empezarlo en serio. Resulta que cuando ya me había hecho a la idea de las comidas austeras, me invita José Antonio Chopera para inaugurar el salón que han hecho junto a la plaza de tientas. Y me ponen una fuente de patatas ‘meneás’, picantitas y sabrosas. Y hacemos el paripé de retirar los torreznos como si no estuvieran ya las patatas empapadas de la suculenta grasa. Y luego redondo de ternera con salsa. Menos mal que respeté la bebida.

El día antes fuimos a Ledesma al festival de Toreri y nos quedamos a merendar en la Fonda de La Nena. Había un cabrito guisado de órdago a la grande y para disimular me puse a rechupetear las tajaditas pegadas al hueso que son las más sabrosas. Cuando me quise dar cuenta tenía en el plato un ‘muelo’ de huesos. Y luego queso casero que de calorías debe tener lo suyo.

El lunes hice el firme propósito de empezar con las verduras, la carne a la plancha y el pescadito. Pero después de evitar los vinos y las tapas en una interminable mañana de privaciones, caigo en una tertulia del bar Aloa en la calle Espoz y Mina, donde Florines y Dani han encargado para todos unas alubias pintas y hago un amago de marcharme. Pero la buena compañía y el olor del guisote acaban con los buenos propósitos. ¡Total, por un día no pasa nada! Y me pongo moradito con el caldo espeso de los machorros.

La cena ya fue moderadísima: ensalada y carne a la plancha, con media manzana de postre. Pero mira por cuánto el martes me citan para una comida del periódico en homenaje a El Viti y armado de valor salgo del paso con un gazpacho y un rodaballo, pero me faltaron arrestos para renunciar a la tarta. A ver si esta semana soy capaz de sujetarme en el campo y recojo del buzón el régimen marcado por Íñigo Sepúlveda.

Una semana de heroica soledad puede ser la única manera de apretar los dos agujeros del cinturón para poder volver a torear sin fatigas y hacer la escena del diván sin que me caigan los chorros de sudor por el cogote. Inesperadamente encuentro una fórmula nerviosa para quemar calorías que no debe figurar en ningún tratado de dietética: un berrinche. Resulta que al terminar el festejo de las suculentas alubias, me había desaparecido el coche. ¡Se lo había llevado la grúa! Por las buenas, sin motivo razonable que lo justifique.

Es la cuarta vez que me secuestran el auto. Las otras tres veces reaccioné con tan buen humor que hasta los guardias del depósito se asombraron. Por lo visto fui el único que no fue a recogerlo insultando y echando culebras por la boca. Pero esta vez me han llevado los demonios. No cabe duda que debe haber algún guardia que me tiene ojeriza. Bien porque sea partidario de Joselito, porque es admirador de Manolo Chopera o pudiera darse el caso que su mujer se haya tomado la licencia de acostarse conmigo.

El caso es que se me subió el santo al cielo al ver tres coches peor aparcados que el mío (uno, ocupando un paso de peatones y otro verde, tapando una bocacalle de San Pablo). Le escribí una carta al alcalde que llevé en mano a su casa. Ni caso. Me pasé la mañana siguiente llamando al Ayuntamiento y ni se puso. ¡Debí avisar a Alberto Estella! El caso es que dentro del coche tenía las gafas, la documentación, las llaves del piso, los artículos del miércoles y jueves.

A todo esto, le llevo pagando a los de la grúa setenta mil pesetas de mi alma. Está fuera de duda que se trata de una persecución. Ricardo Muñoz Anaya propone que lo pague el periódico, porque si no escribiera no me pasaban estas cosas. Pero con Mariano ¡ni bromas! Digo yo que la puta grúa ésa lo que debería hacer es remolcar y llevarse esos dos adefesios de casas que han hecho delante de la iglesia de San Marcos, que es una vergüenza para esta ciudad y no sé cómo coños no le molestan al alcalde, que vive a dos pasos.

Digo yo que esa bofetada a la estética de una ciudad monumental es mucho más importante que mi viejo coche de nuevo rico (que me da hasta vergüenza ir subido en un Mercedes). Y el guardia ése que me tiene hincha va y me jode tres mil duros de golpe. Y encima al poco rato de pagar coincido con el alcalde en la comida del periódico y el muy puñetero se lo toma a risa. Pero lo más grave es que yo creía que esto era un negocio sucio del Ayuntamiento.

Y he podido comprobar que es una ruina. Había en el depósito cinco grúas paradas a las dos y cuarto. Y en toda la mañana sólo habían secuestrado nueve coches. Échale la cantidad de personal que acompaña cada acto de bandidaje de la grúa y resulta que vale más el collar que el perro. Que tanto barullo para recoger sólo nueve coches en una mañana quiere decir que se están tocando los cojones y arramplan con el primero que encuentran para justificar el servicio.

En esa comida estábamos nombrando ‘Salmantino del mes’ a Santiago Martín. Y propuse que se nombrara también ‘Salmantino non grato’ a Julián Lanzarote. La idea, lejos de resultar una irreverencia, fue unánimemente celebrada por todos los presentes. Y encima el puñetero alcalde se lo tomó a broma. ¡Con las cosas que podría hacer hoy con tres mil duros!

Alfonso Navalón, mayo de 1998