Hasta en la época en que los grandes ganaderos salmantinos empezaron a perder cartel, te surgía de pronto un habilidoso simpático como Juan Mari (¡ya están los de ‘La Gaceta’ en guardia a ver qué escribo!) que jugaba a la alta política de las dos caras. Me llamaba ‘prenda’ y mantenía un tono cordial. Pero al revés que estos mierdecillas, cuando tiraba a dar apuntaban alto.

Y en vez de escribir cartas que son el hazmerreír del personal, convocaba en su casa una reunión con personajes tan antagónicos como el alcohólico bandujón de Ignacio Aguirre, con toda su fuerza política de semiministro de la UCD y el fatuo de Enrique Múgica cuando más preponderancia tenía entre los sociatas. O sea, que enfrentarse a Juan Mari tenía su mérito porque era un hombre representativo, carismático e influyente.

Y aquello resultaba apasionante. Ahora lamento que, como respuesta al mentado contubernio, le amargué unas ferias cuando le salió muy bueno un toro colorao. Se me fue la mano en los escarnios y lo tuve recluido en ‘Linejos‘porque la crónica era como un carro de leña. Por esa puta soberbia y esta cabezonería no llegamos a hacer las paces. Que en el fondo era lo que estábamos deseando los dos. Porque disfrutábamos puteándonos y además tenía ingenio y sabía soltar un gato a tiempo para darle emoción a la tertulia, como aquella noche de Bilbao.

Estábamos atravesando uno de los baches de tiranteces. Pero de buen tono porque Juan Mari acudía a mis coloquios y confesaba que se divertía mucho. Al verlo en la sala lo invité a salir. Y aceptó. El público sabía cómo andábamos y había una gran tensión. Pero los dos sabíamos que ninguno iba a perder los papeles. Para mayor temeridad hablamos del afeitado y aquello se puso al rojo vivo. Cuando la entrevista estaba ya madura le pregunté a bocajarro: “¿Es verdad que tú afeitas mucho?”, y él replicó en el acto: “¡Yo no he afeitado un toro en mi vida!”.Tienes razón: para eso está el personal especializado”…

Al terminar el coloquio tomamos una copa, hicimos risas y estuvimos una temporada larga de amigos. Aunque tuviéramos el burro a la linde. Aquéllos eran contrincantes de altura y no estos cantamañanas de medio pelo. Mira que a estas alturas tener que andar perdiendo el tiempo con el Sánchez Benito ése… Bien mirado tendría que subvencionarme por hacerlo casi famoso.

Aunque con éste no creo que se repita el caso de Victorino. Aquello fue fácil porque el cateto se aprendió muy bien el papel.

Alfonso Navalón, mayo de 1998