Con un poco de tolerancia se habría evitado este escándalo nacional que ha provocado la presencia del obispo Braulio en Vitigudino, porque el asunto ha desbordado los límites provinciales para convertirse en la comidilla de los noticiarios televisivos. Y eso ya pasa de castaño oscuro. Bueno está ya que a lo largo de nuestra desdichada historia los jerarcas de la Iglesia hayan tenido todavía más poder terrenal que su ilimitada influencia como pastores de almas. He leído con estupor una carta de nuestros lectores donde se nos recuerda el respeto debido a «un sucesor de los apóstoles».

Y digo yo que de San Pedro abajo, ninguno de aquellos humildes subalternos de Cristo se habría atrevido a pensar que sus descendientes sintieran tanto apego al autoritarismo y la pompa de las efímeras glorias de este mundo. Aquel mesiánico hijo de un carpintero lo dijo bien claro, cuando quisieron equivocarlo enseñándole un denario: «A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César». Lo grave es que de Cristo a nuestros días, los papas y los obispos se han apoderado de todos los privilegios de ‘ministros’ del Señor pero llegando a tener más poder que el César de Roma. Y aquí estamos tratando ya de algo mucho más importante que el César.

Ahora anda por medio el llamado pueblo soberano, el humilde, maltratado y manipulado pueblo al que nadie quiere ya reconocer como soberano. Porque hasta una mierda de concejal cuando le entregan la medalla municipal mira a sus vecinos por encima del hombro como si fuera más que Napoleón. Y bueno está lo bueno. Por encima de la vanidad de los gerifaltes está el respeto a los derechos del pueblo. En este caso hay tres pueblos en la provincia que celebran el Jueves de Corpus como el día más grande del año y el mismo refranero cristiano reconoce que hay tres jueves en el año «que relucen más que el sol».

Los de Ledesma, Vitigudino y La Fuente de San Esteban vienen celebrando su fiesta desde tiempo inmemorial. Y todos los demás que veneramos otro Patrón o Virgen también respetamos la solemnidad del Corpus como algo sonado, entre otras razones porque era costumbre estrenar algo ese día, como también el Domingo de Ramos. Hasta los que no creían en Dios ni en los curas se ponían de tiros largos ese día. Y todos íbamos la víspera al campo para traer varios carros de tomillo y romero para adornar las calles por donde pasaba la procesión. Amén de las flores que traían las mujeres para los altarcillos donde se ofrecían los niños de pecho.

Parece mentira que la Santa Madre Iglesia que desde antiguo tuvo la sagacidad de sacralizar las fiestas paganas de las religiones impías para apropiárselas con santos católicos, quiera ahora borrar fiestas de tanta raigambre como el Corpus. Las grandes orgías paganas, como la noche de primavera del 24 de junio, se hicieron católicas bajo la advocación de San Juan. Lo mismo hicieron con las fiestas de los indios de América. Antes cristianizaban las paganías. Ahora quieren paganizar o suprimir las fiestas cristianas. Y el pueblo ha dicho basta. Porque las costumbres son sagradas y porque después de las solemnidades de las misas de cuatro curas venían los encierros y los toros y el baile que han de hacerse ese día y no otro por muy chulo que se ponga el obispo.

Esto es tan sagrado como los viejos fueros que hasta los reyes tenían que jurar y acatar. Un obispo no puede entrar en un pueblo en actitud dictatorial y negándose al diálogo con el pueblo. Cristo buscaba al pueblo. Ahora sus prelados le cierran las puertas con el ordeno y mando. Bastante vergüenza debió pasar el obispo Braulio al ver que su parafernalia de mitra, báculo y casullas, se celebró con escasos fieles mientras el pueblo en la calle le daba la espalda. Pero no tuvo la humildad de escuchar sus razones y de ahí surgió su humillante huida al convento de monjas mientras el pueblo lo acosaba con un abucheo callejero. Mala cosa es que los clérigos más notables olviden la soberanía del pueblo. Lo peor es que están acabando con la afición. Que a este paso y con estas conductas se van a quedar sin clientes.

Alfonso Navalón, mayo de 1998

En la imagen, el obispo que ha dejado la mitra por el amor a una mujer.