Día tras día, se suceden las noticias acerca de cancelaciones de ferias taurinas, muchas de ellas con meses de antelación. Es el caso de Murcia, Albacete o Soria. Menciono a esas tres por ser capitales de provincias, pero son muchas las pequeñas localidades que han tomado esa misma decisión. Sin embargo, me planteo: ¿no nos estamos precipitando?

 

Desde el comienzo de esta maldita pandemia del COVID-19, todos aquellos eventos multitudinarios han sido cancelados. El distanciamiento social como única alternativa, como único remedio. Cuando no, el encierro domiciliario a la espera de un milagro. ¿Hasta cuándo podremos resistirlo? Algunas voces se comienza a alzar ante este despropósito. ¿Y si no llega la vacuna? ¿Y si el bicho no desaparece milagrosamente? Es evidente la necesidad de acomodar nuestros hábitos diarios a esta traumática situación. Aunque la epidemia siempre vaticinada y nunca conocida nos azote tan duramente, no podemos permanecer tras las murallas. ¿Cuánto tiempo puede resistir un Estado paralizado? ¿Cuánto? Sinceramente, no hay día que no me lo pregunte.

 

Tras la anterior reflexión, de mayor alcance, hay que centrarse, incuestionablemente, también en el aspecto taurino. Del mismo modo que la economía y la sociedad de una nación no puede permanecer arrestada sine die, la cultura tampoco. De igual forma que en nuestra vida diaria tenemos que aprender nuevas formas de interacción, el mundo del toro no puede mantenerse al margen, una vez más. Es imprescindible establecer métodos eficaces de cómo afrontar este reto mundial que se nos ha planteado. No admite discusión que cualquier medida que en este sentido se adopte debe llevar aparejada una disminución de los costes. Pero eso ya es otro debate.

 

Seguramente sea descabellado meter a cerca de veinticuatro mil almas en Las Ventas en las actuales circunstancias. No solo por la cercanía del compañero de localidad, sino por otros muchos problemas espaciales como los vomitorios o la concentración de personas en los aledaños de la plaza. Y digo Madrid, cuando podría referirme a muchas otras localidades de concurrida afluencia. Sin embargo, no hay que obviar la realidad de muchos festejos que en coquetas placitas de provincias se dan año tras año. Sí, de lo que ahora han convenido llamar de la España vaciada. No usaré más dicho término por capcioso y producto de una necesidad de etiquetar absolutamente todo. Retomando el tema que nos ocupa, es incuestionable que, en todos esos festejos, el número de público es sensiblemente escaso. En muchas de ellas, se llega a la media plaza. Sencillamente, no hay gente para llenar los tendidos. En dichas circunstancias, ¿no sería viable elaborar un plan de acción para todas estas localidad? En todas ellas, el festejo taurino es inasumible sin la contribución de la corporación local.

 

También me parece ciertamente precipitada la cancelación de algunas ferias de septiembre. Más aún, cuando uno recuerda todos los aplazamientos para esas fechas. Cancelar festejos que aún no estaban programados, tampoco deja de ser menos curioso. Me parece desproporcionado porque esta pandemia, si de alguna forma se ha mostrado, es imprevisible. Eso sí, si nos creemos los datos de la autoridad gubernativa. Por ello, encuentro demasiado prematuro aventurarse a cancelaciones de festejos a tres y cuatro meses vista. Hace escasas semanas, nos negaban cualquier posibilidad de disfrutar de la playa; ahora, casi que nos obligan a ir. No obstante, con tajantes cancelaciones no hay opción de que se dé ni lo uno ni lo otro. Y aquí me surge otra duda, ¿no será que el sector no quiere dar toros?

 

Por Francisco Díaz.