Como nos ha pasado a tantos hombres, Joaquín Vidal tuvo que rehacer su vida en la madurez y supo encontrar a una mujer dulce y enérgica que estuvo a su lado en las horas difíciles, ganándose el respeto de sus hijos y permanecer a la sombra de la fama del marido. Ayer me llamó con el cariño de siempre, para mandarme el último libro de Joaquín, para recordar que hasta sus últimos días permaneció fiel a nuestra vieja amistad y reconocer su gratitud cuando le serví de alguacilillo para entrar en ‘Informaciones’ como ‘segundo’.

No es cierto que yo fuera su maestro, porque Joaquín tenía sello de figura desde sus primeras crónicas en los modestos festejos de las plazas periféricas, compartiendo esta sufrida tarea con Donaire y Carlos de Rojas, mientras yo me llevaba los honores de las grandes ferias. Joaquín nunca fue un ‘segundo’ ni yo fui su maestro, porque venía ya curtido de la andanada del ocho con un concepto muy claro del toreo y una limpieza de carácter ajeno a todas las golferías de los trepas que se arriman a los favores del torero o se dejan gobernar por el poder del empresario.

Desde el primer día le cantó las verdades al Lucero del alba y mantuvo su decencia hasta la muerte. Sobre todo cuando se quedó completamente solo, después de mi retirada, soportando la feroz persecución y las calumnias de los cronistas del pesebre. Yo podía enseñarle cosas técnicas por mi experiencia del toro en el campo y haber toreado tantos tentaderos y festivales. Pero Joaquín tenía sello propio, su estilo irónico y jamás trató de imitarme en las formas.

Aunque coincidíamos en casi todo teníamos algunas diferencias sobre determinados toreros. Pilar Peña ha tenido la entereza de negarse a que usaran el nombre de Joaquín para convocar unos premios. Varios amigos de Bilbao quisieron perpetuar su recuerdo con unos galardones a la mejor crítica taurina de la temporada. Pilar sabe muy bien que se podían dar con justicia a dos o tres supervivientes de la crítica honrada: «Pero luego no habría nadie digno y no quiero que el nombre de Joaquín sirva para que se aproveche ningún mangante o incluso los que le hicieron la vida imposible en sus últimos años».

En Bilbao se levantó cierta polémica porque los admiradores de Joaquín consideran como un desaire la postura de su viuda. Pilar fue muy tajante: «Si tratáis de usar su nombre os lo tendré que prohibir por el juzgado». Y está en lo cierto. La inmensa mayoría de los cronistas actuales andan por una línea muy distinta. Los derroteros que está tomando el toreo, con su galopante corrupción, no tienen nada que ver con los ideales de nuestro amigo, mi último y único compañero en esta época de ‘chisgarabís’, asustadizos y sometidos al poder de los que mandan. Ahora casi nadie escribe para el público que compra el periódico.

Alfonso Navalón