Entre los muchos textos que guardamos del gran Alfonso Navalón, los que iremos publicando en honor a su memoria, presentamos en este día un ensayo bellísimo, el que le dedicó a Marisa Arcas, por aquel entonces, una muchacha ilusionada que quería triunfar en la crítica taurina, algo que el monopolio le impidió pero que, entre grandes admiradores de su talento y honradez, Navalón fue su valedor más apasionado, sencillamente porque era sabedor de la verdad y honradez de Marisa Arcas.

Marisa Arcas me ha sorprendido. Me abordó un San Isidro y estuvimos una tarde criticando a la prensa. Debió tragar muchas bilis trabajando al lado del fenicio levantino, que hace periodismo servil La mayoría de los jóvenes críticos sueñan parecerse al palabrero Fernández Román y a Molés

«Échale una flor a Marisa Arcas que, como sabes, te adora. Ella te conoció en Madrid, la llevaste en tu coche hasta su casa, cenaste con ella y, según me cuenta, eres de las mejores personas que ha conocido»… Me lo dice mi amigo Luís Pla Ventura en una carta entrañable mientras vive la ilusión de la salida de su libro sobre el torero presidiario. Que será un éxito.

Llevo unos días viviendo en una nube. Parece como si de pronto a la gente le hubiera dado por quererme. Cartas halagadoras, lectores de Internet y un editor de Palencia que acaba de leer una fotocopia de la ‘Fábula del torero triste’ y me pide permiso para publicarla como felicitación de Navidad en un verdadero alarde tipográfico, según me explica. También desde Alicante Luis Pla quiere publicar un libro con una larga entrevista y setenta artículos de los que se han publicado en ‘La Glorieta’. Por si faltaba alguno, mañana empiezo una serie de ‘interrogatorios’ de horas y horas, porque Carlos Velasco no quiere olvidarse del oficio y pretende escribir un extenso libro de mi vida y milagros.

Todas esas cosas empiezan a mosquearme. Durante gran parte de mi disparatada existencia la gente se ha dedicado a insultarme, a agredirme o a querer meterme en la cárcel. Y ahora de pronto todos son cariñosos. Y digo que me mosquea porque esto sólo pasa después de muerto o cuando se está llegando al final de los días. Y uno se levanta algunas veces con más ilusiones que un veinteañero.

Lo de Marisa Arcas me ha sorprendido. La conocí en la feria de San Isidro de forma inesperada. Se acercó una chavala de buen ver: “¿Es usted Alfonso Navalón?” ¡Tenía muchas ganas de conocerlo!. Ya os imagináis que lo de Vd. y el trato respetuoso me sentó como un tiro. Pero nos fuimos de vinos, mientras ella me examinaba como a una pieza de museo. Debía moverse en círculos hostiles porque de vez en cuando se sorprendía entre lo que le habían contado y lo que estaba viviendo. El caso es que echamos unas horas jugando al ratón y el gato (yo era el ratón) y a partir de entonces sentí la curiosidad de leer sus comentarios y me asombró que saliera de las fronteras habituales entre los críticos jóvenes. Marisa escribía con valentía, desparpajo y de vez en cuando no dejaba títere con cabeza.

Evidentemente no pertenecía a esa generación de jóvenes borregos que siguen los pasos de Molés y Fernández Román a los que algunos veneran como maestros del periodismo taurino. Pero inexplicablemente Marisa trabajaba a las órdenes del fenicio levantino. Imagino las bilis que debió tragar evitando el periodismo servil y además evitando que se la llevara a la cama, que es una de las normas de estos ‘empresarios’ del pelotilleo taurino, como requisito previo para cobrar un sueldo miserable. O gratis para explotar la vanidad de los que empiezan. Después he sabido que Marisa se mantuvo fiel a sus principios y supo defender su dignidad profesional y la de mujer. Ahora escribe junto a uno de los poquísimos críticos decentes que quedan en esta ciénaga de las letras taurinas. Me refiero naturalmente a Joaquín Vidal, odiado por todos los malhechores del taurinismo y del que me precio ser uno de los primeros que confió en él cuando lo llevé conmigo a ‘Informaciones’ y después a ‘Pueblo’ donde paró muy poco porque el fenicio de Molés se encargó de hacerle la vida imposible cuando ejercía el vergonzoso papel de ‘negro’ de Mariví Romero, que por aquel entonces sólo era la hija del director.

Desgraciadamente, entre las nuevas generaciones de críticos encuentro muy poco aprovechable. La mayoría sueñan ser como el palabrero de Valladolid o como Molés, más pendientes de sus cuentas corrientes que de servir al lector. Hay otros que quieren imitarme y andan como si sueltas a un caballo en una cacharrería. Dando palos, y presumen de duros pero no tienen ni idea de escribir de toros. Por eso agradezco la sugerencia de Luis Pla, pero no para echarle flores a Marisa Arcas. Simplemente para hacerle justicia.

Alfonso Navalón,  Madrid 4 de noviembre de 1997

En la foto que mostramos, Marisa Arcas como corresponsal de la BBC en la actualidad.