Qué pena la mía, como joven aficionado, la de no paladear el toreo de una figura a cualquier tipo de toro. La de no poder juzgar lo bueno y lo malo en la variedad, y disfrutar de cómo ningún torero se acomoda y cada tarde se tiene que enfrentar a una aventura distinta a la anterior.
Lejos quedaron las afrentas entre Joselito y el viejo Ponce, quizá las últimas grandes figuras en el sentido completo de la palabra. Tras varios lustros sin relevo en el escalafón, vemos cómo en la actualidad hay una pequeña transición, con toreros que un día no fueron nadie y tuvieron que dar todo ante la aspereza. Lo cierto es que están ahí por su propio peso. Y por su toreo, que es del caro.
Emilio de Justo, Juan Ortega y Diego Urdiales. Tres toreros tres. Los que un día se partían la cara en el sur de Francia (sobre todo Emilio y Diego), o en plazas portátiles con toros descomunales. O, en el caso de Juan Ortega, emocionó a Madrid en tardes de ausente público -que no afición- ante auténticos mastodontes.
El caso de Daniel Luque parece excepcional, pues se le sigue viendo apto para todo tipo de embestida. Por ahora.
Toreros del gusto del aficionado, que en base a dos cosas te levantan del asiento y te emocionan: toreo rotundo, completo; y toreo de detalles y buenas formas. A mi juicio, hoy por hoy están en la cima. Pero, ¡ay, maldita cima!, ¿qué tendrá esa cima?
Porque el hecho de que un torero te haga emocionar respecto al resto, no es motivo para ser forofo de él. Y la decepción sobre estos tres matadores reside en el acomodamiento que se han permitido en cuestión de un año o dos. Y es que, es de bien nacidos ser agradecidos, y ellos se ve que no lo son con las ganaderías que se lo dieron todo y los curtieron. Porque el toreo caro emociona más aún con un toro variado y encastado. Y por desgracia, a día de hoy, se ve lejos volver a ver a estos sujetos con toros que no sean negros o castaños, salvo honrosas excepciones.
Mientras tanto, hace un año se lloraba por el campo bravo, y la realidad es que hoy se ven las mismas ganaderías en todos los carteles. Lágrimas de cocodrilo, falta de compasión y mucha hipocresía, porque a la hora de la verdad no se ha ayudado como es debido: haciendo lidiar a todos los hierros.
Recuerden que sentir preferencia por un torero no es hacerse aficionado a él exclusivamente. Escribo estas líneas desde el dolor de ver a mis preferidos sin hacer las cosas correctamente, y en el deseo de que esta situación cambie. Porque el toro es lo primero.
Por Pablo Pineda.