Es gracias a este rondar de la parca que surge el arte del toreo, pues si no existiera peligro―llámese afeitado, llámese nobleza en el toro, llámese falta de fuerzas―, no cabría en mente cuerda sentir orgullo de la fuerza mental, el valor, la inteligencia y la gracia por haber burlado y matado una res que no representa más que un accidental riesgo para el hombre. Entonces sí podrían considerarse como bárbaros a los toreros, pues el arte por el arte mismo, por su propia existencia, no justifica nada y quedaría únicamente un animal acribillado por hojas a cada cual peor, pasando patéticamente frente a un torero al que deja en paz, embobado al perseguir una tela roja. Mas en los casos en que ésto no es así es cuando descubrimos el arte que hay en la tauromaquia, que es consustancial a la calidad del toro. A más toro y más desarrollados sus peligros, más arte se puede crear proporcionalmente al riesgo que se corre. Ésto constituye en más sencillas palabras el primer principio del buen toreo que he enunciado con anterioridad. Acompañándolo de la vanidad del torero: gracia, valor e inteligencia, estando estas dos últimas ligadas, surge la primera y principal pregunta de este texto: las intenciones del torero. En palabras de Federico M. Alcázar en su Tauromaquia Moderna (Madrid, 1936): «Valor sin inteligencia es temeridad». Así, no debemos ver como valor ni admirar a aquellos toreros que se dejan coger, como alguno que salta entre la alta sociedad y el «pijismo» madrileño de alto copete más recalcitrante. Eso es la temeridad que sólo da la desesperación por los triunfos que no llegan, y una forma muy fácil―tan fácil como arriesgada―de cortar una oreja que computa igual al final de la temporada. No llegan esos triunfos y ocurre de forma natural, pues no todos, o mejor dicho, casi nadie tiene talento como para triunfar rotundamente en el toreo. Ya lo reza la Escuela del Batán: llegar a ser figura del toreo es casi un milagro.

Si sumamos gracia y temeridad, tenemos un toreo bravo, aguerrido, pero vacío y por tanto inútil, luego volvemos a la premisa incial: la inteligencia, que es el juego que hace el hombre frente al toro, y que es lo que lo hace triunfar. Se trata al final de mostrar una inteligencia capaz de burlar con gracia las embestidas de un toro cualquiera, y ese es el torero que merece realmente premio, pues es al tiempo el más valeroso. Según Paquiro en su tauromaquia, aquel hombre que es capaz de mantener la sangre fría en la cara del toro y disponerse la lidia de tal forma para triunfar es el valeroso. O sea, que valentía sumado a inteligencia es igual al valor. Justo en eso se afana el torero, en mostrarlo frente al toro como es también la intención en todos los cantos heroicos del héroe vencer al dragón (ficticio toro), que al tiempo también es héroe, como lo es el toro. De esta forma, según la res brava ha ascendido a la cima de la pirámide zoológica junto al ser humano, ahora desciende tras su muerte al lugar que le corresponde justo por debajo de la cúspide y por encima de los Depredadores. Por lo tanto, es el toreo en sí mismo una forma de reafirmación humana como especie dominante del planeta, que no principal o más importante, pues vence el homo al único animal capaz de hacerse igual a él con armas similares y juegos parecidos, y se encumbra como poderoso entre los poderosos.
Ya como conclusión, a fin de no hacer muy cargante la lectura de esta reflexión, vemos que efectivamente lo primero apuntado en este artículo era cierto, que Ortega no marraba el disparo y que sólo hubieran hecho falta unos pocos años más para llegar a una conclusión definitoria de la tauromaquia como ansiaba el filósofo. También que las cuestiones sugeridas por don José o apuntadas brevemente han acabado resultado aclaratorias de nuevo para saber de la esencia del toreo, que recordemos no es el arte, sino la lucha. Y finalmente, aunque han quedado sin desarrollar totalmente por no extenderme más, que los principios éticos de la tauromaquia están muy presentes en esta divagación tan suya como nuestra que he venido en llamar La Teoría de la Lucha, pues su base es precisamente la constante pelea entre los diferentes estamentos de la pirámide zoológica, social o cultural, y por tanto aplicable a cualquier relación de elementos vivos.
FINAL DE LA SEGUNDA PARTE Y DE ESTE ENSAYO.
Por Quesillo.