Existe un pueblo en la provincia de Ávila llamado El Hoyo de Pinares en el he toreado cuatro veces, una en 1980 como novillero y tres como banderillero la última en 2016, justo dos años antes de mi retirada de los ruedos.
He toreado por casi toda la geografía española y también en algunas ciudades del extranjero y en mi corazón de casi todos los sitios donde he toreado me he llevado algún recuerdo, unos más agradables que otros, pero de todos me llevé alguno, por llevarme me llevé hasta la marca de algunas cicatrices en mi cuerpo que me produjeron animales lidiados en algún ruedo de pueblo y que me acompañaran hasta el último día de mi existencia.
Escribía unas líneas más atrás que en el pueblo de Hoyo de Pinares actué hasta en cuatro ocasiones y no fue hasta la última vez que toreé allí en calidad de subalterno en el año 2016 cuando me enteré de que en ese lugar cien años antes justo un 29 de septiembre de 1916 un muchacho de 26 años llamado Serafín Uría «Barbero» había perdido allí la vida a consecuencia del percance que le había producido un novillo mientras desempeñaba su labor como banderillero en la cuadrilla de un modesto novillero llamado Francisco Martínez «Palmerito».
Es curioso de que las veces que había toreado allí en 1980 como novillero y en los finales de los 90 como banderillero en las cuadrillas del novillero Luis Alfonso Olivera y de Cristina Sánchez no me había enterado de tan infortunado suceso, tuvo que llegar la década de los 2000 y justo cuando el día 29 de septiembre del año 2016 se cumplía el cien aniversario de la muerte del Banderillero Serafín Uría «Barbero» y el mencionado pueblo tuvo el bonito gesto de recordarle y honrarle guardando un minuto de silencio en su memoria y dedicarle unas bonitas palabras por megafonía tras finalizar el paseíllo, fuese cuando me enterase del desgraciado suceso ocurrido como dije un siglo antes.
Aquella triste tragedia me obsesionó, esa misma noche o a la mañana siguiente busqué y encontré información sobre lo ocurrido en ese pueblo en las fiestas taurinas de 1916 y me empape de una historia dura, bonita y triste a la vez, un hijo de madre soltera de condición y vida muy humilde viajó desde Madrid al pueblo abulense para actuar de banderillero en la cuadrilla de del novillero Francisco Martínez «Palmerito», desempeñando su función tuvo la mala fortuna de ser cogido por la res, el médico no se percató de la gravedad del percance, lo acogieron en una casa del pueblo para que una vez restablecido emprendiera su viaje de vuelta a la capital de España, ese viaje de regreso nunca se produjo, sobre las 10 de la noche Serafín Uría, moría de un paro cardíaco, en la autopsia practicada posteriormente se diagnosticó fractura de cráneo, es curioso lo cerca que está la vida de la muerte, unas horas antes un chaval estaba lleno de vida e ilusiones y unas horas después, todo había acabado para ese hombre.
Aquella noche, ajenos a la tragedia las gentes del pueblo celebraban sus bailes, mientras el pobre Serafín quizás sólo en aquella casa estaba esperando la muerte.
Después de todo aquello y una vez enterado el pueblo de tan grande desgracia ante la imposibilidad de correr con los gastos de traslado del cuerpo y de darle sepultura en Madrid por la situación económica tan precaria por parte de la madre del torero y su familia, el ayuntamiento y el pueblo decidieron enterrarle y darle sepultura en el cementerio de dicha villa.
Leí, que las mozas del pueblo todos los 1 de noviembre, día de todos los Santos le llevaban flores a esa solitaria tumba.
Me gusta compartir esta historia de un torero fallecido por las astas de un toro para recordar y mantener vivo su recuerdo, en definitiva es el recuerdo de muchos maletillas y humildes toreros que perdieron su vida por esas capeas y festejos celebrados por esos pueblos a veces perdidos de la mano de Dios.
Prometo algún día visitar la tumba de ese torero y depositar unas flores en memoria de su recuerdo.
Julián Maestro, torero