De acuerdo que hay que vivir el presente, pero personalmente también me gusta recordar cosas del pasado, me traen buenos recuerdos, cosas que viví y que llegaron a lo más profundo de mi ser, quizá para quien no haya experimentado esas sensaciones sean absurdeces, para mí fueron momentos de mi vida únicos y me gusta escribirlos y recordarlos, quizá hoy pasen desapercibidos para muchos pero también posiblemente el día de mañana será una curiosidad para mis hijos, nietos y descendientes saber y conocer detalles de lo que fue parte de mi vida, ojalá mi padre y mi madre me hubieran escrito una especie de diario donde quedase constancia de lo que más les hubiera gustado que sus hijos y familia descendiente supieran de su vida.
Mi vida desde luego quedó muy marcada por lo que me enseñó y viví dentro del mundo del toro.
Retengo en mi memoria flashes de la vida que imagino debieron ser importantes para mí porque más después de más de tres décadas aún recuerdo con nitidez.
De aquel agosto del año 1977 tengo el flash de un recuerdo, en mi mente quedó grabado aquel día 14 en Tudela de Duero (Valladolid), no sé si porque no habría pensiones o estarían completas de gente en aquellas populares fiestas, el caso es que recuerdo que el día mencionado se celebraba una novillada sin picar en dicho pueblo, después del sorteo recuerdo como las cuadrillas fueron a comer en un restaurante que había justo enfrente de la plaza de toros, los coches donde se habían desplazado los toreros estaban aparcados también allí cerquita, mis ojos no apartaban la mirada de aquellos hombres que por la tarde se iban a jugar la vida, mis pasos seguían a los suyos a cierta distancia para que no se dieran cuenta y no me descubrieran, vi como al término de la comida dos banderilleros sacaban un par de capotes del maletero de un coche, después se dirigieron a un edificio subterráneo creo que era como una especie de bodega almacén donde el personal del bar donde habían comido guardaban las cajas de bebida y botellas de vino.
Uno de los banderilleros se dio cuenta de que yo les seguía y les estaba observando, en el sorteo el organizador del festejo me había presentado a las cuadrillas y a uno de los novilleros actuantes de por la tarde, les dijo que yo quería ser torero y que al día siguiente toreaba allí una becerrada local, así que el banderillero al descubrirme como si les estuviera persiguiendo no me tomó a mal el acto de seguirlos, me dijo que se iban a echar un rato la siesta, les observé como abrían sus capotes y descansaban encima de ellos, también vi algún murciélago en el techo de aquella especie de habitáculo, en aquel sitio se estaba fresquito aunque tenía poca luz en aquella calurosa tarde de verano, que imagen más romántica y torera para aquel niño de 13 años, hoy varias décadas después como si de un flash se tratará recuerdo aquel bonito momento, sigo imaginando aquella conversación tan torera de aquellos hombres, sigo viendo e imaginando aquellas caladas profundas a sus cigarros para templar nervios y distrae miedos.
Conservo más flash en mi mente como un día que toreé en un pueblo de Ávila, El Hoyo de Pinares, año 1980, se me viene el recuerdo de dos novillos gordos y difíciles con los que estuve de petardo, eran totalmente a contra estilo de mi forma de sentir el toreo, salí abroncado de la plaza, el capote de paseo ni lo plegue al término del festejo, cuando salía por la puerta de cuadrillas de aquella plaza portátil vi a mi amigo Nevado y yo andando a gran velocidad le decía que me lo plegase, Pablo, alguna vez me recuerda aquel detalle, ese no fue el único petardo que recuerdo de aquel año, también en la serrana localidad de Valdemorillo, en una feria que daban en septiembre pegué otro más gordo, en uno de mis novillos, me sentí impotente con él, era más listo que todos los que puedan estar leyendo este relato, decidí salir directamente con la espada de matar y al tercer doblón le metí la espada, aquel público me dijo de todo menos bonito, salí escoltado por la guardia civil que hicieron dos filas a mi salida de aquella plaza portátil que se instalaba allí por aquellos años, me tiraron alguna lata de cerveza, una lata abierta le cayó en el tricornio de un guardia civil y vi como parte de la espuma se le derramaba por la mejilla de aquel hombre.
En aquel año 80, yo tenía 16 años y vivía cosas que otros chavales de mi misma edad ni vivían ni tan siquiera soñaban, me siento un privilegiado de acumular tantas vivencias y anécdotas.
No quiero rematar este relato con un recuerdo agridulce, así que voy a despedirlo con una anécdota más feliz y simpática.
En el año 1979, lidié un festival en Maello (Ávila), toreé un novillo a placer, me concedieron dos orejas, rabo y una pata, cosa hoy en día inexistente, si aquel novillo lo hubiera toreado así en una plaza de la categoría de Madrid posiblemente mi destino a lo mejor hubiera sido diferente, quien sabe, bueno el caso es que el público de aquel día disfrutó conmigo y yo de ver su entrega y entusiasmo, me cogieron en hombros y pidieron a gritos que lidiase matase el sobrero, el hombre que me ayudaba entonces mirando por mí y por mis intereses les dijo que no, que tenía un esguince, que ignorante era yo y que poco sabía de todo, que yo creía que mi apoderado decía lo del esguince no por mí, sino por el sobrero y yo les decía a los mozos que no me echaran el sobrero porque tenía un esguince refiriéndome al novillo, no a mí, después el hombre que me ayudaba me dijo que no quería que torease el sobrero porque era muy feo de hechuras y de no muy buena reata en esa ganadería y que era mejor quedarnos con aquel buen regusto.
Julián Maestro, torero.