Te conocí cuando tenías 17 años, me atrajo de ti entre otras cosas tu inocencia de niña, tus ojos verdes, tu pelo largo hasta la cintura, tu carita de bondad, tu sonrisa, tu simpatía, aquel bolso de bandolera colgado de tu hombro hasta la cadera siempre adornado por un llavero que iba acompañado de algún muñeco.
(«Que niña más femenina»).
Cuando te conocí no encontré en ti maldad y nunca a lo largo del tiempo te la descubrí, eso debe de significar que no la tienes porque llevamos desde 1987 juntos, (ya ha llovido).
El ser humano no es perfecto, y tú, como yo, como todos a lo largo de los años nos descubrimos nuestras imperfecciones o defectos, que todos los tenemos.
Ya me lo decía mi padre, «no busques la perfección en el ser humano porque no existe».
Tus virtudes y calidad humana superan con creces los pequeños fallos o defectos que puedas tener.
Son tantas cosas las que te quiero escribir y agradecer que me ponga nervioso y no sé por dónde empezar.
Siempre se dijo que la hora más taurina era las 5 de la tarde (en otros tiempos) y yo creo que la mejor hora para escribir quizá sea las 5 de la madrugada y escribo esta frase última porque no sé por qué es a la hora que me despierto algunas veces y algo me lleva a escribir.
Llevo algún tiempo queriendo escribir sobre ti.
Y es que casualmente y sin buscarlo, como por arte de magia me pongo a escribirte en noviembre, justo un nueve de noviembre de 35 años atrás empezamos a salir.
Qué bonito y que mérito el de ambos, pero sobre todo el tuyo por todo lo que me has soportado y ahora en forma de carta te lo quiero agradecer públicamente.
Gracias por estar a mi lado aguantando mi difícil profesión porque han sido muchísimos años donde hemos pasado de todo, momentos económicos buenos y malos, años duros sobre todo en la última etapa donde por casualidades del destino tuve más percances, mas cornadas, incluso una fractura del hueso radio en el brazo derecho que me tuvo apartado de los ruedos casi un año, tu siempre estuviste ahí, recuerdo con el cariño y esmero que me limpiabas una cornada.
También me has soportado mis distintos cambios de humor sobre todo cuando iba o venía de torear, también aguantabas todos los veranos sin vacaciones porque estaba actuando por ahí, tú en casa esperando la llamada al término del festejo para oírme decirte «todo ha salido bien», o «Marisol, hoy no me rodaron las cosas», por cierto eso es lo que menos te importaba, tu triunfo de cada día que toreaba era escuchar mi voz en el teléfono al acabar el festejo y saber que no me había pasado nada.
Qué mérito el tuyo también cuando me dio por reaparecer para tomar la alternativa y al término de esa temporada irme a la aventura a México para ver si cambiaba mi suerte, tú te quedabas en España con dos niñas pequeñas y yo tan lejos intentando abrirme camino con mi bendita locura; Por cierto quiero aquí hacer un inciso y aclarar a curiosos, aficionados y a algunos profesionales, que yo no reaparecí para tomar la alternativa por un capricho, reaparecí para darme una segunda oportunidad, para luchar e intentar conseguir un mejor bienestar para mi casa, no me quité trece kilos sin sudarlos y sin sacrificarme, no entrenaba mañana y tarde para hacer el esfuerzo para un día, todo eso lo hice por mi amor al toreo y por buscar como he dicho un futuro mejor, claro que yo no soy tonto y sabía que lo tenía casi imposible, era para la mayoría un producto ya gastado, pasado de moda, mi tiempo y juventud para la mayoría ya se había ido y eso que entonces tenía 38 años, era como una especie de juguete ya roto, pero hoy en día mi conciencia en ese aspecto duerme tranquila y sé que lo intenté con toda mi alma.
Bueno, pues aclarado esto, sigo escribiendo para decir que a la sombra del torero esta la madre y la mujer que sufre y que estoy seguro que todas las madres soportan todos los problemas y dificultades que se presentan en la profesión y en la vida de un hijo, pero no todas las mujeres que viven o se casan con un torero aguantan nuestra complicada profesión.
Una madre, te lleva en su vientre nueve meses y te trae al mundo, tu novia o tu mujer la conoces en mundo.
Por eso soy un afortunado de haber conocido una mujer en el mundo que supo entender mi mundo y vivirlo conmigo.
Gracias por tanto y por todo Marisol, gracias por estos 35 años, gracias por las dos hijas que tenemos y perdóname en todo lo que te fallé y solo le pido a Dios que nos mantenga unidos otros 35 años llenos de amor y salud.
Me despido con la letra de aquella vieja canción.
«Gracias a la vida que me ha dado tanto».
Julián Maestro, torero