Recuerdo que cuando tenía 16 años ya me había recorrido dos veces casi toda España toreando.

En el toreo a veces cuando se empieza tan joven se vive todo muy deprisa, en mi caso personal no tuve tiempo casi ni de jugar porque con nueve años ya quería ser torero y bajaba a entrenar a la casa de campo madrileña.

Por empezar a querer ser torero tan pequeño quizás me perdí juegos infantiles, crecer con los chavales de mi tiempo, pero de verdad puedo jurar que nunca eché de menos el jugar y ser un niño como los demás, siempre me sentí distinto, elegí el capote y la muleta en vez de las canicas o jugar a los indios y vaqueros.

A pesar de mi corta edad de entonces, jamás me tomé el toreo como un juego, cuando iban los fines de semana a entrenar, a torear de salón era plenamente feliz, el resto de la semana iba al colegio y me sentía como un preso encerrado en la cárcel.

No me gustaba estudiar, ir a clase me ponía nervioso, sentía nervios en el estómago porque nunca fui aplicado en los estudios, nunca ponía interés, a veces no hacía ni los deberes, no estudiaba, no era un chico trasto en mi comportamiento con los profesores pero en clase apenas prestaba atención.

A veces miraba a la ventana de clase y mirando al cielo me ponía a imaginar, otras veces miraba las explicaciones que daba el profesor en la pizarra del aula y lo hacía con la vista perdida, mis ojos miraban pero mis pensamientos y mi mente no estaban allí.
Cuando salí del colegio con 15 años porque repetí algún curso, me dediqué única y exclusivamente a querer ser torero y a entrenar a diario, algún invierno hice algún trabajo esporádico.

Mi vida siempre ha sido el toro, tuve unos padres extraordinarios que siempre me dejaron ser yo.

Mi madre me echaba la bronca por no estudiar, mi padre me decía lo importante que eran los estudios para ser algo en la vida el día de mañana, pero yo en ese aspecto era rebelde y no les hacía caso.
Sé que llevaban razón, pero la vida y Dios me llevaron a la mejor universidad que existe «la universidad de la vida», y la universidad de la vida me la enseñó el toro, sus gentes, los viajes, los compañeros, el miedo, si he escrito el miedo, porque el miedo, ese que se pasa cada vez que se torea a mí me despertaba instintos y en mis ratos de soledad me daba ideas, del miedo, del silencio y de la soledad se aprende, yo al menos de ellos aprendí mucho.

La soledad me enseñó cosas que no te enseña el bullicio, en la soledad te conoces, te descubres, piensas.

Si alguna frase no se me entiende que cada cual con su imaginación la lleve a su terreno y le dé su propia interpretación.
Es curioso que lo que ayer tanto amaba y me gustaba hacer, ahora solo me guste.

Quizá le dediqué tantos años al toreo que acabé saturado pero no asqueado que es muy distinto.

Siempre digo que lo poco o lo mucho que soy se lo debo al toro.
«Pero», ¿cómo es posible con lo que a mí siempre me ha gustado torear ya no toree ni de salón?

No sé si será algo temporal, pero es que lo que ayer aborrecía como por ejemplo el leer, ahora me guste y torear aunque sea de salón no me apetezca.

Sé que algún día se me despertará mi instinto «Torero» y volveré a torear de salón y pegaré algún pase a alguna becerra, pero hoy por hoy me apetece más escribir, leer y andar.

Julián Maestro, torero