Empezaré por escribir que me siento orgulloso de haber pertenecido a la generación de «Los Príncipes del toreo».

Toreros muy buenos e importantes pero también desafortunados, que siguen estando en el recuerdo de viejos y nuevos aficionados y de toreros de distintas generaciones.

En el invierno de 1977, la Escuela Taurina de Madrid empieza a llevarnos a tentaderos por Andalucía y Salamanca. Martín Arranz, por aquella época era uno de los dirigentes.

Enrique nos enseñaba la práctica junto otros profesores que luego se fueron incorporando, entre otros José de la Cal, que nos enseñaba mucho de los encastes de las ganaderías, y Luis Morales, que había sido matador de toros y después excelente banderillero.

La Escuela Taurina nos lanzó por toda España como becerristas en el año 1978 y después en 1979 como novilleros sin picadores.

Aquella época fue bonita, la recuerdo con agrado por todo lo que aprendí, y porque gracias a la Escuela Taurina de Madrid y a las personas que la dirigían por aquellos años nos dimos a conocer en España y en el sur de Francia.

Nos anunciaban en los carteles como los príncipes del toreo, apodo que se le ocurrió a un aficionado llamado Augusto de la Torre que frecuentaba la escuela Taurina.

De mis compañeros guardo un buen recuerdo.

«Yiyo» que en gloria esté, lo logro todo, pero se nos marchó muy pronto.

Lucio, fue y es un gran torero que no terminó de tener suerte y dejó el toro y encauzó su vida en otra profesión, y yo, seguí en  el mundo del toro hasta el año 2018, año en que me retiré, no tuve la fortuna de ser figura del toreo pero sí tuve la suerte y el privilegio de dedicarle 45 años a la profesión que más he querido y quiero.

He pasado por todos sus escalafones. (Becerrista, Novillero sin picadores, matador de toros y banderillero escalafón en el que dije adiós al toreo en la plaza de toros de Moralzarzal (Madrid) un 21 de Septiembre del año 2018)

Para mí, dentro de lo difícil que es esto, aquella fue la mejor época y la más bonita, pues nada más tenía que preocuparme de entrenar.

Hay muchas cosas que destacaría de mis compañeros, pero de Lucio, destacaría sobre todo su personalidad torera, su empaque y su forma de andar que tenía por la plaza.

De «Yiyo» su raza, su carisma, la facilidad y tranquilidad que tenía para resolver todos los problemas que pudiera presentar un animal durante la lidia.

Era un adelantado a su tiempo. Los dos eran buena gente. Lucio era un poco más serio, «Yiyo» y yo éramos más bromistas pero en el fondo nos llevábamos bien, aunque como es lógico a esa edad teníamos a veces teníamos nuestras diferencias. Algunos fines de semana íbamos los tres al cine, otros nos reuníamos con todas nuestras familias en nuestras casas, incluso llegamos a pasar las tres familias al algún fin de año juntos.

La primera imagen que guardo de Lucio fue cuando nos daba clase el señor Molinero (descanse en paz) en el aula del recinto ferial de la Casa de Campo de Madrid, el llamado por aquellos tiempos «El hogar del ganadero», debía ser, aproximadamente, hacia el invierno de 1976.

Estaba el señor Molinero dándonos unas clases teóricas y prácticas del toreo de salón, y me acuerdo que Lucio por entonces estaba empezando a aprender a manejar los trastos, capote y muleta torear, cuando acabó su intervención, el señor Molinero sacó a otros alumnos, así hasta que llegó mi turno. Parece que lo estoy viendo ahora mismo, cuando acabé mi intervención fue cuando Lucio marchó para su casa. Era la primera vez que coincidíamos y como éramos de la misma edad él esperó para comprobar cómo me desenvolvía.

Después torearon de salón compañeros mayores y el señor Molinero les siguió corrigiendo pero Lucio ya se había ido posiblemente para estudiar algún examen del colegio, él siempre fue una persona muy responsable en sus estudios.

Con «Yiyo» fue distinto, la primera imagen que tengo de él es toreando una becerra. Fue en la plaza de tientas del recinto ferial de la Casa de Campo donde dábamos las clases prácticas. Soltaron una becerra y después de haberla toreado los mayores nos dijeron que saliéramos los niños. Estuvimos dignos, aseados todos, era también la primera vez que Lucio se ponía delante. Después de haber toreado al animal tres o cuatro niños le tocó el turno a «Yiyo».

Le pegó seis u ocho derechazos a la becerra con una quietud y con un empaque impropio de un chavalín de unos once o doce años, que era la edad que debíamos de tener por entonces. A partir de ese momento ya no se habló aquella mañana de otro que no fuese «Yiyo». A partir de que el día ya empezó a marcar diferencias.

Muchas son las actuaciones que recuerdo de ellos, todas muy buenas, pero hay dos especialmente no sé por qué, se me quedaron en la cabeza grabadas. Una fue de Lucio en El Espinar (Segovia) no se puede torear con más empaque de como lo que hizo Lucio aquel día, la otra de Yiyo fue en Cuéllar (Segovia) donde se pegó tal arrimón que el novillo le lamía la calzona del traje corto y él ni se inmutaba. Eso nunca se lo he vuelvo a ver a ningún torero. De las mías recuerdo especialmente la de Vista Alegre, en el barrio madrileño de Carabanchel fue una tarde en la que toreé con mucho sentimiento a los dos novillos.

Volviendo mis compañeros Lucio Sandín y «Yiyo» he de reconocer que siempre sentí mucho respeto por ellos, pero cuanto más pasa el tiempo más los admiro, por lo buenos toreros que fueron y porque se tomaron la profesión muy en serio y de verdad desde el principio.

Ya he comentado en más de una ocasión que «Yiyo» era un adelantado a su tiempo, tenía cosas impropias de un chaval de esa edad.

Llegábamos a los tentaderos y se acercaba a mí y me decía esa vaca es muy astifina o por ejemplo cuando toreábamos las novilladas sin picar por los pueblos había veces que aseguraba este piso plaza está muy blando, estos comentarios en un chaval de trece años que tenía él por entonces nos demuestran que tenía una inteligencia y una visión de la profesión mucho más adelantada de lo que corresponde a cualquier muchacho de esa edad.

Yo todas esas cosas, esos comentarios, esos detalles no los sabía ver, no tenía conocimiento de eso, esas apreciaciones las aprendí con el paso del tiempo con los años de oficio en la profesión.

Nunca olvidaré un día en la casa de campo, cuando ya estábamos toreando con picadores pero con apenas dieciséis años de edad, me comentó que venía del sastre de toreros y que sabía encargado un vestido, se puso a dibujar en el suelo el bordado del traje que se había encargado, le presté atención pero a diferencia de él yo no sabía distinguir en aquella época un bordado ni nada de eso, yo cuando me encargué el primer vestido de torear lo único que elegí fue el color de lo demás no entendía nada, era un desastre.

Otro día, estando en la Escuela Taurina, vino contando que se había vestido él solo de luces al completo, ya saben ustedes lo difícil que es vestirse de torero sobre todo atarse bien los machos y colocarse bien la castañeta. Vuelvo a repetir, no tengo la menor duda de que era un adelantado a su tiempo, era de otra galaxia, la prueba está en que cuando se marchó de este mundo ya era figura el toreo con veintiún años.

Necesito hacer un paréntesis antes de seguir contando vivencias porque me sale dentro escribir que «vaya putada nos jugó el destino a aquellos tres niños», ya sé que hubiese sido mucho pedir a Dios que nos hubiese permitido a los tres llegar a ser figuras del toreo, pero al menos nos podía haber dejado disfrutar más de la profesión.

Sé que hay personas que lo pasan mal y que el destino de cada persona es como es y no se puede cambiar pero siento egoísta y sinceramente a la vez que una historia tan bonita como aquella que iniciamos «los príncipes del toreo» tenía que haber tenido otro final distinto, pero en fin, resignación y a seguir aprendiendo de la vida.

Lucio Sandín también ha sido un gran torero es triste que a pesar de su entrega en la profesión y de haber toreado como los ángeles tampoco tuvo la suerte que mereció tener, tenía mucho empaque y torería en su concepto, ya lo dije antes, me encantaba verle andar con los toros y su forma de interpretar el toreo porque era y es un torero muy puro, además Lucio desde que era niño ha sido una persona muy responsable, una prueba de ello es que siempre sacaba sus cursos de estudiante con muy buenas calificaciones.

Después de todo aquello cuando dejó de torear sacó su carrera de óptica, parece que fue ayer cuando fui a verle al hospital de Sevilla, apenas había pasado un día del percance por el que perdió el ojo en la Real Maestranza y cuando llegué lo primero que me dijo fue «voy a seguir toreando, no me voy a quitar». Lo recuerdo en la habitación del hospital toreando con una toalla, vaya lección de hombría.

Al finalizar la temporada del año 1979 emprendimos cada uno caminos y destinos diferentes.

Para mí la época de los príncipes del toreo fue dentro de lo dura que es esta profesión, la mejor o una de las mejores que viví en el toro.

Es verdad que cuando tienes esa edad todo es ilusión y ganas, nos sacrificábamos bastante en los entrenamientos y llevábamos una disciplina severa que nos supo inculcar Martin Arranz, él junto con el señor Molinero y algún colaborador más, hicieron en aquella época en la Escuela Nacional de Tauromaquia una labor extraordinaria.

La cruda realidad llegaría, al menos para mí personalmente, cuando salí de la escuela y me enfrenté al mundo real. Entonces fue cuando empecé a tropezar y a relacionarme con todo tipo de personas que están metidas en el mundo del toro. Todo un mundo desconocido porque la Escuela, lo único que nos exigían eran ganas de ser torero, estar muy bien todos los días y sacrificio en la profesión. De lo demás, contratos, viajes, cuadrillas, festejos, etcétera ya se encargaban ellos.

Una vez fuera de allí se me empezó a poner más difícil la profesión y, aunque conocí a gente maravillosa y luchadora, también me encontré con empresarios sin escrúpulos, novilladas muy fuertes con encierro y cosas más desagradables. Pero prefiero acabar este capítulo de manera bonita. Al fin y al cabo, eso es de lo que se trata en la vida, de acordarte de lo bueno y olvidarte de lo malo.

Así que voy a terminar acordándome de tres días felices de nuestra vida profesional de cada uno.

El primero es el día que Yiyo salió hombros a la Feria de San Isidro del año 1983. El segundo el día en que Lucio salió hombros de novillero en Sevilla, también en el 83, y el tercero, el día 5 de mayo del año 2002 cuando cumplí el sueño que tuve desde niño y tomé mi alternativa.

Cuando escribí este capítulo que hoy reescribo en este blog dije que no me quería poner sentimental recordando aquellos tiempos, pues bien ahora me está pasando lo mismo, así que creo que es hora de cerrar página.

«Hasta siempre compañeros». … Nos veremos en la eternidad, posiblemente en el más allá.

Julián Maestro, torero