Esto me sucedió un 9 y 10 de agosto del año 2006

Ya comenzó a rodar la temporada 2006 y estábamos a 9 de agosto y los festejos anteriores que habían precedido a esa fecha, no me habían hecho mella al corazón, no habían despertado en mí ninguna inspiración para escribir, pues todo se había desarrollado con normalidad, y solo quiero reflejar en papel aquello que no pase indiferente para mí y me haga sentir alguna emoción especial de cualquier tipo.

El día 9 y 10 de agosto lo sentí.

Viajamos de Madrid a Tresjuncos para desempeñar el papel de director de lidia, pero también teníamos el compromiso de matar a espada alguno de los toros de la capea.

Llegamos al pueblo, la espera se hizo larga, desde las nueve de la mañana hasta las once, hora en que soltaron los toros de capea, estuvimos dando vueltas por el pueblo, viendo los barrotes del encierro, la plaza de toros, que era de obra, aunque hecha cuesta abajo.

La gente no paraba de beber (sobre todo la juventud), estaban en fiestas como ellos decían.

Los toros fuertes y en puntas, el olor a humo de cigarro y puro, mezclado con el olor a alcohol que desprendían las peñas de los mozos, me hizo estremecer, despertó mis nervios en el estómago.
Al llegar las once, sonaron los cohetes que anuncian la suelta de los toros para el encierro y en la plaza estábamos dos novilleros y un banderillero (un servidor) con nuestros capotes por si hacía falta usarlos en caso de algún percance por parte de los participantes.

Los toros los estuvieron corriendo por todo el pueblo, el trayecto del encierro era larguísimo, cuándo llegaban los toros a la plaza los arropaban con los bueyes y los volvían a subir otra vez por las calles, cuando se hartaron de correr a los animales, después de cuatro o cinco horas, después de haber estado en la plaza sufriendo todo tipo de recortes, trapazos con banderas, etc. los metieron en los chiqueros.

Nos fuimos a comer a las tres de la tarde, nos mirábamos los tres toreros, y la palabra más bonita que salía de nuestra boca, era, «esto es una tragedia», comimos muy preocupados, pues sabíamos que por la tarde había que dar muerte a esos dos toros, y que al día siguiente nos esperaban otros dos.

Aquellos dos días se me hicieron muy largos, casi interminables, pues se mascaba un poco la tragedia.

El alcalde, excelente persona por cierto, nos dijo que si algún toro no lo queríamos matar a estoque, se le se le echaba la soga y se le apuntillaba.

Llegaron las siete de la tarde y mi corazón latía a una velocidad vertiginosa, los toros estaban ya a punto de salir y teníamos la responsabilidad de darles muerte.

El primer toro se partió un pitón contra un burladero por la mañana, este toro tendría sin exagerar 600 kilos largos, el toro apenas se podía mover de toda la paliza del encierro, para matarlo lo enmaromamos y se le dio la puntilla, no nos pusimos delante ni con el capote, después echaron otro toro muy serio, con unas puntas muy astifinas, a este lo paró con el capote, mi compañero y yo también le da un capotazo, pero el toro después de todos los resabios que le habían hecho por la mañana, estaba dificilísimo, cogía moscas, por lo que decidimos, no ponernos delante, pues en cualquier momento nos podía coger;

Así que después de correrlo la gente y hacerle recortes, le cogimos con la soga, lo atamos a un árbol que había dentro de la plaza y mi compañero subido desde una rama le dio el descabello, aquí fue cuando empezaron los problemas, porque aunque en líneas generales la gente del pueblo era buena y noble, había cuatro o cinco patosos de armas tomar, empezaron a faltarnos el respeto, insultándonos, llamándonos matachines, también se nos acercó el alguacil del pueblo y nos dijo que íbamos a tener problemas para cobrar, que teníamos que matar algún toro con la muleta y la espada.

Después echaron una becerra, toreada, sabía latín, y allí había un niño de no más de trece o catorce años queriendo ponerse delante de la vaca animado por esos patosos a los que hice referencia antes.

El chaval la pego tres o cuatro trapazos a la becerra y casi le coge, nos fuimos para él y le comentamos que no se pusiera delante que la vaca era muy lista y le podía lastimar, Yo en concreto le pregunté que donde estaba su padre, me dijo que en el tendido, le dije que si fuese mi hijo no le dejaría salir a una vaca con tanto sentido y que si aceptaba el consejo de un matador de toros, era que no se pusiera más delante de ese animal, esto lo único que hizo fue empeorar más la situación, porque llegó a los oídos de los cuatro indocumentados que animaban a la criatura a torear y se vinieron para nosotros poco más que para pegarnos; Sinceramente pienso que son unos insensatos y que Dios está en los momentos difíciles y a esa criatura lo protegió en este día.

Nos fuimos al Hotel de Belmonte, (Cuenca), no queríamos dejarnos de ver por el pueblo para nada puesto que aquellas personas por llamarlas de alguna manera, ya estaban calentando a otros, hablando mal y echándonoslos encima con sus absurdos comentarios.

Al día siguiente estuvieron los toros por las calles y en la plaza hasta las cuatro de la tarde, hasta el punto de que el Sr. alcalde nos pidió el favor de ayudar a encerrar a los animales.

Al acabar de enchiquerar nos fuimos con el alcalde a tomar un refresco, acto seguido, nos selló los boletines de cotización a la seguridad social, nos fuimos a comer y quedamos con el antes de la capea, pues el hombre fue tan respetuoso y legal que nos pagó antes del comienzo del festejo, nos pidió el favor de intentar lidiar como pudiéramos y matar algún toro con la muleta, pues algunos ya le habían dicho que justificáramos el dinero que se nos pagaba.

Cuándo bajamos con nuestros capotes y muletas a la plaza alguno ya nos estaba encrespando, diciéndonos «maletillas hay que torear y dar algún pase a los toros», yo no creo que sea maldad si no algo de ignorancia con un puntito de mala leche, pues hay personas que se creen que un toro es como un juguete que le das cuerda y a torear; así que con este panorama y el ánimo de alguno caldeado, nos pusimos en el burladero.

Salió el primer toro un utrero astifino, pero con poca cara, lo recibió con el capote uno de los novilleros, después me puse yo delante, luego el otro novillero, estuvimos un rato con el toro uno de ellos cogió la espada y la gente empezó a pitarle, pues querían más tiempo y diversión con el toro en la plaza, el novillero se fue para el burladero y dijo que él ya no lo mataba, el otro novillero no hacía ningún comentario.

Después de diez minutos y como nadie salía al toro, me fui con el capote a él, después también salieron mis compañeros, me calenté y le pedí la muleta a un maletilla que había también aparecido por allí y cogí también la espada del fundón, es que tuve la sensación no sé si equivocada o no, de que los dos novilleros se miraban el uno al otro como diciendo ¿quién lo mata?, me salió mi orgullo torero por todas las absurdeces y sandeces que habíamos escuchado el día de antes, cuándo los novilleros me vieron con la espada montada citando con la muleta al animal para matarlo me empezaron a decir que no lo matara, que lo mataban ellos, yo en un momento de acaloramiento y de rabia les dije con perdón de la expresión que no tenían cojones y lo maté, uno de los novilleros se enfadó y discutimos los dos, pues le sentó mal mi insulto, en cinco minutos y antes de que saliera el toro, como personas civilizadas nos pedimos perdón y todo en paz

Echaron el segundo toro, un tío, muy astifino y lo primero que hizo el animal fue irse a los medios y ponerse a escarbar y echarse tierra a los lomos, allí todos nos mirábamos unos a otros, pero nadie iba al toro, así pasaron cuatro o cinco minutos, así que me decidí y me fui al toro con mi capote, me pegó tres o cuatro arrancadas fuertes saliendo con la cara arriba y apretando, después se puso el otro novillero con el capote y detrás también salió el otro, al que por cierto casi coge el toro contra el árbol que había en la plaza, pues el toro se puso imposible y con mucho sentido.

El maletilla me dijo qué echásemos un guante, ya saben ustedes que pasar el guante es pasar un capote entre los toreros por el ruedo y la gente asistente te echan monedas al capote qué luego repartimos entre nosotros, a mí me daba mucha vergüenza pasar el capote, tenía la sensación de estar mendigando pero el maletilla llamado Curro Cano me animó y lo pasé, una experiencia más, una sensación nueva.

Después entre mis otros compañeros y yo decidimos darle el dinero que habíamos sacado del guante a esta maletilla, pues nosotros habíamos cobrado ya nuestro dinero del ayuntamiento y en un acto de compañerismo decidimos darle ése dinero a él.

Éste toro ante las dificultades que presentó y bajo la compresión de todo el público asistente a la capea, se mató a puntilla, después de haberle echado la soga, que por cierto costó muchísimo echársela y atarlo, pues el toro era tan listo que cada vez que sentía la cuerda en su testuz se la quitaba, cuándo por fin se le apuntilló todos nosotros, los actuantes, respiramos, habíamos resuelto una papeleta muy difícil.

También quiero contar una anécdota surgida uno de esos dos días, el primer día, cuando salíamos de la plaza, un aficionado me reconoció, era de un pueblo de al lado y había comprado el libro que yo había escrito el año antes, me preguntó si al día siguiente iba a estar allí, le dije que sí, que habíamos firmado los festejos de ese pueblo, entonces me comentó que traería el libro para que se lo dedicase, qué casualidad qué tras la muerte del primer toro estando en el burladero sacó éste señor el libro para que se lo firmase, estaba haciendo la dedicatoria cuándo de golpe y sin avisar soltaron el segundo toro al ruedo.

Le dije a éste señor, que era la dedicatoria más sincera y real que había hecho en mi vida, por la tensión del instante, el toro en la plaza y mi pulso tembloroso ante la verdad y responsabilidad del momento. La dedicatoria que le hice aquél día fue:
Para el buen aficionado Miguel Ángel, con la tensión y preocupación de este mismo momento en una capea, un abrazo, Maestro.

El festejo acabó hacia las diez de la noche, pues después de ese segundo toro, echaron dos vacas más y hubo que apuntillarlas en los chiqueros. Cuando todo acabó, ya con la noche encima nos fuimos al hotel, la cena me supo a gloria, nos quedamos a dormir allí y cuando me metí en la cama después de todo lo sufrido, sentí que estaba en el cielo.

Este capítulo de mi vida,  empecé a escribirlo en la mañana del 10 de Agosto del año 2006, en la servilleta de papel del bar de dicho pueblo mientras el señor alcalde nos invitó a tomar un refresco y lo terminé en mi casa al día siguiente.

Julián Maestro, torero