Estábamos en el año 2015 cuando un compañero me llamó para darme toros e ir a torear a un pueblo de Burgos (Salas de los Infantes), me dijo que buscase a otro banderillero de Madrid que fuese tercero y diese bien la puntilla. Automáticamente pensé en Luis Valverde, buen amigo, hombre veterano, con su chispa de gracia y curtido en mil batallas, a parte de mi amistad con él y su valía profesional le llamé porque era su última temporada en activo en los ruedos y sabía de lo necesarias que son las cotizaciones a la seguridad social los últimos años.

Quedé con Luis a primera hora de la mañana, pues teníamos un viaje larguito y queríamos como es lógico llegar a la hora del sorteo de los novillos. Hicimos el viaje en el coche de Luis pero no sé porque motivo nos liamos y no dábamos con la salida para coger la carretera acertada, en una de las salidas al coger un ramal de la carretera un pájaro se estrelló contra el cristal del coche y del impacto se mató, el animal como es lógico dejó algunas manchas de sangre en el cristal que rápido quitó Luis con el limpia parabrisas. Le cambió la cara un poco de expresión y me dijo que eso no era un buen augurio para él pues en otra ocasión que le había pasado lo mismo un toro le pegó una cornada, yo le quité importancia al tema y le dije que no pensara en ello, que no tenía por qué pasar nada.

Hicimos el viaje sin ningún otro contratiempo, en el trayecto hablamos de lo que suelen hablar los toreros, de la temporada, de planes de futuro, de otros tiempos pasados, de los actuales, de lo cercana que él tenía su retirada y de lo próxima que estaba la mía. etc.

Cuando se lleva tanto tiempo en el toro el miedo se lleva peor, la ilusión en algunos decae y eso hace que vestirse de torero cueste más trabajo, en mi caso personal la ilusión no había decaído pero si me costaba más trabajo el vestirme de luces entre otros motivos porque cuando se torea menos se pasa mucho peor.

Por fin llegamos al pueblo y posiblemente aunque el viaje se nos hizo ameno entre conversaciones, anécdotas y risas. A Luis en su subconsciente, no se le había ido el incidente del pájaro pues justo a la entrada del pueblo en unos pinares, paramos y él se dispuso hacer sus necesidades, yo también aproveché para echar la primera meada del miedo de la mañana. (Meada del miedo, esa que te acompaña siempre cuando vas a torear y que a veces cuando vas a soltarla solo salen dos gotas) y…!Para eso tanta urgencia de necesidad!

Llegamos al sorteo y la imagen que vimos no nos agradó ni a mi compañero ni a mí, algunos de los novilleros que toreaban se presentaron allí en chanclas y bermudas, con lo serio y bonito que son los rituales del toreo, nos miramos los dos banderilleros veteranos como diciendo, ¿esto lo estamos viviendo o es un hecho surrealista?,. Se sortearon los novillos, gordos pero bonitos todos, nos fuimos a comer la cuadrilla y nuestro novillero, ellos venían de Extremadura, comimos algo ligero y de ahí a descansar a la pensión del pueblo hasta la hora de vestirnos de luces.

El mozo de espadas tenia reservadas dos habitaciones dobles, en el piso de arriba se instalaron el novillero y su banderillero de confianza, abajo dos banderilleros mayores, que hablaban del toro y de la vida, Luis pegaba caladas profundas a sus cigarros para distraer al miedo, yo que apenas he fumado en mi vida pero parecía como si también quisiera absorber el humo para relajar mis nervios, llegó la hora, nos vestimos de torero, todo salió bien, el chaval cortó las orejas y estuvo digno, lo sacaron en hombros y nosotros le acompañamos en su salida triunfante, en cierto modo uno se ve reflejado en la ilusión de los que empiezan esa que nosotros también tuvimos y en cierto modo aún conservamos.

Nos despedimos del torero y su gente, mi compañero y yo paramos de vuelta a cenar en Aranda de Duero, todavía nos dio tiempo a tontear un poco con las camareras del restaurante, se nos notaba que éramos forasteros, nos preguntaban que de donde veníamos y hacia dónde íbamos, las dijimos que éramos músicos de orquesta. Terminada la cena, de vuelta para Madrid, ya sin miedos, sin presiones, relajados y contentos porque nos veníamos con nuestro humilde sueldo para casa.

Luis, se retiró al mes siguiente en un pueblo de Ávila, también fuimos de compañeros esa tarde triste y lluviosa, él se retiró en silencio sin ruidos, sin corte de coleta pues fue en un festejo vestido de campero, como él me dijo, «me voy como vine», «sin hacer ruido».

Julián Maestro, torero