En junio del año 1989 me hice banderillero, fue una decisión dura para mí, era renunciar y claudicar a ser matador de toros y figura del toreo que es lo que queremos y deseamos todos cuando empezamos en esa bendita profesión.

Cómo ya he escrito y comentado en otras ocasiones yo empecé a querer ser torero en el invierno de 1973 y desde entonces hasta 1989 mi camino pasó por diferentes etapas y escalafones;

Becerrista, novillero sin caballos y novillero con picadores, en el último año señalado al torear mi novena novillada en Madrid decidí poner punto y final a lo que había sido mi vida torera, en un ataque de ira y ante la impotencia de ver que aquella tarde que me la había tomado como la última oportunidad de mi carrera, al no salir las cosas como tenía pensado, tras la lidia y muerte de mi cuarto novillo en pleno ruedo de las Ventas, llamé a un miembro de mi cuadrilla y le ordené que me cortarse la coleta.

Ya llevaba mucho tiempo de novillero, en los sitios importantes exceptuando Las Ventas no me ponían, incluso en la propia plaza de Madrid llevaba dos años sin torear, los novillos de mi última tarde en ese día que era vital para mí, tampoco me ayudaron para salir de la situación en la que ya estaba, muchos me dijeron que me había precipitado, creo que las cosas son como son y yo aquel día lo sentí así.

Ya escribí en su momento, mi amargura los días posteriores, mi borrachera nocturna de ese día, mi encierro durante varios días en casa sin querer hablar con nadie solo con los pocos amigos de verdad que quedaron en ese momento y me llamaban por teléfono.

Si la vida te envía momentos difíciles ese para mí fue uno de ellos, me sentía como un fracasado y con poca ilusión, pero con el paso de los años y con el transcurrir del tiempo, ahora puedo asegurar que aquello fue una auténtica lección de la realidad de la vida, la otra cara.

Existen ángeles disfrazados de humanos y a mí se me apareció uno un día en la casa de campo de Madrid.

Un día iba solitario paseando por la casa de campo y un hombre se acercó a mí, era el «ángel» humano que arriba menciono y que ahora doy su nombre Alberto Díaz «Madrileñito», su padre creo que había sido matador de toros y el maestro Alberto, novillero y banderillero toda su vida, él fue quien me habló y me aconsejó para que me hiciera banderillero, me habló de lo bonito que era ser por entonces banderillero y además me auguró que en esa nueva etapa me iba a seguir sintiendo torero y que en ella iba a tener también grandes satisfacciones.

Con cierto dolor, pero con resignación y esperanza le hice caso y ahora ya retirado después de haberle dedicado a la profesión de banderillero casi 30 años de mi vida puedo asegurar que creo que acerté en aquella difícil decisión.

Pero hoy quiero escribir y desarrollar mi paso por ese escalafón y dejar reflejadas aquí algunas de mis vivencias de aquellos maravilloso años, ya tendré tiempo para escribir otro día que un día tomé la alternativa y que el destino quiso que viese a Dios pero que no pude abrazarlo, si porque ya saben el dicho taurino, «Ser matador de toros es ver a Dios y ser figura del toreo, abrazarlo.», esa frase tan bonita la escuché y la aprendí durante mi estancia en México.

Bueno, pues centrándome en lo que quiero expresar, empezaré por decir que cuando me hice banderillero descubrí una profesión muy respetada por la mayoría de los toreros que la ejercían.

Eran unos años donde había gran cantidad de festejos y donde cada uno tenía su sitio.

Lo primero que me aconsejaron los banderilleros veteranos es que no me prostituyera en la profesión yendo por el túnel. (Túnel es cobrar menos de lo que indican las tablas salariales).

Acertadamente me decían que el respeto que yo le diese a la profesión, sería el mismo que recibiría de ella.

Como he escrito eran otros tiempos, otra educación taurina que heredábamos  de nuestros mayores.

Recuerdo el respeto con el que asistía a aquellas reuniones que se celebraban en los salones aquel famoso hotel madrileño llamado «Hotel Victoria», en ellas mediante carta nos convocaba aquella junta directiva a todos los afiliados de nuestra agrupación, la famosa Unión nacional de picadores y banderilleros españoles» y nunca mejor dicho «Unión» porque creo que entonces la había, había esa unión entre compañeros donde se llenaba la sala de dicho hotel, podía haber discrepancias entre algún miembro de esa entidad, pero había un denominador común, «todos unidos navegaban en una misma dirección».

Allí vi desacuerdos, incluso alguna puntual pelea, pero todo solía acabar con una despedida llena de acuerdos entre toreros.

En una de esas reuniones allá por el año 90 conocí a dos tíos, de esos cabales, de esos que no traicionan, de esos que te brindan su sana amistad y perdura en el tiempo, de esos que respetan a sus compañeros y respetan el toreo como he visto a muy pocos, Isidoro del Prado y Miguel Velasco.

Isidoro y Miguel, fueron novilleros luchadores, no llegué a verlos de actuar como novilleros, me cuentan compañeros de su época que iban al toro de San Marcos y que eran dos toreros con mucha capacidad para resolver problemas delante de la cara del toro, ya sabemos que la suerte y las manos que llevan las carreras de los toreros juegan un papel importante y en la vida de Miguel e Isidoro seguro que les falló tener un buen apoderado, aunque aparte de ser buen apoderado tenía que haber sido muy cabal porque dada la clase que atesoran esos dos como personas no hubieran aceptado a su lado al típico taurinillo.

Me hubiese gustado alternar de matador con Isidoro del Prado y con Miguel Velasco, por la pasión que siempre me transmitieron como toreros, también porque sé que su época fue muy romántica aunque también muy dura.

De Isidoro y Miguel, aprendí que en el toreo también existe el sentido de la amistad, la prueba está que ellos se conocieron de chavales y se llevan mejor que muchos hermanos, siempre los veo juntos y jamás los he visto discutir, son pocos los que pueden presumir de llevarse como ellos, una amistad que les dura en el tiempo desde hace cerca o más de 50 años.

Lo que sí he coincidido con ellos fue de banderilleros una tarde en Madrid, ellos iban con el entonces novillero y posterior banderillero Luis Carlos Aranda, ese día empezó a nacer también un poco nuestra amistad, Isidoro sin apenas conocerme ese día me dio muchos ánimos y yo también percibí en ellos su seguridad delante del toro.

Volviendo a la profesión de banderillero quiero comentar que en la actualidad hay muy buenos toreros, pero quizá estén menos unidos que entonces, la prueba está que recuerdo que en las últimas asambleas de verano a las que acudí en los años 2016 y 2017 apenas hubo asistencia de compañeros, nos podíamos ver la cara casi todos los que allí fuimos.

La parte bonita de mis años de banderillero fue la cantidad de viajes que  hice, las muchas plazas en las que pude actuar, los muchos compañeros con los que compartí cuadrilla, las charlas llenas de sabor y torería en aquellos hoteles, pensiones y hasta en la sala de ayuntamientos.

Se compartieron alegrías en los triunfos de nuestros matadores y tristeza en sus fracasos y cornadas,  también nosotros hemos pasado por ello.

Nos ilusionamos con las condiciones del chaval que empezaba.

También tuvimos que aguantar algún público hostil por esos pueblos de Dios y también disfrutamos de gente bondadosa que nos trató con cariño.

Los tiempos han cambiado, el país y la sociedad en muchos aspectos; también es otra las nuevas generaciones de banderilleros juegan en desventaja comparado con nuestros tiempos, menos festejos y peor economía en general.

En la actualidad dadas las circunstancias son muy pocos los banderilleros que pueden vivir dignamente de su profesión, muchos tienen que compaginarlo con otros oficios.

Yo humildemente solo les puedo dar un consejo si me leen y me quieren escuchar, les daría el mismo consejo que me dieron a mi 30 años atrás, «Dignifica tu profesión». Respétate a ti mismo y al vestido de torear, la profesión te suele dar lo que tú le entregas.

Julián Maestro, torero