Quién nos tenía que decir cuando aparecieron los primeros teléfonos móviles, aquellos aparatitos que nos hacían muy felices porque nos podíamos comunicar con el mundo allí donde nos encontrásemos que, pasado el tiempo, ese mismo dispositivo –o parecido- se ha convertido en la peor lacra que azota a nuestra sociedad, un mal que no tiene remedio y que, para colmo de nuestros males ha derivado en lo que llamamos Nomofobia, digamos que esa sensación de angustia, malestar y ansiedad que, en muchos casos llega hasta la locura por parte de millones de personas que, sin el celular se sienten como huérfanos en la vida. Cada vez que he escuchado que han ingresado en los nosocomios a gente con un ataque de ansiedad por aquello de no tener “cobertura” en su móvil, a priori creía que podía reírme pero, vistos los resultados no me queda otra opción que romper a llorar.

Esta es la dura realidad que nos invade al respecto pero, yo quiero ir mucho más lejos, digamos que llegar hasta la raíz del problema que, sin lugar a dudas, los teléfonos actuales da la impresión de que los inventó un político o, en su defecto, un técnico de altura auspiciado por el político de turno que, sabedor de la causa efecto no dudó en que dicho aparato apareciera en el mercado para, de tal modo, someter al pueblo a la tiranía para con la cual se había creado este invento. ¿Sabían ustedes que, por ejemplo, se pueden ganar unas elecciones usando “adecuadamente” el teléfono móvil? Que responda Pedro Sánchez que todo eso sabe mucho más que yo.

Políticamente, al respecto, se ha logrado el objetivo. La gente no piensa, no razona, es sometida, vejada, aleccionada y cuantas definiciones más le queramos añadir. Si lo que se pretendía era que la gente no pensara lo han logrado por completo. Somos una manada de borregos manejados al antojo del poder, en este caso, a los caprichos de unos “vivos” que, sabedores de nuestra incultura no dudaron en darnos una herramienta mortífera para que todos sucumbiésemos ante los designios para los que se había creado el teléfono celular que, por cierto, desde hace ya mucho tiempo, como algo paradójico, ese aparato se usa para todo menos para hablar por teléfono, hasta el punto de que, como dato anecdótico contaré que, hace poco tiempo llamé a un amigo y, de repente, sin mediar palabra alguna me dijo de repente: “Alabado sea Dios, estoy escuchando la voz de un ser humano”

Quedé sin sangre en las venas al escuchar aquellas palabras que, sin duda alguna no esperaba porque, claro, hablar por teléfono para mí ha sido siempre lo más normal del mundo; pero es mi caso porque como explico, ya nadie usa el teléfono para hablar salvo el que suscribe estas líneas que, con la bendición de Dios todavía no ha sido atrapado por las garras de la tecnología pura y dura por aquello de ser manejado al antojo de los que dirigen el mundo en este sentido. Soy, sin duda alguna, uno de los pocos españoles que todavía no ha caído en la trampa de la sinrazón de la tecnología puesto que, como buen veterano que soy, me manejo con el correo electrónico y, cuando cojo el teléfono es para entablar una conversación con una persona amada.

Quedé aterrado estos días cuando el Instituto Español de la Tecnología  y Estadística nos daba el macabro dato de los móviles afirmando que, el noventa por ciento de los usuarios de dicho dispositivo, pasan más de cuatro horas diarias pegado a esa pantalla minúscula que, a no dudar, hará ricos a oftalmólogos y ópticos.  ¡Cuatro horas diarias! Sigo sin entender nada porque, a no dudar, mi cerebro no ha sabido calibrar la magnitud de dicha tragedia que, por otro lado, me deja inmune ante ese mal endémico que, insisto, ha derrotado a la sociedad actual en el conjunto del mundo. Si de ello me he librado, alabado sea Dios.

Cuando leí que, el célebre actor, José Sacristán no tiene teléfono; ni siquiera el Nokia de “toda la vida” como el mío, a partir de ese momento, si ya le admiraba a dicho actor, por su actitud, me enamoré de él en calidad de ser humano y, sin teléfono siguen llamándole para películas, series televisivas y todo lo que haga falta. ¿Le harán señales de humo para encontrarle? ¡Seguro que sí! Pero, cuidado, yo creía que esa cuestión de la Nomofobia era el pecado o enfermedad de los adolescentes o de los jóvenes pero, me equivoqué; cientos, miles, millones de ancianos a un paso de irse al otro barrio, son víctimas de esta cruel enfermedad. Al respecto, no me queda otra opción que rezar por ellos porque, en vez de utilizar todas las grandes ventajas que tiene un teléfono actual y que son muchas, la gente prefiere olvidarse de tales beneficios para consagrarse a la esclavitud de las sandeces, tonterías, bufonadas y estupideces que se mandan unos a otros para divertirse.

Siento pena por este enorme colectivo que se han despistado, hasta el punto de que no se acuerdan de que existen libros, películas, reuniones entre amigos y demás placeres que nos regala la existencia mientras ellos desperdician su vida en tales banalidades que, a la postre, solo les traen que quebraderos de cabezas y disgustos; eso sí, todo el mundo tiene un periodista dentro de su ser, lo peor es que hacen periodismo de estercolero porque, si pese a todo, la información que “irradian” tuviera algo que ver con la formación del ser humano, sería algo maravilloso pero, insisto, la gente prefiere regodearse con la basura antes que codearse con la cultura.