Arrancó el paseíllo de la sexta de abono, ante una magnífica expectación. Aparecieron los tendidos del coso maestrantes notoriamente poblados, registrando un muy prácticamente lleno. La gente acudía con ilusión, con esa de un niño la Noche de Reyes, evidenciado quedó desde el primer momento, con la majestuosa ovación con la que se recibió a Manuel Escribano, quien sufrió en la pasada Feria de Hogueras una dramática y severa cornada. Todo ello propiciado por un toro bravo. Sí, “Cobradiezmos”. Ejemplar indultado hace escasamente un año, en la Real Maestranza de Caballería, perteneciente al legendario hierro de Don Victorino Martín Andrés, cuyos pilares fundamentales son la casta, la bravura y el poder. No de forma tan notable, quien acudió al coso del Baratillo no resultó defraudado.

Fue el primero un toro con muy poca casta, ya denotó su condición en el quite que Ferrera le orquestó por verónicas, con gran juego de brazos y de mucho poder, llevando siempre toreada la embestida del animal. Previamente derribó el caballo, cuya doma no era la mejor, que montaba José María González, pues cogió a la cabalgadura por los pechos y sin recibir castigo alguno, dada la notoria y previsible condición del burel. Compartió el diestro el segundo tercio con Escribano, para proseguir la lidia con una excelente primera tanda de toreo en redondo. Fue lo único que permitió el toro, dado que se rajó acto seguido. Concluyendo la faena en chiqueros.

El cante grande vino con el cuarto de la tarde: “Platino”, negro entrepelado, número 13 (mismo señal que el otro gran toro de la Feria: “Ruidoso”, de Torrestrella”), de 570 kilogramos. Toro de prominente cuello, finos cabos y hocico de rata. Derribó en el primer encuentro con Antonio Prieto, quien castigó debidamente al animal. Sin embargo, en una demostración de bravura y poder logró el hito, recargando y empujando con los riñones. La segunda vara fue menos espectacular, no obstante, cumplió mejor que los demás toros lidiados en la Feria. Nuevamente, compartió el tercio de los garapullos, esta vez con el hijo del tristemente desaparecido Manolo Montoliú: José Manuel Calvo Montoliú. Emoción a flor de piel. La faena de muleta fue un toma y daca. Un enfrentamiento cuerpo a cuerpo entre toro y torero, donde los dos ganaron y ambos perdieron. Agilidad y flexibilidad a raudales del Albaserrada, viveza y listeza por igual dosis. Ferrera se jugó limpiamente la vida, pues el toro aprendía en cada muletazo. Inicialmente, vaciaba por arriba los pases, pretendiendo alargar la corta embestida de “Platino”, perdiendo pasos. Su antagonista se orientó y soltaba la cara pretendiendo arrebatarle los trastos. Hasta que llegó el momento en que dio con la tecla: firmeza de plantas, donde se cuecen las papas; abarcando la acometida con la muleta retrasada, con toque firme y vaciando la embestida por debajo de la pala del pitón. Extrajo derechazos y muletazos de mando y bella factura. Estocada trasera y bella muerte del toro, de bravo. El milagro de la casta. Oreja de ley, con petición de la segunda, que yo hubiera concedido.

Descastado y manso el primero de Escribano, al que recibió a porta gayola, instrumentó una serie de recibo a la verónica, en terrenos de sol, con gran humillación del toro y comiendo el terreno, apretando para dentro. Demostrando más genio que raza o bravura. Compartió el tercio de banderillas con Ferrera, en devolución del gesto anterior. Antigua y bella estampa torera. En la muleta puso de gran manifiesto su poca casta, venía midiendo en cada cita, sabiendo lo que se dejaba atrás. Fue su seguro un toro enclasado y templado, con casta para aguantar. Protagonizó su lidiador el segundo tercio, del que solo se puede destacar su cuarto par, en compensación del errado anterior, por dentro… Cuajó series de templado y destacable trazo por el derecho. Fue más irregular y de menor recorrido el pitón zurdo del animal. Tampoco cuajó las series por la zocata, por la ausencia de acople. Erró con los aceros, lo cual quedó en otra ovación.

Completaba la terna el torero de Lorca, Paco Ureña. Reconocido por su pureza y ortodoxia en los cánones. Fue su primero de lote, un toro de clase alta, tanto o más que su debilidad. Clase magistral ofreció Pedro Iturralde, de doma y de cómo picar. Con esa chulería de quien se siente torero. Desafortunadamente, el escaso poder del “victorino” no permitió vivir un vibrante “tercio de la bravura”, perdiendo las manos en ambos encuentros. Sobando al toro e intentándolo afianzar, con algún que otro enganchón en la primera fase de la faena. Recurriendo a un toreo más populista, mirando al público en determinados remates. Y llegó la tanda, tanda por derechas, quedándose en el sitio, muleta puesta, mando y dominio. Regresó a la zocata para instrumentar naturales donde primó la pureza: de uno en uno, enfrontilado totalmente y siempre cruzado. Estocada y oreja para el murciano. En Sevilla se necesita algo más para lograr tan merecido premio. Su segundo tuvo poca historia. Manso y rajado. Más que embestir, topaba. Siempre a la defensiva. Pudo llegar el drama, mas no fue así. Disposición y voluntad, más que eficacia, en las formas de su matador. En esa ocasión, dio un gran mitin con las espada.

Y por fin llegó eso que tanto añoramos: la casta, la bravura, el poder, la fiereza; en definitiva, el toro bravo. La gente acudió llamada por la casta, y eso encontró…

Plaza de Toros de la Real Maestranza de Sevilla, 6º festejo de abono, casi lleno. Toros de Don Victorino Martín Andrés, con interés, pero de justa presencia; destacando el cuarto por fiero y encastado; y tercero y quinto por su clase. Antonio Ferrera: ovación con saludos y oreja tras aviso; Manuel Escribano: silencio y ovación con saludos tras aviso; Paco Ureña: oreja y silencio.

Autor: Francisco Diaz