Cumplimos en estos días un siglo de la presentación de los toros de Veragua en Madrid que, desde el año 1945 son propiedad de don Tomás Prieto de la Cal, el hombre que se hizo ganadero con apenas nueve años de edad puesto que, al morir su padre que era el titular,  la ganadería quedó en sus manos, lógicamente con la ayuda singular de su señora madre y del mayoral.

Hablar de esta ganadería vazqueña de la rama del Duque de Veragua son palabras mayores. Han transcurrido cien años desde que el duque presentara sus toros en Madrid en la antigua plaza de la carretera de Aragón, al tiempo que dichos toros pasaban de unas manos a otras teniendo especial relevancia cuando la compró el gran Marcial Lalanda allá por los años treinta, pasando, en 1945 al actual propietario de la divisa, en aquel momento citado, el señor padre de Tomás Prieto de la Cal.

El devenir de los tiempos y las exigencias de las actuales figuras del toreo, incluso de algunos años atrás, han desconfigurado las llamadas ganaderías bravas encastadas puesto que, lo que era admirado por todos los toreros, y requerido, todo a su vez, como eran los toros de Veragua en las manos de Tomás Prieto de la Cal, ahora mismo es todo un vago recuerdo puesto que, las exigencias de los diestros van por otras directrices que nada tienen que ver con la bravura de lo que antaño conocíamos como un toro de lidia.

Como la historia nos ha contado, en aquellos años cuarenta del siglo pasado eran las figuras del momento los que requerían los Veraguas para demostrar su capacidad lidiadora, logrando, en aquellos años un esplendor inusitado el señor Prieto de la Cal que, como se diría de forma común y corriente, le quitaban los toros de las manos con el deseo de triunfar y, lo que es mejor, demostrar, cada quien y cada cual, ser el mejor. Pensemos como era la ganadería en tiempos no muy lejanos que, en los años sesenta y setenta, tentaban en la finca onubense del famoso ganadero, diestros de la categoría de Rafael de Paula, Curro romero, Antonio Bienvenida, a los que les siguieron El Niño de la Capea, Palomo Linares y tantísimos diestros de lo más alto del escalafón.

Todo el mundo quería saborear la gloria de la bravura vazqueña, justamente la que engrandecía a los toreros en aquellos años citados. Todo era glorioso, hasta el punto de que cuando Tomás Prieto de la Cal, con nueve años se hizo cargo de la ganadería, el mundo ganadero era otra historia puesto que, como el mismo ganadero ha confesado, aquello era una piña en la que todos se ayudaban unos a otros, razón por la que aquel niño citado guarda en su memoria recuerdos imborrables de toda la ayuda que recibió por parte de toreros, ganaderos, empresarios y todo el taurinismo al completo.

Fueron años gloriosos en los que, como se sabe, el toro era el gran protagonista mientras que, los toreros, cada cual en su leal saber y entender, se las entendían con dicha ganadería que, de poderles, el éxito lo tenían más que asegurado; es más, el hecho de torear los toros vazqueños era algo que les motivaba por completo; sabían, eso sí, que un triunfo con la citada ganadería era un pasaporte para todas las ferias de España y Francia. Eran tiempos en que, como digo, el toro era el rey mientras que, en la actualidad, el toro quieren que sea un animal domesticado para uso y disfruto de los lidiadores de la actualidad que, ni por asomo nada tienen que ver con los toreros de otra época.

Desde hace muchos años Tomás Prieto de la Cal está pasando por lo que llamaríamos como la travesía del desierto, una situación terrible en la que sobrevive gracias a su romanticismo sin límites puesto que, para él, que heredó la ganadería siendo un niño, venderla o exterminarla sería poco más que su muerte. Sus toros siguen siendo bellos, duros, bravos, encastados; toros de muerte como se definían antaño para gloria de todos aquellos que, portadores de la ambición por lograr la gloria en el toreo, eran capaces de conseguir el anhelado triunfo. Como quiera que en la actualidad y desde hace muchos años la gloria se consigue de otro modo más sutil y sencillo, matar los de Prieto de la Cal es poco más que un suicidio como piensan los toreros.

Es cierto que, ahora, en los tendidos, hay más público que aficionados pero en el reducto de los que quedamos, no podíamos olvidar este homenaje a un ganadero ejemplar puesto que, a los cien años de la presentación de sus toros en Madrid, cuando en el transcurso de estos años han firmado su sentencia de muerte decenas de ganaderías que, por unas u otras causas fueron despareciendo mientras que, Prieto de la Cal, tantos años después sigue defendiendo su leyenda.

De lo poco que queda del Duque de Veragua origen vazqueño, sigue siendo Tomás Prieto de la Cal el estandarte admirable para la gloria del toro bravo en su más fiel acepción, razón por la que de forma inevitable tenemos que rendirle honores ante lo que ha sido si logro, la celebración del centenario de su presentación en Madrid, todo un título que nadie le podrá arrebatar.

Como antes decía, los tiempos han cambiado muchísimo y, Tomás Prieto de la Cal tiene que defender su romanticismo al precio que fuere, todo sin perder su origen y mucho menos la grandeza de lo que es y representa el toro bravo que sigue criando que, como él confesó, lidia poco en corridas de toros, si se me apura, las suficientes tardes para que la gloria vazqueña siga en la mente de los aficionados; en lo que a novilladas se refiere tiene mucha más aceptación que, de alguna manera sigue brillando en los ruedos la estirpe del Duque de Veragua. Otra forma de mostrar el toro no es otra que lidiarlo en las corridas llamadas de recortadores en que, en las mismas, es el toro el gran protagonista; ahí sí que alcanza plenitud como tal el rey de la dehesa, algo que hace Prieto de la Cal sin rubor alguno y, es más, con el orgullo de saber que sus toros siguen siendo admirados por ese público especial que acude a los recortadores que, sabedores de las pericias de estos hombres singulares, el toro es el centro de atención.

Repito lo dicho, si pretendemos admirar al toro en su total dimensión, son los bicornes de procedencia del Duque de Veragua los que nos conquistarán por completo; esos toros de mirada penetrante que, como diría el propio ganadero, mirarles ya invita a la reflexión y mucho más a todos lo que dicen o quieren ser toreros. Enhorabuena al ganadero ejemplar, modélico que fiel a su estirpe, a su origen, no se ha prostituido jamás, todo lo contrario puesto que contra viento y marea, Tomás Prieto de la  Cal sigue vivo gracias a sus convicciones, a su afición y a todo lo que representa una ganadería legendaria como la que tiene en sus manos.

Fuerza, ganadero y que Dios le siga bendiciendo.

Pla Ventura