Y al fin llegó el 5 de julio, cuando tiene lugar la novillada que da lugar al ciclo continuado de San Fermín: esa fiesta universal que gira y tiene su única causa en el toro bravo. Los San Fermines son toros. Y punto. No hay otra. Aprovechando el gran abono que tiene esta Feria, se organiza, y a Dios gracias, un festejo menor con gran salud en los tendidos. ¡Menuda bendición! Para esta edición, repitió la ganadería local de El Pincha, de origen Domecq. Aunque pueda parecer contradictorio, en la Feria del Toro se echa una novillada medida y justa. Lo que debe ser una novillada. Este año se anunció a Francisco de Manuel, Antonio Grande y Diego San Román. Tres nacionalidades (venezolano, español y mexicano) y tres estilos muy distintos. Sin duda, lo más interesante que hay ahora en el panorama que, por desgracia, no es mucho. La tarde empezó con una anécdota. Afortunadamente, se la puede llamar anécdota.

 

En Francisco de Manuel estuvieron todas las esperanzas a principio de temporada. Se le vislumbraban enormes cualidades, un concepto hondo y profundo. Sin embargo, el devenir del comienzo de temporada ha ido diluyendo o enfriando esas esperanzas. Además, todos queríamos que triunfara por esa gran patria que es Venezuela. Dicen que ha retrasado su alternativa, y hace bien, muy bien. Ha de volver con la misma claridad de ideas con la que acabó la temporada anterior. Si bien su lote no ofreció muchas posibilidades, no rayó al nivel que tan bien nos tenía acostumbrados. Ambos novillos embistieron con fijeza y humillación en el caballo, lo cual fue una nota predominante en toda la corrida de ayer. Todas esas buenas condiciones mostradas en el peto, fueron disipándose mientras avanzaban los tercios. De Manuel no estuvo ni bien ni mal, sino indiferente. Y eso es lo peor que le puede ocurrir a un torero.

 

El segundo en anunciarse era Antonio Grande, que tanto ambiente ha despertado. Muy castellano, como lo es su cuna: Salamanca. No me lo tomen a mal los salmantinos. Salamanca es leonesa, lo sé. Solo quería simplificar en esto de los toros. La elegancia, la sobriedad y la «pata hacia delante» lo definen. Maneja bien el capote y se empeña en torear a la verónica. ¡Rara avis! Se quiere entablar rivalidad entre él y Diosleguarde. Dios quiera. Su primero empujó bien en el jaco y parecía que podía servir o romper, como tanto dicen los taurinos. La verdad es que tras verlo me quedó una extraña sensación. No sé si el novillo no sirvió a Grande o Grande no le sirvió al novillo. Con su segundo, solo pudo ponerse pesado. Demostrar sus maneras. El utrero era un pobre animalillo con muy poca fuerza.

 

El titular de esta crónica cobra en su tercer episodio todo su sentido. El resultado de esta lidia nos indica hacia donde van a ir los tiros. Dos orejas para «el coleta» y vuelta al ruedo para «el de las patas negras». Ambos premios injustificados en una plaza de primera. Que Pamplona es plaza de primera parece que se olvida muchas veces. En la mayoría de las ocasiones, solo se pone de manifiesto en el segundo puyazo o, en muchos casos, trámite. El novillo cumplió en el caballo, sí; pero solo cumplió. En la muleta tuvo clase y nobleza. Nada más. El novillero tiene un valor escalofriante. Tanto es así, que ha cobrado muy duro en su corto recorrido. Mucho. Y prueba de ese valor es que aún mantiene sangre valiente y no se le ha ido toda por los «agujeros». Sin embargo, tiene las evidentes carencias, aunque muchas, técnicas y artísticas. En esto de los toros, debe haber de todo. Voluntad y alardes de valor por doquier. Mató y cortó el doble trofeo. «Ofuscado» fue premiado con los honores de la vuelta al ruedo. Su sexto tuvo hechuras mucho más bastas, la verdad. Embistió con las manos y sin mucho recorrido en el capote. Cobró duro por peseta en el caballo y eso hizo que todo desapareciera. Se apagó en banderillas. San Román volvió a mostrar disposición, pero ¡bendito sentido de la medida!

 

Y mañana, el tan esperado «chupinazo»…

 

Por Francisco Díaz.

 

Fotografía de Javier Arroyo.