Alejandría arde, doy fe. Entramos en un bagaje de oscuridad, pesimismo existencial y pérdida de grandes testimonios de mentes lúcidas. Las epidemias arrasan con todo y lo pernicioso se apodera del hombre y su bien más preciado: el logos. Avanza el sentimentalismo y la falta de coherencia a golpe de tambor militar. Poco nos cabe esperar de una fiesta que alaba al dios del parné y rinde culto al gin-tonic.

Cansado me siento, probablemente pierda la fe en el devenir de un mundo inmundo en el que todo no tiene cabida. Pero hay razones y razones por las que no hay cabida, y es que tirar piedras sobre tu propio tejado es de temerario kamikaze.

Cansado de un taurinismo rancio y anticuado, típico y tópico, disperso e impuro, pero ante todo estancado.

Cansado del aplaudo porque sí, del “mira cómo se fuma el puro”.

Pero, a mis casi dieciocho, lo último que debo hacer es perder la fe en la ilustración y la juventud, un binomio que puede ser realmente explosivo y al que todo debe aferrarse cual niño a su abuela. El controvérsico arte de los toros, necesita un Quatroccento en toda regla que acabe con todos los dogmas pesimistas y avariciosos, dioses paganos y fe por lo imposible.

Es hora de centrarse en nuestro intelecto y dar paso a nuevos héroes de capa grana y oro – dejen paso los Ponces a los Caballeros, por favor- que nos resuciten de la peste negra de esta nuestra época. Cansémonos de ver vídeos de buenos toreros en el pasado, pero aprendamos, es nuestro fin como substancias racionales. Y aprendamos, sobre todo, para no repetir lo vicioso y corrupto, pues la historia pasa y pesa… me decía un querido y extravagante profesor.

Y con atrevimiento, mostrémosle a la sociedad que somos la generación de Michelangelo y Da Vinci frente al oleaje de medievo que sufrimos por nuestras malas artes.

Acabemos con el buenismo, habladurías obscenas hacia el cornúpeta y exijamos una fiesta digna. Abramos el sendero de la victoria del hombre frente al animal. Y sobre todo… respetémonos, un poco de amor propio.

Jóvenes, es nuestra oportunidad. Ataraxia, lectura y opinión.

Por Pablo Pineda