La paciencia, como sabemos, es la virtud que adorna a la totalidad de los toreros; no existe otra especie en el mundo que de la paciencia haga su más apasionada virtud. Me descubro ante los toreros, no queda otra opción. En cualquier otra profesión que podamos encontrar, cualquiera, ante el menor atisbo de ingratitud o incomprensión, todos, sin lugar a dudas, abandonamos y buscamos algo mejor. Es cierto que, pasado el tiempo, a muchos toreros, éste les da la razón puesto que, de haber abandonado ante el desaliento no serían ahora lo que son, caso de Emilio de Justo, Octavio Chacón, Pepe Moral y alguno más que, a base de paciencia han logrado su objetivo.

Pero una cosa es tener paciencia por aquello de creer en tus posibilidades por demostrar, caso de los toreros que he citado que, con alma de santos, han sido capaces de esperar y como ha sucedido, les llegó el momento y han demostrado su valía. Sin embargo, donde radica la paciencia como virtud inexpugnable no es otra que cuando un torero tiene condiciones más que sobradas para ello y, habiéndolo demostrado en repetidas veces, cuando compruebas que nadie te hace caso imagino que la desesperación será mayúscula.

Y viene a colación lo de la paciencia porque días pasados, concretamente el día Domingo de Ramos en Madrid pudimos ver al torero que más paciencia o perseverancia ha demostrado en todo el escalafón. Hablo de Fernando Robleño que, una vez más, en Madrid demostró su torería indiscutible; un torero que, como sabemos, en una temporada, creo que fue la del 2002, salió dos veces por la puerta grande de Las Ventas y no le sirvió de nada; luego, en el devenir de los años ha cortado muchas orejas en Madrid, incluso perdiendo alguna que otra puerta grande por el mal manejo de la espada y, casi veinte años después, seguimos pidiendo justicia para este diestro admirable que, con el paso de los años ha adquirido, además de un oficio bello, un poso de torería al más alto nivel, motivos y razones por las que nos preguntamos ¿qué diablos hace este hombre en el ostracismo que le han sumido?

Sinceramente, cuesta mucho entender un caso como el suyo que, como siempre ha sucedido, a Fernando Robleño no le llamaban ni para las corridas duras las que, desde siempre, han sido su gran baluarte. ¿Habrá injusticia más grande? Seguro que no. La pasada temporada en la que se le trató con despecho por parte de la gran mayoría de los empresarios, tuvo que llegar hasta Madrid en las corridas denominadas como DESAFÍO GANADERO para enfrentarse a los toros de Valdellán que, como recordamos, cortó una oreja de muchísimo peso; es decir, una oreja de Madrid ante un encastadísimo toro; sí, de esos animales que retirarían del toreo a la mitad del escalafón y la otra mitad saldrían huyendo.

Tras casi veinte años como matador de toros, Fernando Robleño, a base de paciencia, de ciencia, de torería y del propio orgullo de ser torero, todavía sueña en que el milagro de su torería innata pueda ser posible; que hace muchos años que lo es, pero Fernando Robleño confía que pueda estandarizase por el mundo su caudal de torería que, unido a su verdad, merece el mejor de los premios. Cuidado que, estamos hablando de un torero que, como tal, son palabras mayores dentro de su profesión; un torero que ha triunfado en repetidas ocasiones en Madrid por la vía “legal”, es decir, enfrentándose al toro de verdad, nunca al burro fofo con el que suelen triunfar algunos que se llaman figuras del toreo. Un respeto para este torero que, de su profesión ha hecho un cántico a la verdad de lo que supone un hombre enfrentándose a una fiera.

Robleño que, además de haber matado la de Victorino aludida, está contratado en Madrid con la de Escolar y Valdellán. Como él dijera, el que quiera que se apunte. Olé por los cojones de Fernando Robleño que, torería, gusto natural y empaque como torero lo tiene de sobra.

Pla Ventura