• Una lamentable entrada en el tercer festejo del serial en la Monumental Plaza de toros México.

Un encierro disparejo de presentación de la ganadería de “La Estancia”, apenas justo y del cual solo dos toros fueron dignos, uno del arrastre lento y el quinto, de una fuerte ovación en el arrastre.

El español Miguel Ángel Perera ha conseguido triunfos notables en esta plaza a lo largo de su carrera pero aún no consigue conquistar a los mexicanos que hoy le fallaron al no haber acudido al coso máximo. Quizá por el puente vacacional, o por el fin de semana más consumista de todo el año, que mantuvo a la gente en actividades “comerciales”

Y la suerte no acompañó al extremeño que hubo de despachar a dos descastados que no le permitieron regalarnos ese toreo artístico al que nos tiene acostumbrados. Porfió en su primero quizá ilusionado de volver a pisar una plaza que tantos triunfos le ha traído y que sin embargo lo ha tratado esta tarde como el amante de ocasión que no deja huella alguna en el alma.

Cuando no hay nada en la escena, por más intentos no hay en la pizarra verbos que conjugar.

El segundo iría por el mismo tenor, desluciendo las intenciones del esteta. El común denominador de esta tarde, fue la espada. Vergonzoso bajonazo. Y algún distraído por ahí agradeciéndole su actuación

Arturo Saldivar, contrario a sus alternantes gozó de la fortuna de la mano del oráculo en el sorteo. Llevándose los dos toros de la tarde. Pese a que la calidad de su primero imponía, fue su decisión la que comenzó a calentar las palmas del público que estoicamente permaneció en el coso pese al clima frío, y por momentos, lluvioso de la tarde.

Un buen mezcal se origina en la tierra. Es un destilado 100% orgánico; elaborado a base de piñas ahumadas de agave, fermentadas en agua de manantial y sintetizadas mediante el tiempo y trabajo de manos mexicanas. El producto es una bebida artesanal dulce al paladar con notas florales con leves tonos cítricos y un perfil herbal ahumado.

Ese es el sabor que nos regaló “Mezcal blanco”, mismo que encandiló los paladares de un público que degustó la buena calidad de una bebida espirituosa en un fino recipiente. La entrega del diestro y sus finas formas lo conjugaron en una cata que casi resultaba perfecta. Casi, porque al momento de concluir tuvo a mal dar una indigno final a tan fino ejemplar.

El segundo de su lote de nombre “Tequila” hizo total honor a su cualidad. Un destilado, que ha pasado por el abocado, Se percibe al gusto suave, ligeramente afrutado y herbal, con amables sabores combinados de agave cocido y madera, creando así un placentero “Bouquet “, que proporciona a la vez un sabor incomparable en perfecto balance. Y cómo si el ganadero lo hubiese sabido, lo bautizó. Así fue. Pero delante tenía un autentico sommelier. Los trazos del torero de Aguascalientes fueron siempre ascendentes, como si parar el tiempo y embriagarse con ese trago que envuelve la boca y que  desprende la conciencia permitiendo ese éxtasis de emociones, percepciones y sentimientos que detonan en un “olé” verdadero, que alimentan el alma y el espíritu, le llevaran la vida. Y es que Saldívar “dejó de ser él para transformarse en el que tenía que ser”, como bien lo dijo Sócrates. Y así como disfrutó cada segundo, pudo compartir, crear, transmitir por unos minutos la verdadera esencia del “Ser”, y su misión en esta vida.

Y así, enajenados, exaltados y entusiastas los parroquianos cataron la perfección enaltecida del sabor de las mieles del triunfo. Pero quizá fue tanto, que al llegar al final, se emborrachó de toro y nuevamente erró, rompiendo de un golpe las ilusiones y despertando a todos los presentes a una incómoda resaca.

Y volvemos al denominador… la espada!

Gerardo Adame poco pudo mostrar. Si acaso sus buenas intenciones, ya que se topó con otros dos marrajos que opacaron cualquier propósito. El primero mostró una debilidad que impacientaba y el diestro que venía precedido de una tarde triunfal el pasado año en esta misma plaza, sobó de forma sosegada solo consiguiendo un poco de empatía tras un espadazo defectuoso. En el que cerró plaza quería jugarse las cartas, pero tenía una pésima mano y aunque jugó con comodín, la tenía perdida. Las apuestas quedaron en un noble plan. Su desesperación lo llevó a fallas interminables con el acero que terminaron por borrarlo de la mesa.

Sin duda la suerte suprema es la conclusión más difícil qué hay en el toreo, pero decirse matador de toros, conlleva esa gran responsabilidad. Matar a los toros, de forma correcta, eficaz y artística si así pudiera ser.

El toro de lidia, por más descastado o manso es el protagonista del espectáculo y debe recibir una muerte digna. Pelea por su vida y la entrega sin condiciones, y eso debería ser suficiente motivo para respetarlo y que su paso por el ruedo tenga un buen fin!

El próximo domingo se anuncia a Juan Pablo Sánchez, Diego Silveti y Ginés Marín con un encierro de “Villa Carmela”

Por Alexa Castillo