Hoy, el presidente de la corrida ha querido gastarnos una broma de mal gusto al concederle a Tomás Ruto tres orejas que, lo justo hubiera sido un trofeo pero, quién sabe, el usía quiso emular al del día anterior cuando el señor Luque, con acertado criterio, le concedió un rabo a Morante.

Los toros de Jandilla, como todos los que lidian las figuras nos los conocemos de memoria; inválidos, carentes de bravura y no hablemos de casta, sin fuerzas y de vez en cuando sale una hermanita de la caridad para que el afortunado se explaye toreando sin el menor riesgo y mucho memos emoción. Pese a la puerta del Príncipe de Rufo, una corrida para olvidar porque cuando entendíamos que la afición hispalense se había tornado seria, llega un presidente y lo arruina todo.

Manzanares no estuvo. Su primero era un torito alegre pero el que estaba triste era el diestro; lo intentó sin ninguna convicción porque le puso algún que otro problema por el izquierdo pero, el toro merecía mucho más. Lo mató de una estocada y, buenas tardes, Manzanares, le dijo la afición. En su segundo, otro animalito santificado pero con menos fuerza, la labor del alicantino no convenció a nadie, incluido el diestro que, a la hora de matar ha dado un mitin.

Pablo Aguado tiene maneras de torero caro pero, para salvar su honor debe de pedir que le pongan frente a una corrida encastada como lo hizo el otro día Emilio de Justo; eso de tirar líneas ante toretes muertos de salida la va a ayudar muy poco. Buenas intenciones en sus dos enemigos, carita de circunstancias como diciendo, mamá yo no he sido, pero todo eso no vale. Si a la fragilidad del diestro le añadimos esos animalitos muertos de salida, apaga y vámonos. Pero no es menos cierto que a esos bovinos muertecitos los eligen ellos, los aficionados no tenemos la culpa, ahí está la corrida de Victorino Martín para que tomen ejemplo estos toreritos que, como se demuestra quieren impartir sus lecciones con el toreo de salón. Otra vez será, hermano, pero luego que no se queje. Es verdad que, con la aureola con la que se trabaja el papel, hasta pude llegar lejos en su carrera.

Tomás Rufo ha tenido dos hermanitas de la caridad en sus manos y hay que decir que es un torero muy bien estructurado, que torea muy bien, que mata mejor, que nada deja por hacer; incluso en ocasiones, hasta se le aplaude al final de cada serie. Eso sí, tiene una virtud inmaculada, su espada. Mata como un cañón y eso tiene premio. Todas las series que enjaretó le salieron bordadas porque atesora una técnica admirable. Eso sí, si de técnica hablamos, nos acordamos cuando le preguntaron al maestro Curro Romero al respecto de la técnica y el de Camas dijo: “Eso de la técnica debe ser para los mecánicos, en el toreo esa acepción no se usa, porque aquí lo que priva es el arte”. Como digo, su faena era de oreja, una muy justa oreja pero, el presidente estaba cachondo y le concedió las dos sin que nadie las pidiera. Su segundo, tan bonancible como el primero pero más paradito, otra estocada y otra oreja; era la tómbola por parte del presidente que, sin el menor rigor quiso desprestigiar la “sagrada” Puerta del Príncipe de Sevilla que, por ahí ya sale todo el mundo.

Una insípida corrida más que si analizamos su trapío y pitones podemos llevarnos un disgusto de época. Pongamos lamente en otros menesteres porque no tiene sentido llevarnos más disgustos. Tres figuras en el redondel, feria de Sevilla y, tres cuartos de plaza. Como millones de veces digo, estas gentes echan a los aficionados con su mala praxis a la hora de elegir los toros a lidiar y, como quiera que mucha gente se ha dado cuenta del fraude, prefiere quedarse en casa, ahorrarse el disgusto y no sufrir del sol abrasador de Sevilla.