Soy el caballero del emblema maestrante que corona la puerta de toriles de la Real Maestranza de Sevilla (1761), llevo aquí al menos desde 1765, cuando se concluye el esbelto y preciosista Palco del Príncipe, al que tengo justo en el lado opuesto. ¿Te imaginas despertar cada mañana y tener siempre enfrente esa guapura?, después de tanto tiempo me he acostumbrado a pasar desapercibido ante el esplendor de tanta belleza, envidia de los palcos de la tauromaquia mundial.

Hoy se notaba en el ambiente que iba a pasar algo gordo, aunque rondaba por mí casco de caballero medieval, aquel dicho de ¡tarde de expectación, tarde de decepción!, además se conjuraba la ganadería origen y base del mono encaste, génesis del Toro Artista, que pasa y pasa incansable por la muleta, hasta que se le caen las orejas al animalito. Pues hoy no ha sido el día, ¡y mira que he visto yo cortar orejas a estos de Domecq!

Los toros flojitos y descastados, y no insisto sobre sus cualidades porque a Juan Pedro le quedan tardes, muchas tardes y tardes por venir al coso del Baratillo, no quiero que me coja ojeriza y me mire mal y ¡hala, ya tenemos mal de ojos!

De Juan Antonio Morante de la Puebla tampoco puedo hablar mal, porque viene mucho por aquí y es capaz de coger maza, puntero y cincel y hacerme desaparecer a martillazos, téngase en cuenta que ya se metió a agrimensor, midió el ruedo de Las Ventas y lo rebajó… ¡de aquellos polvos, estos lodos!

El caso es que Morante, artista donde los haya, un auténtico portento de la tauromaquia, estaba esta tarde algo perdido en sus cavilaciones y ensimismamientos, apático, malhumorado y cascarrabias, ¡cosas propias del Genio de La Puebla!

Del cartel se había caído Pablo Aguado por una lesión en la rodilla, cuando me enteré supuse que iban a colocar a un tercero artista, para completar el cartel, pero no ha sido así, eso que se ahorra la empresa, aunque no lo voy a criticar, no vaya a ser que el empresario me liquide a cañonazos, como hicieron las tropas napoleónicas con la nariz de la esfinge de Guiza. Pero fíjate cómo serán estos paisanos míos que terminaron poniendo el cartel de no hay billetes.

Así pues solo quedaba en la tarde la esperanza puesta en un torero de Triana, que no en la Esperanza de Triana (Hermandad), sino la Esperanza de Triana (Torero)… y Juan Ortega no defraudó.

Hay toreros que pasan por la Maestranza y no se atreven a mirar a la Puerta del Príncipe, por su inaccesibilidad, hoy Juan Ortega ha flirteado con ella pero no han llegado a entenderse ¡otra vez será torero!

Dejemos ahora que Pepe Luis Vargas, su apoderado, su mentor y hacedor, nos defina el toreo de Juan Ortega:

Vestido de Triana y azabache

Sentir de cava de pureza y manos bajas,

de pecho y cintura mecidas por el alma,

duende que recorre tus venas

como el Guadalquivir bajo el puente.

Cuando se torea así no se aplaude,

ni se dice el olé,

es un crujío del tendido de pie

y el bello erizao…

-Pepe Luis Vargas-

Rafael Villar Moyo