¿Por qué osamos llamar figura a cualquiera? La siguiente gráfica, hecha por Óscar Escribano, muestra la cantidad de toros matados por Joselito el Gallo desde el año 1912 hasta 2020.

La realidad es clara: se le puede llamar figura del toreo. Aparte de sus cualidades como lidiador, conocedor de los terrenos del toro, depurada técnica e infinita torería (algo inmedible) tuvo el buen hacer de enfrentarse a cualquier encaste.

La clave reside en que una es figura es figura por sus buenos actos. Y en los tiempos actuales, ocurre todo lo contrario: “como es figura, todo lo hace bien”. Pero más allá de las artimañas “destoreras” que se usan, el acomodamiento de las actuales figuras pone seriamente en peligro la variabilidad genética de la que la cabaña brava goza y dejará de gozar.

Sin duda, otro insulto a la ética taurómaca. Pero la ceguera del aficionado es la causante de esta lacra. Se sale de los toros diciendo que es siempre lo mismo y aburre. ¡Caray!, pero si el respetable no se digna a cambiar el billete del festín “figuril” por la corrida concurso. ¿Qué pretendemos así? Por todo esto, la solución es solo una: la educación.

Lo curioso de todo este caso es que, algo tan subjetivo como es la percepción del arte, sea atacado en tanto que uno se informa para que esa percepción sea lo más precisa posible. Tras la enumeración de las cualidades generales del rey de los toreros, pero en general de cualquier buen torero, como son la capacidad de lidia, el conocimiento de terrenos, la técnica y la torería, son cualidades que, por no decir ninguna, apenas una figura del escalafón actual posee. Y por atrevido que parezca, el testimonio de esta afirmación es el dato al alcance de todos: las figuras solo torean un tipo de toro. Pero eso no queda ahí, no solo no llegan a la suela de los talones a lo que, por definición, debería ser una figura, esos héroes de otras épocas que se enfrentaban al titán más fiero con todo tipo de sanos recursos. Para colmo, aparte de llevarse injustamente el galardón de ser figuras, que ya no es poco, no se puede discutir sobre sus actuaciones porque son figuras ya de por sí, aunque sean la bajeza hecha torero. Es algo parecido a una petición de principio, una falacia en la que se parte de una premisa que no tiene por qué ser cierta. Pero para más inri, no solo hay que ser sumisos a la idea de que son figuras, sino que ¡no se pueden criticar! Porque la crítica en la actualidad es una herejía en toda regla que desarticula este sistema putrefacto. Y claro está, que desde que este complejo, desacertado e insostenible sistema, se ve en pie gracias a esa falta de crítica -recuerden que el que esto escribe es un hereje-, en adición a un establishment periodístico que hace honor a esa ausencia de crítica. Pero más allá de la ausencia, aparece la presencia de apoyo. El apoyo a lo que éticamente no se puede apoyar es la evidencia de que la prensa es una marioneta al servicio de poderoso caballero, don dinero. No hace falta irse al ejemplo de la deplorable humillación de Madueño a Néstor, que es el caso más reciente. Simplemente, con clicar y observar, es perceptible de qué pie cojean en la mayoría de los portales, dando voz a quienes lo necesitan para mantener sus corrompibles actos y censurando al que puede alzar con pureza la tauromaquia.

El conocimiento siempre nos hará libres, y más allá de ello, la libertad nos conducirá a la virtud. Y en este caso, la virtud es que los encastes minoritarios no acaben en el matadero por culpa de un sistema totalmente insostenible, manejado por figurines de pitiminí que no se atreven a torear cualquier tipo de toro.

Pues eso, otros tiempos. Hoy en día, ignorantes los hay mires hacia donde mires, y se es ignorante porque ni teniendo la biblioteca de Alejandría en el bolsillo (Internet vía teléfono móvil) la mayoría de los jóvenes se molestan en buscar un dato o leer antes de soltar una chorrada hablando de cualquier tema serio y candente. En cambio, antiguamente había que descifrar códigos para lograr encontrar un dato, y ni eso, porque solo unos cuantos podían acceder a información. Como diría mi amigo Quesillo: “antiguamente había iletrados, que no ignorantes”, y así es.

Las modas, modas son. Y como modas que son, pasan. Esperemos que la fiebre por el monoencaste pase como una moda. Y haya más gallitos y menos sinvergüenzas enemigos de la ética.

Por Pablo Pineda