Bendito fue aquel siglo XVIII de ilustración, mentes abiertas y brillantes, desarrollo humano, ético e industrial. Desde entonces, el crecimiento ha sido exponencial, bien en el campo de las ciencias sociales, naturales, tecnologías, derecho o demografía. No hay que temerle al devenir moderno. No hay que sentir miedo por el flujo de electrones: ahí reside nuestra permanencia como especie, avanzando.

Pero, amigos míos, el gran Pericles ha muerto, y a muchos nos obligarían a tomar la cicuta si por el permiso del funcionamiento de mentes perversas fuese. Si bien avanza todo de la mano de unos cuantos, nos encontramos en un periodo de crisis moral, y día tras día que pasa me reafirmo. Los sofismas son el padrenuestro de los dirigentes, capaces de mover cerebros lavados por las proclamas “ad ignorantiam et ad populum”, guiadas por un sentimentalismo y afán de corrección inadmisible.

No es una excepción el caso de “la fiesta”. La crisis es no solo visible, sino preocupante. La tauromaquia está sumida en un caos degenerativo. Si nos basamos en el principio de identidad y de no contradicción, Parménides ya nos lo diría: la fiesta pura ha muerto. Pues, lo que es, es, y lo que deja de ser, no es. Lo que es íntegro y puro, lo es, y si cambia o se mueve en cualquier dirección, deja de serlo. Y solo hay que atender a la factoría de desgracias en la que el ritual se ha convertido. El Peripatético nos hablaría de un ser en acto que se potencia, variando sin dejar de ser. Y yo les planteo, ¿de verdad creen que un coche, cuesta abajo, acelerando, sin frenos y con muro enfrente no colisionaría? La respuesta se da sola.

Pero, el amigo Platón nos indicaría el ascenso de la caverna hasta ver el sol del Bien: aprender, entender, fustigar lo corrompido. En definitiva, estudiar, la única forma de ser realmente libres, justos, buenos y bellos.

Por Pablo Pineda