Somos y seremos, dos tiempos verbales que pueden distar el uno del otro lo que el propio hablante guste. A lo mejor, ese tiempo es la incógnita (a veces hiperbólica) que debemos plantearnos. No se trata de vivir o sobrevivir sino que es una cuestión de «¿Ser o no ser? He ahí la cuestión».

Aunque, en realidad, para cuestión la del tiempo, que por lo visto no tiene fácil solución. Cuestión de minutero y segundero, quizá de calendario o incluso de diario, pero está claro que el tiempo apremia y no estamos para «hacernos los suecos» ante la encrucijada en la que nosotros mismos nos hemos situado, y de situación también trata el tema. De situarse en el plano social, como el resto hicieron ya tiempo ha y de no equivocarnos porque, en este ajedrez que es la sociedad de las «fake news», de los bulos y los ladrones, de la violencia contenida en una lata, si hacemos un solo movimiento de un peón o, peor aún, de un alfil o la propia reina en falso, el jaque estará servido: jaque y mate.

Y, sí, evolucionar, cambiar, resucitar es una aventura desconocida para muchos. Otros, simplemente, la evitan a ultranza y terminan por desvanecerse en el tiempo y la historia. No se trata de ser una Numancia moderna sino de encarnar el espíritu de adaptación íbero que supo aceptar (aunque no sin revueltas) a romanos y árabes y bárbaros del norte, aprovechando las debilidades que pueda tener el «enemigo», al que no estaría mal que de vez en cuando llamáramos como hacía Gila en el humor no hace muchos años, aunque sólo llamáramos para molestarle, ya que de ellos también podríamos aprender.

Olvidarnos de política, olvidarnos de vacías e inútiles ideologías que sólo han hecho que nos dividamos cuando ahora precisamos estar más unidos que nunca, unidos que no significa ser iguales. Ni «nosotros somos los más» ni el «es que ellos son…». Empleemos más la primera persona, del plural concretamente, que tenemos la obligación moral ante el mundo y la historia de preservarnos y, si morimos, que moriremos, de hacerlo a nuestra manera y que sea de forma solemne, con el honor y la gloria de una lucha social que al menos podremos contar a nuestros nietos, decirles que lo intentamos. Rescatar clásicos de «nuestro cine», volver a emocionarnos con lo de siempre, que ahora tan poco se estila. Dejar a un lado las modas y volver a la verdad, a lo sencillo y curiosamente lo más grande. Recuperar la ética, recuperar el compromiso de igualdad en la lucha adquirido antaño entre los héroes protagonistas de este baile mortal. Rechazar el estilo despreocupado de hogaño, prostituido y manipulado por excesivamente manido…

Porque, aunque nos quieran hacer ver molinos donde realmente hay gigantes desde los poderes fácticos, nos enfrentamos al mayor punto de inflexión en nuestra andadura y debemos tomarlo como tal: sin dudar, de frente y por derecho ¡Vivamos! ¡Vivamos lo que nos pueda quedar a nuestra manera y peleemos, cabales, contra quienes nos desahucian! Nos desahucian de un mundo del que, aunque sea duro aceptarlo, sobramos. No por nuestro carácter, sino por el de ese mundo gris y dormido, infantil, absolutamente despreciable y que está lleno de rebaños de ovejas que se mueven al son del perro pastor que las guía: todas iguales, de una misma capa y casi hasta mismas preferencias por los pastos.

Al final moriremos, sí. Caeremos rendidos a los pies de un fusil cultural y fratricida que nos ejecuta no sin sufrimiento. Pero, al menos, diremos que morimos como quisimos y no como nos impusieron, prefiriendo morir en pie que vivir arrodillados; con nuestras propias ideas, nuestro corazón latiendo y nuestra mente, al necesario cambio, abierta. Por eso creo que es hora de la lucha y del levantamiento, de pelear por encima de lo que nos impongan, así que digo: ¡Aficionado, DESPIERTA!

Por Quesillo