Una vez escuché al Cordobés -léase Manuel Benítez- referir una anécdota que representa claramente por qué en ocasiones los fondos son más importantes que la forma.

Ese día, que no puedo concretar, en un hotel cuyo nombre no soy capaz de recordar, cuando el diestro estaba en la plenitud de su fama, alguien le pidió dinero o tuvo que encargar a ese alguien que pasase por la recepción para que le dieran algo de pasta, para lo cual le entregó un papelito en el que escribió algo como esto: Bale por mil pesetas. E iba firmado por el último califa del toreo.

Cuando el receptor del documento se lo echó a la cara y se estrelló contra la garrafal falta de ortografía, exclamó con un reproche jactancioso: ¡Maestro, que vale se escribe con uve!

A lo que el Cordobés le respondió: Anda, escríbelo tú bien y fírmalo con tu nombre, a ver si en recepción te dan el dinero. Provocando con su retranca la hilaridad de cuantos presenciaron la secuencia, una escena que seguro recordarán con precisión en todos sus fragmentos más de uno de nuestros queridos lectores.

Tanto en el hecho de no estar aportando detalles concretos que permitan otorgar el debido rigor a esta historia, como por el predominio de la moraleja sobre todo lo demás, se pone de manifiesto que la fortaleza del argumento -la solvencia, el parné y la inteligencia- tiene mucha más fuerza que los pormenores sobre algo tan tremendo como un defecto de forma gravísimo a nivel gramatical, que además fue cometido por la ignorancia del palmeño debido a sus orígenes tan humildes.

Si esto lo trasladamos al lenguaje publicitario, podremos observar cómo  el abanico se despliega y sus varillas articuladas son capaces de sobrepasar todas las reglas y encorsetamientos cuando el objetivo consiste en presentar un mensaje que resulte atractivo, comprensible e incontestable, manque la manera en que lo mostremos haya transgredido todas las barreras habidas y por haber.

¿Quiere decir esto que estamos legitimados para escribir como nos de la gana? ¿Podemos permitirnos el lujo de patear el diccionario cada vez que nos plazca? ¿Cómo puede ser que escribir mal pueda estar considerado por nadie como una virtud?

Lo que quiero decir con todo esto es que cuando se tiene un negocio honesto, en el que se trabaja con seriedad y ofreciendo buenos productos que ofrecemos a quienes se precian de ser clientes, en el que se hacen todas las cruces para conseguir la obtención de unos números azules que nos permitan pagar las facturas, los impuestos y que todavía quede algo para llevar a la despensa, está permitido todo lo que cada cual sea capaz de promover decorosamente a nivel publicitario. Asaz cuando todo el daño que podamos causar sea cambiar una B por una V.

El bueno de Manuel Benítez, el Cordobés, cometió ese error muy a su pesar, y no se regodeó en él sino en lo fulminante de su mensaje, pero cuando alguno de nosotros se haga trizas la sesera pensando cómo puede conseguir más clientes -mejores beneficios, en definitiva- según el modo de enfocar una campaña de promoción o logrando que sus emails comerciales tengan un mayor poder de éxito, comprobará que para poder jugar a placer con el lenguaje -también con sus faltas de ortografía-  lo primero es conocer bien ese lenguaje así como sus reglas de ortografía, gramática y semántica. Y mejor cuanto más se va aprendiendo.

José Luis Barrachina Susarte