Hace un par de domingos, durante la Eucaristía, se hizo desde el atril un ruego para que la propiedad privada pase a ser un derecho secundario, deseando que los bienes propios queden a la disposición del prójimo.

Roguemos al Señor, repicaron los papagayos que no se percataron de la trampa, mientras que algunos otros nos giramos buscando recíprocamente rostros semejantes para corroborar que, efectivamente, habíamos escuchado bien. La Iglesia desde el púlpito pidiendo a los feligreses que el derecho fundamental a la propiedad privada, consagrado en la Constitución e unido indisolublemente al de herencia -incluso para aquellos que no habiendo nacido se encuentran en el útero de su madre-, pase a ocupar un lugar secundario.

Como a botepronto la cuestión suscitó el interés de muchos asistentes a la Eucaristía, me puse inmediatamente manos a la obra, primeramente, buscando información con la que desarrollar, confirmando o desmintiendo el inquietante mensaje lanzado desde un altar en el momento previo a la consagración del cuerpo y la sangre de Jesús.

Lo primero fue ponerme en contacto con amigos de diversas diócesis, para comprobar si también fue promulgada en otros lugares de España la soflama que hoy nos trae a cuento, ante lo cual recibí nutrida información de otros cristianos indignados. Malos cristianos como yo, ni que decir tiene.

Proseguí escribiendo al señor obispo para consultarle algunas dudas al respecto: ¿Este mensaje proviene de una consigna del obispado o de alguna otra entidad oficial de la Iglesia? En caso de que no, le agradecí su atención, y en tal punto dando por finalizada mi consulta, enviándole un fraternal abrazo en don Bosco.

Pero en caso afirmativo, le agradecía algunas respuestas más, con el debido respeto: ¿La citada alusión a la propiedad privada es referida también a los bienes propios de la Iglesia y de sus dirigentes, o sólo es pretendida para los bienes ajenos a la cúpula de la organización? ¿No le parece una temeridad el hecho de rebajar la categoría un derecho fundamental como es el que reconoce la propiedad privada, cuando está en ciernes el grave problema de la «ocupación», un delito blanqueado por el actual Gobierno, que provoca la inseguridad jurídica de quienes lo sufren, y que atenta contra bienes obtenido con sumo esfuerzo, años de trabajo y el sudor de la frente, valores verdaderamente cristianos?

¿No sería mejor que la Iglesia se dedicase a promover el trabajo, incentivar el esfuerzo de quienes pueden y tienen el deber de realizarlo, fomentar la solidaridad que todos debemos hacia quienes lo necesiten y consagrar la igualdad de oportunidades para todos, dentro del marco legal?

En este otro punto final de mi carta, de nuevo le enviaba un cordial abrazo con mi agradecimiento por el tiempo dedicado, porque pese a que todavía no he sido respondido, a buen seguro que ya habrá ocasión propicia. Si las cosas de palacio suelen ir despacio, las del episcopal no deben ser excepción.

Mientras tanto, la fuente directa al siniestro concepto nos lleva al Papa Francisco en persona, quien en el pasado octubre declaró que «si una persona carece de lo necesario para vivir con dignidad, es porque otra persona lo está deteniendo». Por lo tanto «el derecho a la propiedad privada sólo puede considerarse un derecho natural secundario, derivado del principio del destino universal de los bienes creados».

Ante lo cual, el heredero de la silla de San Pedro nos está considerando responsables de la pobreza de otros a quienes tenemos una casa conseguida mediante el esfuerzo del trabajo, el ahorro, la herencia o un premio de la lotería. Los ladrones estarán bien en prisión, pero el resto a vivir en paz, compartiendo lo que tengamos y enseñando a pescar a quien lo necesite. Esto mucho mejor que dadivando peces como limosna, así como manteniendo intactos los derechos y deberes naturales y fundamentales de cada individuo.

Según la teología de la Iglesia católica, el Santo Padre es infalible según un dogma que lo preserva de cometer un error cuando promulga a una enseñanza dogmática en temas de Fe. Como cuando el Papa da a Dios lo que es de Dios, pero no cuando se mete en asuntos que atañen al pan ganado con el sudor de la frente. Mucho menos cuando no se predica con el ejemplo.

José Luis Barrachina Susarte