Hemos pasado de que nos muestren con orgullo los toros a tener que enseñarlos de tapadillo para que nadie se olvide de que existen. Desde que nuestros antepasados, menos primitivos que cívicos, representaban sus escenas de caza en las paredes de las cuevas hasta la cerámica comercial taurina que exhibe estampas representativas de la Tauromaquia y sus lances, apenas ha pasado un suspiro.

En los felices años veinte se puso de moda valerse de los toros como reclamo publicitario para la venta de diferentes productos, como relata el jurista Joaquín Herrera en un reciente ensayo publicado en El Correo de Andalucía, de lectura recomendable, y al buen aire de una campaña que promovió el criador bodeguero Pedro Domecq, en la que con el pretexto de vender sus bebidas enseñaba el intríngulis de una tarde de toros: Un buen par de banderillas para el Coñac Carlos III, el gallista Lance del Delantal para el Vino de la Raza, así como un Kikirikí para anunciar el Coñac Fundador y Coñac Extra para las bruces de un picador, Oloroso para otro varilarguero que aguanta el embiste a caballo levantado -con calzón y media-, como mural publicitario la escena de ese maletilla zafándose por debajo del cercado y para el brindis Amontillado Macharnudo, conformando todo un tratado de los toros y sus costumbres sobre cerámica para que todo el mundo lo viera, como también  había por los tabiques de Los Gabrieles de Madrid, un establecimiento que se recuerda por las tapas y sobre todo por su protagonismo en la serie Juncal. Ojalá que no se hayan perdido, porque se trata tanto de otro punto más de coincidencia entre el vino y los toros por medio de las obras de arte de unos maestros de la cerámica cuyo testigo se conserva depositado en la sevillana asociación Niculoso Pisano. Cuando los queridos lectores busquen en Google la entradilla Retablo Cerámico verán qué maravilla.

Los toros son una manifestación artística de lo más popular porque está al alcance de todos, sin distingos de clase o economía, y por ahí también hay que enseñarlos, porque ¿cuánto vale una media de Morante recogiendo a la Creación en su cadera? ¿Y ese Cobradiezmos embistiendo con los antebrazos y dejando la estela de su hocico sobre el albero? ¿O aquel sublime natural que interpretó Esplá ante Beato, y que dilató las cerchas de Madrid? No debería el necio confundir el valor con el precio, porque como clientes pudimos adquirir estas obras de arte. Por menos de lo que cuesta una entrada de cine se puede ir a los toros en Madrid, mientras que su valor es equiparable al de cualquier otra obra de aspecto palpable, diferencia esta que convierte al arte de torear en algo incomparable.

Sin embargo, en el actual y politizado ambiente de ahora, no hay bodeguero que ose asimilar los toros con sus caldos, y además desde la mayoría de las instancias políticas le arrebatan los toros al pueblo. Hasta nos advierten desde la izquierda dirigente que no consideran que los toros sean cultura ni que los toreros merezcan los mismos derechos que el resto de los trabajadores. ¿Pero desde cuando los toros son de izquierdas o de derechas?

Hemos caído en una trampa que esperemos no sea mortal, y por eso cobra tanto interés el libro Los toros desde la izquierda, en el que el político vasco Eneko Andueza presume de los valores socialistas que le inculcó su abuelo Mauricio, así como la afición a los toros de la mano de Paco Camino. El rédito de este trabajo es enorme, por lo que agradezco a mi colega, maestro y amigo Pla Ventura su regalo, del cual escribiré en mi próxima columna si Dios quiere.

Querido Luis, siempre estás al quite. Nada como recibir el obsequio de un libro o ese vaso de vino que te ofrece un amigo. No hay otro trago mejor.

José Luis Barrachina Susarte

Sirva la bellísima fotografía del maestro Gregorio Tébar El Inclusero para adornar tan espléndido trabajo.