Aunque habrán sido muchos los que hayan pronunciado esta frase desde los confines de los tiempos, debemos atribuir al gran Alfonso Ibarra el arte con que la acuñado para el presente.

Con un aire de gracia, con la verdad pura, con pulcra sorna en ocasiones y siempre con el don de la oportunidad, la frase está resultando muy didáctica porque de esa guisa va circulando por las redes sociales, despertando conciencias y dando motivos para el debate.

El hagstag #hayquepicar está siendo una herramienta gracias a la cual muchos jóvenes aficionados van descubriendo la suerte de varas, un momento que puede llegar a ser cumbre o convertirse en una vergüenza, porque este tercio es el único válido como termómetro de la bravura, por eso es tan importante.

Cada vez hay más ganaderos que presumen sin sonrojarse de prescindir del caballo durante sus labores de tienta y selección, demasiados comentaristas se vanaglorian mintiendo al decir que este o aquel torero había dejado sin picar al toro porque ya le ha dado él dos puyazos con la muleta y tarde tras tarde comprobamos como los picadores son pitados nada más que se pasen un poco recetando el monomicropicotazotraserazo.

Como el poder de las redes sociales es muy grande entre los jóvenes, resulta fundamental el logro de que cada vez haya más gente en los tendidos capaz de discernir el gato valorando la liebre que salta cuando uno menos se lo espera. Los Instagrams y los Twitters se van nutriendo de imágenes y secuencias que unos y otros van subiendo a la red para que el resto pueda apreciar la diferencia, dando pena cuando el espectáculo es lamentable por su falta de sentido e integridad, pero qué gozo más grande cuando los unos y los otros van compartiendo la belleza de un toro bravo arrancándose casi desde los medios, bajando la cara un metro antes de llegar a la suerte y allí mismo siendo parado por un pedazo de picador que se merezca ir vestido de oro.

Por eso cuando quienes ustedes y yo sabemos aparecen pidiendo acortar las puyas para que el toro sangre menos, el personal se pone a buscarle las tres patas al micifú, temeroso de que esto pueda suponer un nuevo descenso en la inmersión hacia la lidia incruenta.

La reducción de la puya, la aparatosidad de los petos -por muy ligeros que sean- y la ergonomía del estribo, son el árbol que nos ponen por delante para que no veamos el bosque, en donde se encuentra la realidad de una selección ganadera, en parte mayoritaria sometida a los monótonos criterios de la docilidad, nobleza, manejabilidad y bondad, para condenar en la periferia al toro de reacciones imprevistas –sea con bravura o con mansedumbre-, poderoso, íntegro –sea astifino o astigordo- y con diversidad en su tipología, ya sea esta de cruz más o menos alta, quedando cada vez más ganaderías sentenciadas a la muerte.

Si las redes sociales muestran un poder tan grande que hasta es capaz de contrarrestar las líneas editoriales de los medios de comunicación más poderosos, no cabe duda de que también tendrá su efecto de contrapeso en todo lo que viene relacionado con los toros y en poco tiempo serán miles los aficionados que no se tragarán los puyazos de pastel aunque estos vengan siendo justificados por los comentaristas televisivos de turno, como ya no se tragan los bajonazos que nos cuelan desde los micrófonos como si fueran estocadas en todo lo alto, porque si terminasen ganando los que piensan que los toros no necesitan ser picados, ¿para qué coño queremos una corrida de toros?

De esa guisa decíamos al principio, y de ese guiso podemos decir para terminar, porque también hay que ver que buena mano tiene el señor Ibarra para los guisos.

José Luis Barrachina Susarte