Nos acordamos mucho de los toreros antiguos y de la Tauromaquia clásica, lo cual no significa cerrar el cerco sino todo lo contrario. Cuanto menos halagüeño es el presente al que nos enfrentamos, más habitual resulta que tendamos a recordar las glorias del pasado, aunque uno de los consabidos valores que nos ha transmitido la Tauromaquia es el de tener siempre presente su Historia. Por eso cuando se celebran efemérides, y escribo esto cuando seguimos inmersos en este infausto año de Joselito, vertemos homenajes, opiniones, posts, likes, fotografías, carteles y recortes para honrar a los recordados toreros antiguos y sus tauromaquias.

Hace pocos días tuvimos la suerte de volver a disfrutar de una faena de Dámaso González en Madrid, enlatada y gracias al canal Toros TV a quienes hay que reconocerles grandes aciertos lo mismo que se les somete a crisis cuando procede, como nos sucede a todos, ahora alumbrados ahora ensombrecidos. Toreo puro.

No tuve la suerte de tratar mucho a maestro de Albacete, apenas muy poco roce salvo un día que a la orilla de los Arenales del Sol, en bañador echamos un buen rato hablando de toros, y algo parecido durante la última Feria de Hogueras que vivió, cuando mi amigo el genial fotógrafo Vicente Corona le hizo un precioso reportaje, cuando sin que nadie lo esperase ya estaba acabando su vida.

Aquella tarde de los años noventa, y me refiero a la televisiva, Dámaso vestía de torero con su arrolladora personalidad, terminando la actuación con el cuello de la camisa desgarbado tras matar a su segundo toro, y con la pañoleta descolocada, pero manteniendo inalterada su faja de color grana. En su sitio, en ese lugar de la cintura donde tiene que ponerse uno la faja, bien sea al vestirse de torero o bien al vestirse con cualquier otro atuendo que haga necesario el uso de la misma.

Cuando recordamos a los toreros clásicos, seguramente para rendirles un tributo de admiración, recuerdo y homenaje, no deberíamos quedarnos en la simpleza de las opiniones, posts, likes, fotografías, carteles y recortes, por mucho que obedezcan a criterios que nos puedan parecer entrañables. El recuerdo de las tauromaquias clásicas debe trascender de la superficialidad y adentrarse en los porqués, penetrando en los fundamentos. No sólo resulta importante la manera de mover las telas sino también otros detalles que no deberían estar perdiéndose a causa de pasar inadvertidos.

Observando la faja de Dámaso se da uno cuenta de que a los toreros actuales ya no se les ve la faja, porque no la llevan sino una cinta de tela justo por debajo de los sobacos que debería hacer justicia a su ubicación y llamarse sobaquera. Porque la faja ya no la llevan. Y al no llevar faja, sino sobaquera, la taleguilla tampoco se ciñe a sus cinturas sino que sube hasta abotonarse por el pecho y cada vez se ajusta más cerca del cuello, provocando un último efecto en el vestido de torear que consiste en que la chaquetilla acorta su caída para favorecer la esbeltez danzarina del diestro.

Miren ustedes a Lagartijo y Frascuelo, observen a Joselito y a Belmonte, analicen las trazas de Domingo Ortega o la de cualquiera de los Bienvenida, fíjense en Camino y en el Viti, o en Curro, o en Luis Francisco Esplá, quien explica con claridad que todo el clasicismo de su torero se inspira en lo que ha venido aprendiendo de quienes lo precedieron.

Adviertan en la faja de Dámaso González la metonimia final de unos tiempos que antes se enlazaban sin que apenas se notasen las soldaduras. Tauromaquia moderna la llaman, la que no va a ser capaz de aguantar este último asalto, la época que recordaremos como la de mayor decadencia en la Historia del Toreo.

José Luis Barrachina Susarte