Cuando mi hijo era pequeño me llamó desde su habitación a gritos, a medianoche y muy asustado. Acudí con paso vivo, encendí la tenue luz azul de una nave espacial con la que tanto le gustaba jugar y lo abracé para reconfortarlo.

-Un lobo, un dragón y un monstruo, venían por mí todos a la vez. Menos mal que has llegado a tiempo, papá.

El resto de la noche durmió a pierna suelta después de haber sido rescatado por su padre, que también me quedé rendido tras aquella intervención. Por la mañana el niño apenas recordaba el mal sueño y todavía hoy le resulta muy divertido que se lo vuelva a contar.

Pero la situación que vivimos en las que nos amenazan un lobo, un dragón y un monstruo que vienen todos a la vez, está muy lejos de ser una mera pesadilla onírica y ojalá que no fuera esta la cruda realidad que tenemos en todo lo alto, porque va a ser particularmente dura con los toros.

Una pandemia de carácter vírico azota a nuestro país -antes llamado España- como ironizaba el recordado Vizcaíno Casas, aderezada esta por un Gobierno cuya actuación respecto a lo sanitario y lo económico está dejando mucho que desear y que sin embargo en lo político se está aplicando contundentemente, con las calles cerradas y tratando de imposibilitar incluso las críticas digitales. Quien opine lo contrario tiene mi respeto y hasta aquí no debería haber problema pero veremos en qué acaba todo esto con tanto y tanto como costó conseguir la libertad de expresión.

Debemos recordar que la intolerancia ideológica comenzó contra los toros y la mayoría de entonces no pensaba que fuese con ellos porque los toros no eran cosa suya, pero la realidad es que el totalitarismo se ha ido extendiendo como una mancha de aceite revestida con aire de una falsa democracia en la que dichos intolerantes han ido confundiendo sus deseos con sus derechos a imponer.

Por eso la situación en ciernes –y la posterior que se avecina- amenaza con ser dantesca para los toros porque el sepulcro que se está construyendo por falta de recursos económicos quedará sellado por la falta de interés general, por lo que tanto el Gobierno como la sociedad dejarán a la tauromaquia como la última de sus prioridades por detrás de la última de la última.

Los toreros no son la legión de millonarios que muchos ignorantes creen que son, porque quitando a los muy pocos que han logrado hacer fortuna jugándose la femoral, la inmensa mayoría precisan de sus actuaciones para ganarse el pan, necesaria e inmediatamente cada tarde, en las que igualmente ponen en jaque su vida.

Los ganaderos nos presentan una situación análoga, con el orgulloso agravante de que han seguido cuidando de las reses como si la temporada se estuviera celebrando sin incidencias.

Algunos grandes empresarios –grandes sólo de tamaño- tienen que conformarse con los ingresos que ya recibieron gracias a la venta de abonos y entradas de ferias y festejos que nunca tendrán lugar. Como a causa del confinamiento no pueden devolver por ahora esos importes a quienes pasaron por la taquilla, por extensión tampoco están devolviendo telemáticamente los importes pagados por las compras realizadas a través de Internet, salvo honrosas excepciones.

Al igual que la prensa generalista se muestra condescendiente con las vergüenzas del Gobierno, la prensa especializada taurina hace lo propio y guarda silencio ante este atropello, porque es mejor no complicarse la vida y tener asegurado el pase para cuando todo pase.

Pero, ¿y si nunca más volviera a ser como antes? ¿Y si papá no llega a tiempo de acabar con el lobo, el dragón y el monstruo?

Cualquier reseña que estos quieran ver publicada es publicidad y cualquier otra que no quieran será noticia. Hágale.

José Luis Barrachina Susarte

En la imagen, Fernando Vizcaíno Casas, el célebre autor del que nombra nuestro compañero en este bello ensayo.