No resulta agradable la corriente de estos progresistas de nueva planta en contra de los toros porque ya va mucho tiempo de aguantar con demasiada paciencia sus envites injustos, y sumados a estos últimos años en los que vamos respondiendo tímidamente, con la ley en la mano por bandera, aunque siempre en solitario.

Recuerdo la primera vez que sufrí insultos y amenazas por escribir de toros –hará como una década-, recibiendo todo ello por escrito a través del mismo medio de comunicación, a la vista de todos y con apariencia flagrante, pero cuando traté de asesorarme me dijo el abogado que era mejor quedarse quieto porque lo único que tendríamos garantizado era el elevado coste del pleito. Hoy en día las posibilidades de victoria son mayores, lo que pone de manifiesto que el avance en esta línea es positivo y supone cierto alivio.

Los matones de boquilla y de tres al cuarto que campan por las redes sociales demuestran tener poco conocimiento, menos respeto y ningún talante ecológico, tan solo pura y dura intolerancia ante aquello que no les gusta, porque si conocieran lo que supone la tauromaquia –tanto a nivel cultural como de biodiversidad- serían más respetuosos con ella aunque sólo fuese por su contribución al sostenimiento de la Madre Naturaleza.

Desde que se empezaron a agrupar los ganados para su crianza en cautividad, desde que los primeros ganaderos comenzaron a separar las reses de labor de aquellas que tenían el “defecto” de embestir, creando una especie nueva como es el toro de lidia, consagraron su vida a cuidar y proteger el entorno que rodea a las reses, todo ello desde siglos antes de que la protección de los espacios naturales fuese un imperativo legal.

Tanto es así, que cuando fueron apareciendo las normativas europeas sobre las ganaderías a nivel general y que afectaban  crianza del toro de lidia de una manera muy particular, las dehesas ya cumplían con todos los requisitos de habitabilidad –con creces hiperbólicas- mientras que se vieron perjudicadas por unas normativas de saneamiento que tratan a todo el ganado por igual sin tener en cuenta que los condicionantes del ganado bravo que se cría en la libertad de la dehesa nada tiene que ver con la vaca que se ríe de lo tonta que es en el establo.

Incluso en estos terribles momentos de pandemia en que los toros que se crían no pueden ser dedicados al fin por el que han sido criados, nuestros heroicos ganaderos persisten en su actividad garantizando el equilibrio de los ecosistemas habitados por los toros junto con las demás especies animales y vegetales que lo comparten. Todo ello afrontando un ruinoso coste económico y pagando además el desproporcionado precio de la vida de miles de reses que están teniendo que ser sacrificadas en el matadero.

¿Dónde están los ecologistas que tanto dicen amar a los animales?

En el Ministerio de Transición Ecológica existe una Secretaría de Estado de Medio Ambiente, dentro de la cual se haya la Dirección General de Biodiversidad, Bosques y Desertificación, sin que nada haya relacionado con la protección de las dehesas.

Si nos vamos a indagar en el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, sucede lo mismo incluso en el apartado relativo al bienestar animal. Tampoco en Cultura ni en Interior. La nada más absoluta.

Ni a nivel gubernativo, ni asociativo y mucho menos en particular, se puede encontrar ni a uno de los activistas ecológicos, ni a los de esa cuadrilla de animalistas de medio pelo que recorren las puertas de las plazas de toros, bien pagados y merendados. Ni uno sólo se está preocupando por el desfile de reses bravas camino del matadero, lo que demuestra que a esa tropa le importa nada los animales y su único interés radica en imponer sus ideas totalitarias.

José Luís Barrachina Susarte