Me descubro ante la empresa de Sevilla y su plan de acciones que ha puesto contra las cuerdas a los políticos que dispensan medidas pandémicas arbitrarias, posicionándose como parte del problema. Desde el comienzo de la Operación Pagés, intuíamos que era un imposible, pero poco a poco la estrategia adquirió buen fuste y más de unos nos ilusionamos, no sólo  por tener una entrada en el bolsillo, sino porque el éxito en esta lidia hubiera supuesto un punto de inflexión en la organización de corridas de toros en los tiempos venideros.

Y claro está, para los políticos nefastos empeñados en acabar con el sector taurino, esto hubiera sido una calamidad. Lamentablemente el poder de decisión lo tienen ellos y afortunadamente nosotros tenemos el pírrico derecho al voto. ¡Memoria, tengamos memoria a la próxima!, y aunque no queramos, aceptemos este lance sevillano con arte, como cuando alguien dice que no le gusta como torea Curro y se acepta porque para todos los gustos se inventaron los colores, porque representa lo que es la Tauromaquia en grado superlativo y porque la suya lleva también implícito el arte de saber esperar.

La inmediatez deja sin efecto a los clásicos, ¿ustedes se imaginan a Sócrates con la obligación de triunfar con su mayéutica todas las tardes? ¿Acaso este hijo de la comadrona podría convertir su sabiduría en algo provechoso para sus alumnos en medio de una legión de voces exigiendo una lección maestra ya de ya?

Para ir a los toros no es necesario tener conocimientos previos y sólo la curiosidad ya es ese primer paso. Sin embargo, lo que tiene lugar durante la lidia sí que reviste complejidad puesto que son muchos los conocimientos, recursos y facultades que tienen que llevar a la práctica quienes se visten de luces. Por ello, cuanto más tenga uno la suerte de ir aprendiendo durante toda la vida de aficionado, mayor interés y provecho tendrá para él una corrida de toros, porque será capaz de percibir todos aquellos instantes, momentos y detalles que se van desvelando como mediante filtros sucesivos y paulatinos.

Más y más interés para quién es más capaz de comprender, analizar y asimilar cuanto más de lo que va sucediendo en el ruedo, que no es poco: desde que un toro pisa la arena, primeramente los trotes, cómo va ocupando unos u otros terrenos, si se acerca a las tablas y dónde coloca la cara al tomar el primer capote, después su comportamiento en varas y seguidamente al serle puestos los palitroques, observándose cuando se producen variaciones durante el discurrir de la lidia que provocan que el aficionado tenga la posibilidad de disfrutar del espectáculo de una manera interactiva.

Por eso, volviendo a ese espectador que sacó su primera entrada, resulta muy difícil que en esa tacada iniciática tenga lugar el sonado triunfo que le haría sentir dichoso y afortunado por haber tenido esa tarde la gran idea de ir a los toros, porque la abrumadora Ley de la Probabilidad afirma que eso es casi imposible. Entonces, puede parecer que una corrida sin orejas cortadas es un festejo que no sirvió para nada, porque no ha resultado triunfal, lo cual tiene como consecuencia el desánimo para volver otra tarde.

De manera que es preciso que ese espectador que acudió a los toros por curiosidad o por casualidad, tenga a la mano la posibilidad de formarse e informarse, para que la siguiente vez que vaya a una plaza perciba como es capaz de ver más cosas que la anterior y comprender mejor todo lo que allí esté sucediendo. Pero claro, si lo que allí tiene lugar es lo mismo cada tarde, una y otra vez el mismo toro, una y otra vez ese saludo capotero sin sal ni aire, el monopicotazo al novillete inválido y un carrusel de medios muletazos sin mando ni plaza, los crecientes conocimientos adquiridos obrarán el efecto contrario.

Por eso en los toros, saber esperar es un arte, como se esperaba a Curro y como se espera en Sevilla septiembre. Más quisiera la empresa de Madrid poder decir lo mismo.

José Luis Barrachina Susarte