Una jerga es algo más que un conjunto de palabras o expresiones propias de un determinado sector y grupo social o profesional, que incluso puede llegar a tener la categoría de modalidad lingüística cuando su calado dentro del idioma es de tanto peso específico como sucede con la jerga taurina, la cual se haya integrada plena y cotidianamente tanto en nuestra lengua como en el uso habitual que los españoles hacemos de ella.

Podríamos tratar de cualquier tema mundano expresándonos exclusivamente con giros que emanan del habla propia de los toros, cuya riqueza proviene en gran medida de las clases populares y del entorno del campo, ¿dónde sino podrían usarse con naturalidad adjetivos tales como bragado, meano y corrido?

También a la pandemia esta, a la nueva normalidad y la casta de nueva planta que nos gobierna, les cae la jerga taurina en todo lo alto y entrando hasta la bola.

Desde el principio anduvieron dando largas de mala manera y sin cargar la suerte, fuera de cacho y siempre a toro pasado, usando más tretas defensivas que suertes de lucimiento en este caso. Sin ponerse de rodillas siquiera y muy al hilo de las tablas, iban moviendo los capotes sobre sus cabezas, quitándose las moscas como podían y burlando las embestidas, dando la salida por un lateral sin el menor empaque, sin atender más que a sus propias excusas, cuando lo que esta lidia requiere es coger al toro por los cuernos.

Nos han picado primero en el costillar, rectificando con un marronazo y barrenando con la puya en los blandos, ahora más delante y después más detrás, sin estar ninguno bien colocado para realizar la suerte y finalmente tapándonos la salida, estando ya interpretando de nuevo la carioca para volverla a tapar. Nadie a la izquierda del caballo, valga la paradoja.

A pesar del desastroso tercio de varas el castigo infligido ha sido un disparate y no contentos con ello ya han ordenado a los peones tomar las banderillas negras para ahondar en el sufrimiento. La mano izquierda no la tienen salvo para la felonía y la arbitrariedad, para lo mismo obligar a llevar mascarilla a quienes estamos sanos y paseamos en solitario, como para tolerar el libre albedrío en bares, playas y otros lugares de ocio, mostrando como obvio que ningún experto ha intervenido en la toma de sus ocurrencias, propias de su ineptitud y de indudable trasfondo político.

Nos están preparando para la estocada o echarnos de nuevo al corral en cuanto llegue septiembre, haciéndonos creer que hemos sido premiados con el indulto. Lo grave es que millones se lo tragarán y cuando el público estalle en una clamorosa ovación dedicada al buen trabajo de tantos y tantos que se han jugado la vida en esta lidia tan mal organizada, quienes menos se lo merecen saldrán al tercio para saludar desmonterados mientras que los destinatarios del cariño popular perseveran trabajando, echando la “pata p´alante” y demasiadas veces al filo de lo imposible dada la precariedad de sus medios, haciendo un quite tras otro a la muerte, ofreciendo un capote cuantos veces hayan podido.

Cambiando de tercio, están ejercitando el acoso y derribo a la Monarquía, como si fuesen algo nuevo los tejemanejes borbónicos. La jugada consiste en defenestrar al emérito humillando al titular, que ha caído como un Pepe en la trampa, creyendo que por escenificar el escarnio de su padre va a librarse de lo que le tienen preparado los jacobinos que integran un gobierno que ya podría estar escuchando los cascabeles de las mulillas si los contribuyentes no estuviéramos haciendo novillos para ponernos el mundo por montera.

Una tarde de toros es metáfora de la vida y cuando la necesidad es acuciante se alzan las protestas. Que Dios les reparta suerte. Tres coletas en el ruedo y la única que sobra se halla viendo los toros desde la barrera, tomando decisiones ajenas.

José Luís Barrachina Susarte