¡Estás de buen año, vaquera!, era una de las expresiones habituales del simpático extraterrestre ALF que pululaba por las inocentes pantallas de televisión a finales de los ochenta, una época en la que había más libertad y menos ñoñería, como nos muestra el simple ejemplo de la divertida expresión con la que he dado comienzo a mi columna de esta semana, porque esas mismas palabras darían en la actualidad con los huesos de ALF en la cárcel, y no precisamente por hacer una benévola crónica de estos últimos meses.

Cuando llegan los últimos días del año, corro el riesgo de hacer balance de una temporada que comenzó en la finca de Gregorio de Jesús con Gregorio Tébar, Alfredo Bernabéu y Raúl Bravo toreando, yo nada más pasando de muleta, a unos descendientes de la noble estirpe del legendario toro Ratón.

Allí germinó el apasionante proyecto de escribir para Toros de Lidia cuando el maestro Pla Ventura me bautizó en una sección dándome la oportunidad de escribir sobre el disparate en que se han convertido los indultos de pacotilla, el modo en que estos se han transformado en otro premio para el torero, así como las diez razones que deberían acabar con ellos, las maniobras para la prohibición de los toros por parte del actual gobierno antes de que la pandemia se lo haya puesto a huevo, y por ello presenciamos las primeras manifestaciones en defensa de la Tauromaquia al comienzo de un estado que campea por encima de la ley, cuando ya nos disponíamos a comenzar la temporada y nos vimos arrestados domiciliariamente sin esperarlo, soñando con la entrevista  José Tomás que dejé pasar sin arrepentimiento, de los cinco minutos que nunca llegaron con Talavante y el magnífico encuentro con Fortes, con la mente privilegiada de este torero valiente.

Después poniendo en tela de juicio a todos estos que se atreven a dar el tratamiento de maestro a cualquiera que ven vestido de luces, el dolor que sentí por Villena y las malas artes de quienes la gobiernan, la hoja en blanco a la que me enfrento cada jueves sin saber ni por donde tirar, visitando la casa en la que Manolete sigue viviendo en la cordobesa Villa del Río, lamentando que los medios televisivos taurinos no hagan gala de la exigencia que debe preceder a la excelencia, la espantá del responsable madrileño de asuntos no taurinos y la falta de coraje los empresarios de Madrid y Sevilla, incapaces siquiera de entonar un pequeño Te Deum en signo de desagravio,  mostrando el pensamiento de algunos intelectuales de izquierdas -del pasado, obviamente- y su meridiana defensa de los toros, tuve la oportunidad de escribir sobre toreros de época, actuales, comparando las diferentes generaciones y construyendo una metáfora sobre la metonimia de la faja de Dámaso González, expresando abiertamente el rechazo a las medidas arbitrarias que nos vienen aplicando con la excusa de que no nos muramos y que acabarán matándonos de asco tras habernos arrebatado la libertad primeramente, imaginando que Miguel Hernández había resucitado para correr a gorrazos a toda la patulea que presumen de su recuerdo sin conocer quien fue este poeta taurómaco, como nos ignoran en el Senado y seguramente también en el Congreso, incapaces de distinguir a Unamuno de Mortadelo, lloramos con el duro momento de los empresarios hosteleros con el deseo de que la Generación del 24 tenga lo que hay que tener para revertir una situación que requerirá décadas para ser restablecida.

Terminando este curso casi en el mismo punto de partida con la grave cogida del amigo Gregorio de Jesús en su finca, celebrando su recuperación física, la valentía, su espíritu emprendedor y la bella semblanza con la que ha perdonado al toro que lo cogió, escrita con toda su alma.

Ya lo creo que ha sido un buen año, y un día.

José Luis Barrachina Susarte

En la foto, el maestro Gregorio Tébar El Inclusero, al que alude nuestro compañero en tan bello ensayo.