El virus chino ha venido para quedarse entre nosotros en la forma de esta pandemia tan criminal como curiosa, que está siendo tratada con altísimo interés político dado el importante rédito que se está obteniendo de ella, así como está siendo combatida con heroicas acciones sanitarias, a pesar de los políticos que han convertido a España en el país con más sanitarios sacudidos.

La máxima del Estado de Derecho es que nada ni nadie puede estar por encima de la Ley, lo cual es una garantía de existencia para los Derechos Fundamentales y las Libertades Públicas. Pero todo esto, aparte de una preciosa prosa poética que un buen día de hace muchos años quedó plasmada en la Constitución, no parece que se ajuste mucho a la realidad de lo que viene sucediendo.

Primero se expandió el virus desde China, sembrando el pánico por el mundo y en cada lugar se hizo la debida apología del miedo, y en España, cuando la pandemia ya era un barco a la deriva, nos recortaron las libertades y nos acabaron sometiendo con el uso obligatorio e indiscriminado de la mascarilla, comprensible cuando no hay distanciamiento social pero absurdo en otros mil planteamientos. Dicen que es por nuestro bien, para que no nos muramos, y así han comprobado que el grado de docilidad y sumisión del actual pueblo español no tiene límites por abajo.

De modo que han declarado como legal que se pueda viajar en metro, codo con codo y en hacinamiento, sin limitaciones y con el único filtro que el autoenmascarillamiento, junto con las lógicas medidas profilácticas que cada cual estima conveniente aplicarse, según el propio y personal grado de histeria o de conciencia. Y si esto es legal, ¿por qué no se puede asistir a los toros en las mismas condiciones? ¿Por qué estamos tragando con el control absurdo que están imponiendo al sector? ¿Qué lógica sanitaria tiene que hayamos estado comiendo juntos los miembros de mi familia, incluso desafiando a la muerte al abrazarnos porque nos queremos, y que al sentarnos en el tendido de una plaza de toros tengamos que disgregarnos?

Ninguna razón sanitaria ni de la lógica, tan sólo se trata de sometimiento al poder político de los inútiles que hemos puesto al frente de las decisiones de Estado más importantes. ¿Hay derecho a que un festejo tenga que suspenderse a pocas horas del comienzo porque en el pueblo de al lado se ha generado un brote y el alcalde organizador decide suspenderlo sin que ese acto pueda ser revisable, ni impugnable, ni anulable de pleno derecho? ¿El sometimiento no debería ser también para ellos con la única base de la legalidad vigente? ¿Quién se hace cargo de los daños causados y del pan que los afectados dejan de llevar a casa?

La pandemia se queda, vamos a sufrirla en los próximos años y nuestros gobernantes lo están manejando sin la menor idea a nivel sanitario pero con el máximo interés de sometimiento, en el que un sector como el taurino se está llevando la peor parte. Así se comprende que algunas acciones deban emprenderse con urgencia, para ir tirando desde hoy mismo y en el día a día, pero si queremos una reconstrucción no se pueden andar con chiquitas ni eufemismos, y también desde hoy exijamos para los toros ni más ni menos que lo que es legal para el transporte público: aforo completo, mascarilla, higiene y la máxima responsabilidad por parte de todos los participantes.

De lo contrario, cuando nos demos cuenta de que por miedo a perder la vida hemos aceptado que nos quiten la libertad, será tan tarde que acabaremos perdiendo la vida -porque de aquí nadie sale vivo- después de haber sufrido en el alma que nos estén robando la libertad como lo están haciendo.

José Luís Barrachina Susarte