Miré los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes ya desmoronados de la carrera de la edad, cansados por quien caduca ya su valentía. Con esta rotundidad comenzaba Quevedo aquel soneto que escribió en torno a 1613 cuando sentía dolor por España.

También duele la patria chica cuando el próximo lunes 17 de agosto la pared exterior de la Plaza de Toros de Villena cumplirá 96 años, ese muro fuerte que fue restaurado y da sostén a un nuevo recinto plurifuncional que a fuerza de no desempeñar funciones, se halla desmoronado de un modo virtual. Por eso duele más que cuando estaba en ruinas.

A esta plaza se le pueden aplicar todos los topicazos que nos apetezca: Entre todos la mataron y ella sólo se murió, nadie es profeta en su tierra, este asunto es un galimatías, la vida es puro teatro, los políticos son todos iguales, y cualquier otro, porque se terminó de construir en 1924 con los fondos aportados por unos entusiastas empresarios villenenses y siguiendo los planos que diseñó el arquitecto Julio Carrilero para la plaza de toros de Albacete en 1910, quien estuvo asesorado por Rafael el Gallo. Nada más y nada menos. Por eso sus dependencias eran muy prácticas y con aforo para casi diez mil personas, aunque por economizar el presupuesto se evitasen casi todos los adornos dibujados en los planos originales.

Como negocio no pasó de discreto en sus primeros años dirigiéndose a la quiebra y el abandono en los años ochenta, rescatada a principios del siglo XXI se llegó a un acuerdo para su rehabilitación y reinauguración en el año 2011. En la práctica lo que sucedió fue que a la gente le fueron contando una y otra vez la patraña de que la plaza primigenia fue construida por suscripción popular y que sus piedras eran poco menos que sagradas, lo cual no fue impedimento para que los promotores la derribasen por completo con la excepción de la fachada, sobre la cual se construyó una llamativa cúpula de cristal que robó el alma del coso. Como si el santo lo fuera por la peana.

No obstante esta maniobra sirvió para ganar unas elecciones y después perderlas, para dar el mínimo una corrida de toros al año y eso no siempre, porque resultó imposible cuando esto ha dependido de los intolerantes, salvo cuando los intolerantes gobernaron en tripartito y necesitaron apoyos protaurinos para mantener los culos pegados a los sillones. En ese caso sus radicales principios pasaron a segundo término en favor del suculento plato de lentejas, que podría habernos dicho Groucho de haber nacido en Villena. Si no nos gustaron sus principios imagínense sus finales.

En la actualidad en el Ayuntamiento tampoco quieren que haya toros, pero hay jurisprudencia que obliga a cumplir la ley que los declaró Patrimonio Cultural Inmaterial –ya es gordo que haga falta sentencias para obligar a cumplir la legislación- y además tienen sobre la mesa diversas solicitudes desde finales del pasado año para el uso y cesión del coso de cara al 6 de septiembre.

Sin embargo, escudándose primeramente en que estaban sin aprobar los presupuestos –antes del confinamiento- y ahora en las consecuencias de la pandemia, ni siquiera se han dignado a responder a los solicitantes porque temen las consecuencias legales que puedan tener sus contestaciones, no vayan a meterse en un lío y están esperando a que las posible organización del festejo sea materialmente imposible por falta de tiempo. Entonces contestarán a las solicitudes para cubrir el expediente.

Cuando uno no quiere dos no pueden dar toros, lo que no puede ser no puede ser y además es imposible –genialidades de Rafael el Gallo- y huye entre tanto, huye irreparablemente el tiempo. Cosas de Virgilio.

José Luis Barrachina Susarte