Para quienes todavía no hayan leído la novela de Tomassi di Lampedusa, pudiera ser que eso de Gatopardo les traiga semblanzas de gato encerrado o de gato por liebre, y mucho más si estamos hablando de toros por televisión de pago, pero nada más lejos de la realidad.

Lo cierto es que cuando saltó a la palestra la jugada del cese del canal televisión Movistar Toros y el anuncio de una plataforma de streaming, no fui capaz de entenderla.

Porque si detrás de esta última parecía estar nosequé potentado gurú del mundo de las retransmisiones deportivas, el emblemático canal habitual era la seña y el santo monopólico, por lo que no me pareció normal la naturalidad con la que aceptaron entrar en vía muerta.

Diferentes y respetables periodistas, comentaristas y amigos fueron mostrando sus pareceres desde sus tribunas habituales, pudiéndose encontrar en sus dictámenes desde verdaderos actos de fe, como inevitables accesos de incertidumbre relacionados con la nueva tecnología que habría de aplicarse.

Por supuesto no faltaron quienes viendo al muerto de cuerpo presente comenzaron a ensalzarlo en todas las causas y condiciones que más adolecía en difunto, aunque no me cabe duda de que no era por aplaudir virtudes sino más bien para paliar con ese desahogo el miedo a la televisión desconocida que ya venía pese a que nadie se lo esperara.

Ahora, tras las primeras retransmisiones en el nuevo formato, resulta innegable que el negocio -en el plano tecnológico-, aunque todavía está en fase de pruebas, se palpa que ya va entrando en esa otra fase en la que van encontrando los Remedios, justo con sólo mirar un poco a la izquierda de Triana.

Sin embargo, en lo que respecta a lo dogmático nos encontramos ante más de lo mismo, y el objetivo de las retransmisiones continúa siendo la justificación de lo injustificable, la defensa del ganado para carne de albóndigas y dale que te dale vueltas a las tardes para que cada una de ellas sea triunfal, como si los toros fueran la cosa más fácil del mundo.

Estamos ante más de lo mismo cuando al término de la faena, da igual una que otra, lo primero que hacen es felicitar al diestro por la buena proyección que tiene, darle coba por lo bien que ha entendido al toro y agasajarlo con el cariño que le han dispensado los buenos aficionados de la plaza.

Estamos ante más de lo mismo cuando ante la deplorable imagen de un toro agonizante desde la salida del caballo, nos cuentan el buen momento en que se encuentra tal o cual ganadería, argumentan que si la res ha echado la persiana demasiado pronto o que el ruedo es muy grande y por eso se explica todo lo demás.

Estamos ante más de lo mismo cuando la exigencia brilla por su ausencia y al público se le alimenta con un modelo de tauromaquia que tengo que escribir con minúscula porque es lo único que puedo hacer.

Estamos ante más de lo mismo al comprobar que el cambio de medio y modo de retransmisión de los toros en España por canal de pago, en realidad no ha sido más que un relevo.

Que todo cambie para que todo siga igual, según se fundamenta en el inmortal diálogo de la novela que da título a este artículo, el siciliano Príncipe de Salina intenta evitar que su sobrino se una a la suerte de Garibaldi, creyendo que si no lo hace será arrollado por los nuevos tiempos que se avecinan.

Quizás no estemos ante más de lo mismo si Domingo Delgado de la Cámara es capaz de aguantar el tirón y sigue llamando bajonazos a los bajonazos, o como ayer, es capaz de expresar la indecencia en la presentación y en la condición de algunos toros, manteniendo como mantuvo un pulso sublime con Dávila Miura quien se dedicó a tapar y maquillar la calamitosa corrida de El Parralejo, todo ello antes del quinto de la tarde con el disfruté muchísimo.

José Luis Barrachina Susarte