Primera corrida tras el homenaje a Albaserrada, aunque no volvimos a lo Domecq. Primera de las dos corridas que tiene anunciadas Alcurrucén en la Feria, las dos en el bombo. La suerte, el destino o la providencia volvió a unir a Alcurrucén y a Paco Ureña en el mismo cartel. Y se pudo quitar la espina que seguramente tenía desde septiembre, aunque fuera de aquella manera. Completaban el cartel David Mora y Álvaro Lorenzo.

 

Rompió la tarde un toro muy cuesta-arriba de la casa Lozano. Dada su construcción, el toro humilló muy poco. Tuvo nula fijeza, incluso llegaba a límites desesperantes. Hubo muchas dificultades en el tercio de banderillas, los cuales no impidieron que Ángel Otero brillara. El madrileño solamente se acopló en una primera tanda, en la que se colocó en la oreja y orquestó la noria. Una vez más. A partir de ahí, la falta de fijeza fue incrementando, a la par que la inseguridad del diestro. Al entrar a matar, cobró una voltereta espeluznante. En la segunda entrada dejó una estocada defectuosa, llevándose un nuevo pechazo. Su segundo toro fue el más enclasado de la tarde, aunque verdaderamente inválido. Debió devolverse a corrales, pero el presidente miró a favor de la empresa. Toda la faena estuvo condicionada por la invalidez del “núñez”. También por el vulgar concepto de Mora, siempre fuera de cacho, tirando líneas y enganchando las telas.

 

Regresó Paco Ureña a Madrid una semana después de tantas emociones. Recibió con un excelente toreo a la verónica a su primer toro. En aquel entonces, ya había dejado un buen quite por “gaoneras” al primero de la tarde, con el compás cerrado y mucha quietud. El toro embestía con temple y humillado, aunque tendía a salir con la cara alta. En las primeras tandas, el murciano abusó de pico y se colocó fuera de cacho. Sobre la mitad de faena, le ganó un paso al toro, quedando mejor colocado. Quiso ligar sí o sí, sin acabar de entender al toro, que soseaba más de lo permitido en Madrid. Por una u otra razón, la faena quedó en nada. Al arrastrarse el quinto toro, todos estábamos de acuerdo en que Ureña se había llevado el mejor lote, y que la oreja era de muy poco peso. El toro manseó descaradamente en los primeros compases. En la muleta, era dos toros en uno, en función del pitón por el que se citara. Por el derecho, se distraía hasta el punto de cuadrarse en dirección a tablas. En cambio, embestía humillado y con transmisión por el izquierdo. Por ese pitón llegaron los mejores momentos. Adornos y remates, trincherazos y trincherillas, con enorme sabor y pureza. Sin embargo, estuvo peor, mal, en el toreo fundamental. Figura muy forzada y dando muy buenos naturales solo en el principio de la serie. Pinchó y cobró una estocada caída. Oreja sin protestas, por ser vos quien sois.

 

Cerraba la terna Álvaro Lorenzo. Su tarde se puede resumir en la nada más absoluta. Cierto es que sus toros no ofrecieron posibilidad de triunfo, pero su actitud se la puede permitir alguien que esté rico y con varias puertas grandes en el esportón. Haya cada cual con lo suyo. El primero de sus dos toros mostró muchas querencias ya desde el tercio de banderillas. No humilló en ningún momento y se distraía al salir de los muletazos, como el resto de la corrida. El toledano se limitó a quedarse descolocado y pegar trapazos, siempre con el toro hacia fuera. Ningún tipo de ambición. Parecía que tuviera cien tardes firmadas. ¿Y con el sexto? Más de lo mismo. El toro embestía rebrincado y con muchas dificultades. En los primeros momentos de la faena, el animal transmitía. Pero ni así. Más aburrimiento y antipatía por parte del matador.

 

Por Francisco Díaz.