Hoy fue el día. El día señalado más señalado del extenso ciclo de San Isidro. Roca Rey y Adolfo Martín. Roca Rey y un encaste distinto. La posibilidad de hacerse, finalmente, con el cetro del toreo. Y a muy poco estuvo de conseguirlo. En el cierre del homenaje de Albaserrada, Adolfo Martín echó una aceptable corrida en Las Ventas, sobre todo los últimos tres toros. No faltó la tragedia, y Escribano se llevó una muy dura cornada mientras toreaba al natural. La nota negativa. También se anunció Román Collado que ha colado en todas las reseñas, por la madurez y el temple -lo que menos abunda en su toreo- en el quinto toro.

Recibió Manuel Escribano, de rodillas y en la puerta de chiqueros, a su primer toro. El animal embistió humillado y largo en los capotes, pero apuntaba su escaso poder. Fue picado mal. El diestro protagonizó el segundo tercio, destacando sobre todo el segundo par por fuera. Se ajustó y cuadró en la cara. La poca casta y la menor fuerza hizo que la faena decreciera y Escribano se pusiera un tanto pesado. El segundo de su lote respondía al nombre de “Español”, ¿habrá alguno mejor? En el recibo capotero embistió con humillación y largura. Cumplió sin más en el caballo; y una vez más, destacó por bien la labor de Juan Francisco Peña. Ya en banderillas, el toro mostró sus enormes virtudes: fijeza, galope y casta, mucha casta. Esas condiciones que complican faenas a muchos toreros, por no decir que a casi todos. Cuando la faena bajó por distintas razones, el toro dio una fortísima cornada a Escribano. Un torero excesivamente castigado, y solo se puede decir: muchos ánimos, torero.

Román dio la sorpresa de la tarde. Todos conocemos su valor, su arrojo y su simpatía y buen hacer. En el primero de su lote, le tocó bailar con las más fea. Toro listo, orientado y de embestidas ofensivas. No fue bravo en el caballo. Dificultó poner las banderillas. El valenciano le echo cojones y fue cogido sin mayores consecuencias, que se sepa por el momento. Sin embargo, lo verdaderamente importante en el turno de Román llegó en el quinto toro. Un animal “grandón” y que rompió en clase. Se dejó pegar en el caballo, como toda la corrida. En los primeros compases de la lidia demostró tener clase, ritmo y humillación, aunque exigía mando para manifestar sus virtudes. Y allí estuvo Román, con la mano adelantada y la muleta siempre puesta. Alargó y templó las embestidas del toro. Perdiendo pasos cuando el animal lo exigía y quedándose en el sitio cuando era preciso. Se entrego el valenciano, y el bueno de Adolfo le correspondió. Se tiró a matar y cobró una buena estocada, aunque algo contraria. Oreja de ley.

La primera gran novedad en los dos “adolfos” de Roca Rey fue que los picadores trabajaron. Diría que debutaron en Madrid, porque hasta hoy poco habían tenido que hacer. El primero fue un toro que se quedó muy corto, soseó. El peruano, ante la incertidumbre de enfrentarse a un encaste desconocido por él, anduvo dubitativo y sin apostar del toro. Sin embargo, dio una versión muy distinta en su segundo el toro, el mejor para el torero. El animal, que atendía al nombre de “Madroñito”, atendió a su buena reata. Inició su faena sobre la mano derecha, pitón por el que el toro embestía largo, humillado y con temple. El inicio fue fundamental: perdiéndole pases y abriéndole los caminos. Ya saben ustedes que el toro de Albaserrada tiende a acortar las embestidas, sino se le lleva y alargan. Las series incrementaban en intensidad, con pasajes más mandones y largos. En un principio, el “cárdeno” no parecía nada cierto por el pitón izquierdo, pues venía cruzado. Sin embargo, el buen hacer del peruano (perdiendo pases y tocando hacia fuera) permitió que extrajera naturales largos, hondos y profundos, algunos muy templados. Pases de pecho monumentales. Quiso volver al pitón derecho y lo único que logró fue pasar al toro de faena, lo cual hizo que se agriara mucho a la hora de matarlo. Pinchazo bajo y estocada caída, lo suficiente para no conceder la oreja. Roca Rey ha demostrado poder con este encaste, solo queda esperar que no sea la última tarde que se anuncie con ellos.

 

Por Francisco Díaz.