Antonio Camacho Sánchez lo tenía claro en sus inicios taurinos, no quería adentrarse en el inframundo de los novilleros, de esa suerte de lotería para ser torero ante el marasmo de dificultades que este mundo le ofrecía. Por su mente no pasaba el tópico de querer ser figura del toreo, por ello agarró los palos y el capote de brega y así fue acompañando a su gran amigo Antonio Puerta, un joven torero de su misma generación, de mucha clase, pero que la fortuna, el destino le han sido un tanto esquivos hasta ahora.

Puerta tuvo unos inicios como matador realmente espléndidos, llegando a triunfar clamorosamente en la septembrina feria murciana. Todo apuntaba en positivo, para que Puerta se sumara a los Ortega, Liria, Cascales, Jiménez, Romero, Rafaelillo, como toreros murcianos contrastados. Sin embargo, Antonio ha sufrido el desdén como tantos colegas de profesión; y ese desprecio surge en su misma tierra, -cosa que tampoco es extraña en el mundillo taurino. Actualmente vive intensamente su preparación, y esperamos su renacer artístico para la próxima temporada.

Por su parte, Antonio Cama ha sido fiel a su amigo Puerta, y ello le ha supuesto realizar su trabajo con gran entrega, y a la vez desgrana en los ruedos y tentaderos la calidad intrínseca de su torería. La escenografía, a la hora de vérselas con el toro en el tercio de banderillas ya pertenece a otra época; -donde los toreros de plata se dejaban ver «con guapeza», caminaban como de puntillas hacia los terrenos del cornúpeta; con la parsimonia eterna de quien se sabe oficiante de una liturgia única y ancestral. Luego, ya metido en la jurisdicción del toro, levantar los palos desde lo más bajo e izarlos como simbólicas banderas blancas de misterio, en lo más alto del morrillo.  Habrá consumado un acto, que le sitúa en la frontera de lo erótico y el peligro más extremo que supone elevar los brazos cuando el toro por querencia natural agacha su cabeza con intenciones de cornear y herir a su oponente.

Las cosa le iban bien, pero alguien debió de calentar la cabeza de Antonio, quizás algún empresario, puede que alguien de su círculo íntimo; el caso es que decidió tomar la alternativa en Cieza, como se hacía en la antigüedad, donde los matadores comenzaban siendo banderilleros. O tal y como lo hiciera el recordado Manolo Montolíu. Lo ideal para Cama, es que el padrino de la ceremonia fuese su amigo Antonio Puerta, el torero de Cehegin, pero cuestiones empresariales hicieron que no fuera así, siendo Juan José Padilla el padrino junto a Saúl Jiménez Fortes, que ofició de testigo con toros de Bohórquez  y de Garzón Valdenebro, el quince de octubre de 2017 en la plaza antes citada.

Aquella tarde asistimos a una fiesta donde lo taurino fue un crisol de grandes sensaciones, y en la cual Antonio lidió y mató dos toros con gran dignidad, profesionalidad y regusto torero, especialmente a la hora de banderillear. Cortó un par de orejas, aunque esto fuera lo de menos, porque lo mejor era el fulgor que irradiaba su rostro, al saberse doctorado en el oficio artístico más difícil del mundo. Y para nosotros, los que amamos sin desdén esta liturgia llamada Tauromaquia el que Antonio decidiera vivir aquella ceremonia, para retornar al día siguiente como lo que siempre fue: un buen banderillero que desea ofrecer lo mejor de su talento a este espectáculo, ha sido una de las grandes suertes para el presente de esta religión pagana, que todavía y a pesar de los pesares existe.

Giovanni Tortosa.

Fotografía de Agencia EFE. Juan José Padilla cede los trastos a Antonio Cama, en presencia de Saúl Jiménez Fortes.