Al principio de los años ochenta, en la plaza de «Las Ventas», se daban cita media docena de toreros de los que siempre se decía: apuntan pero no disparan. Julio Robles, Roberto Domínguez, Sánchez Puerto, Pepín Jiménez, Ortega Cano y Curro Vázquez estaban en esa lista. Los citados espadas formaban parte del elenco favorito  del empresario Manuel Chopera, y eran combinados en fechas claves de la temporada o en las clásicas corridas veraniegas.

Si Julio Robles toreó de manera admirable con el capote, no se queda atrás Antonio Sánchez Puerto. Las verónicas del torero manchego estaban revestidas de la mayor autenticidad. Sólo por esto, los aficionados venteños esperaban con inquietud al torero de Cabezarrubias del Puerto. Pero, su repertorio no se supeditaba a lidiar con los capotes. Porque de su muleta salía el toreo más puro y hondo de aquellos años. Era un clasicismo propio de un torero-artista, de aquellos que no producen faenas de sesenta u ochenta pases. Los contados naturales que dio a un victorino en el San Isidro de 1989, pasarán a los anales de la historia de la plaza madrileña. Ese mismo año, obtendría el premio a la mejor estocada de la feria, recetada precisamente a un victorino en aquel mismo festejo.

La alternativa de Sánchez Puerto tuvo como escenario, la plaza de toros madrileña de «Vista Alegre»; Antonio José Galán se la otorgaba, mientras Luis Francisco Esplá ejercía como testigo; era un 7 de marzo de 1978. En el 1980 tendría su confirmación, justamente el 14 de septiembre, con Gregorio Tébar «El Inclusero» y José Ruiz «Calatraveño» en el cartel. Un recorrido tal vez corto, donde la mayoría de sus actuaciones se dieron en la zona castellano-manchega, siendo «las Ventas», con veintiuna corridas, su plaza talismán. Catorce temporadas avalan su historial taurino, con un dato tremendamente curioso y que podría dar alas a la superstición: un quince de agosto de 1986, saldría por la puerta grande de «Las Ventas», siendo uno de sus grandes triunfos; al año siguiente, y también en un quince de agosto, sufre su percance más grave en Gijón, cuando entraba a matar y uno de los pitones le alcanzó la femoral. Quizás, su fragilidad de ánimos le contrarrestó una carrera que pudo ser más ancha y exitosa.

Recordando el clasicismo torero de Antonio Sánchez Puerto, de aquellas expectantes tardes madrileñas, de haber saboreado la excelsa pureza de su arte, uno cae en la cuenta de las grandes injusticias en el mundo del toro. O probablemente, aquí pesen más los números, la aritmética, las estadísticas antes que el propio sentimiento que brota de la quintaesencia torera, de la enorme clase y calidad de un artista.

Si a los toreros se les valorase por su arte y clase frente al toro, seguro que el diestro manchego sería uno de los toreros de mayor relieve en el siglo XX. Puede que los nuevos aficionados no  conozcan a Sánchez Puerto, les diría que en la actualidad existe un torero que pudiera tener un concepto de pureza, hondura y sentimiento en su misma línea; y también es alguien que no es ególatra, que no sabe de divismos y que es una gran persona, un excelente tipo humano como lo es Antonio; y ese alguien se llama Diego Urdiales.

Giovanni Tortosa

En la imagen, Sánchez Puerto, en la actualidad, enseñándonos cómo es en realidad el pase natural.